Campo Chico

Alberto Platero, a modo de referente

  • El doctor Gonzalo Platero habría sido en poco tiempo catedrático de alguna universidad española

Edificio del entonces Instituto de Enseñanza Media de Algeciras.

Edificio del entonces Instituto de Enseñanza Media de Algeciras.

Me he referido en muchas ocasiones, bien por ser el motivo central del comentario, bien por venir a cuento, a mi generación y en casi todas ellas lo he hecho llamándola la generación del cronista.

Antonio González Clavijo, cuya edad le permite contemplarla desde unos cuantos escalones más abajo en la escala de la vida, con el conocimiento que le añade ser muy cercano a uno de sus actores, ha escrito en este periódico sobre el que, por diversas circunstancias, es el primero del reparto: Luis Alberto del Castillo Navarro. Es posible que todavía ande su texto por la web y si así fuera y a alguien le hubiera pasado inadvertido, deténgase, le recomiendo, en su lectura atenta; hay en él mucho material para la reflexión sobre los antecedentes de este tiempo en que la generación del cronista se extingue.

Precisamente estos días ha perdido a José Alberto Gonzalo Platero, uno de sus elementos más brillantes y representativos. El doctor Platero, que era doctor no por ser médico sino por ser doctor, formaba parte de la promoción que accedió al Instituto de Enseñanza Media de Algeciras, que era de la comarca, en 1950, a poco de haberse puesto en marcha.

Antonio Ramos Argüelles, ha escrito en sus memorias, sobre aquel incendio que destruyó el Kursaal (literalmente: sala de curas) en la mañana del día 16 de octubre de 1942, cuando el curso académico estaba empezando. Él era alumno del centro y vivió el evento en primera persona. El pabellón de recreo, de cristal y madera, del Hotel Reina Cristina, que se elevaba a orillas de la playa del Chorruelo había sido habilitado como centro de enseñanza para paliar las carencias que sobre el particular había en la comarca.

A pesar de ser adelantada en España en la organización de la enseñanza pública. En la Web de su heredero (el actual Kursaal), puede leerse lo siguiente: “La fundación del primer Instituto de Segunda Enseñanza en la ciudad de Algeciras se remonta de forma oficial al curso académico 1849-50, lo que lo convierte en el segundo más antiguo de toda Andalucía Occidental”.

Aquel inolvidable instituto que, abría sus no terminadas puertas al curso 1942/43, se llamaba Instituto Nacional de Enseñanza Media de Algeciras (todavía escrito en su frontispicio). Sería la institución educativa de mayor rango en la comarca y compartiría con la vieja Escuela de Artes y Oficios Artísticos, la formación de la gente del Campo de Gibraltar. Tras el incendio del pabellón del Chorruelo se improvisó el comienzo del curso en el nuevo edificio, donde algunas clases habían de darse a cielo raso. José Juan Yborra Aznar publicó en 2010 un espléndido libro en el que estudia la historia y evolución (1849-1970) de la enseñanza secundaria en la ciudad.

Las promociones que ingresaron en los primeros años de la década de los cincuenta, probablemente sean las más brillantes de la historia de esa querida institución. De esas generación forman también parte figuras relevantes del cine, como Aida Power, del deporte, como Pepe Gázquez −luego excelente fotógrafo−, de la música, como Paco de Lucía, del flamenco como Flores o de la Fiesta por excelencia, como Miguel Mateo Miguelín.

Esas promociones son las primeras de un tiempo nuevo, las que van a significarse en una sociedad con muchas carencias, que ha salido de una guerra terrible y que aún sufre en su infancia los ecos de los conflictos bélicos que asolarán la Europa de los años cuarenta. La Feria de 1944, del 11 al 18 de junio, estuvo precedida por el desembarco aliado de Normandía que tanto contribuyó a la derrota del nazismo. Eso puede darnos una idea del tiempo vivido por las familias cuyos hijos estarían llamados a reconstruir una sociedad lastimada por los acontecimientos.

Esas promociones son las que van a significarse en una sociedad con muchas carencias

Si hubiera que restringirse a lo esencial, tendríamos que referirnos a Pilar López García, una de las primeras mujeres en vestir el uniforme de aduanas; Armengol Viñas Castro, ingeniero de caminos en una de las épocas de mayor dificultad para superar la carrera en la única escuela existente, la de Madrid; Manuel Natera García, economista que pilotó el plan de desarrollo económico y social de la comarca en los años setenta y José Alberto Gonzalo Platero a quien quiero referirme ahora concretamente con especial interés.

Sensu stricto, Alberto Platero –como le llamábamos sus próximos− llegó, desde el punto de vista académico, más lejos que ninguno. De una familia modesta, vivió su infancia en los aledaños de La Caridad, concretamente en la calle Tarifa, casi ya en la plaza Juan de Lima. Tras una carrera brillantísima en la Facultad de Medicina de Cádiz, obtuvo una beca para doctorarse en la prestigiosa Escuela de Oftalmología de la Universidad de Ginebra, en donde culminaría una formación de primerísimo nivel, en los últimos años sesenta del pasado siglo.

Algeciras hacia 1960, a la izquierda el Instituto. Algeciras hacia 1960, a la izquierda  el Instituto.

Algeciras hacia 1960, a la izquierda el Instituto.

Optó por volverse a su pueblo, estableciéndose en Algeciras, donde se había beneficiado en su juventud, del magisterio del gran oftalmólogo, uno de los de más prestigio de su época en España, Rafael Power Alesson, venerable figura de la medicina; director del Hospital Militar de Algeciras, en la calle Convento, hoy convertido en sede de distintas dependencia municipales después de muchas aventuras e improvisaciones.

El doctor Gonzalo Platero habría sido en poco tiempo catedrático de alguna universidad española. Su doctorado en Ginebra, las publicaciones científicas que ello supuso y sus relaciones profesionales con grandes figuras de la especialidad, le habrían situado en primea línea, pero decidió volverse instalándose en la Plaza Baja de Algeciras y aplicando lo mucho y bien aprendido, a las necesidades y demandas de los pacientes que acudían a él desde muchos puntos próximos y lejanos.

Magnífica labor que supone la renuncia a destinos que afectan a la relevancia abierta y al prestigio profesional proyectado más allá de los límites del entorno inmediato. Se da la casualidad de que como becario del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, accedí a los estudios de doctorado en el Instituto de Matemáticas de la Universidad de Ginebra. Yo desconocía entonces la trayectoria de mi admirado paisano y hete aquí que al inscribirme en la residencia universitaria ginebrina, la muchacha que me atendía en ventanilla, al ver mi afiliación me dijo; “qué curioso, acaba de dejar su estancia aquí un español como usted que es de su mismo pueblo, de Algeciras”. Es fácil imaginar mi sorpresa cuando además de la que me produjo la noticia, comprobé que se trataba de Alberto Platero, uno de los mejores de mis tiempos de Instituto.

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