Historias de Algeciras

Un algecireño en Nueva York (II)

  • A veces, mientras pescaba, José veía a lo lejos aquellos inmensos barcos que partiendo de Gibraltar tenían como destino las lejanas tierras americanas

Los trasatlánticos que llegaban a Gibraltar.

Los trasatlánticos que llegaban a Gibraltar.

José giró la cabeza por última vez a tierra, y vio -como otras tantas mañanas había observado-, la seria figura del popular Sr. Ceruti -el gobernante del Hotel Anglo Hispano-, como taza en mano gustaba ver partir a las barcazas a tan temprana hora.

José había traspasado ampliamente los 20 años; con su edad, los jóvenes algecireños tras regresar del compromiso militar, realizado en Ultramar o en el Rif, creaban -sin perspectiva alguna de futuro- familias condenadas a pasar penalidades, metidos en aquellos insalubres cuartuchos de patio de vecindad. José no era de aquellos; y una y otra vez, se rebelaba contra esa triste realidad.

A veces, mientras pescaba, José veía a lo lejos aquellos inmensos barcos que partiendo de Gibraltar tenían como destino las lejanas tierras americanas, y preguntaba al compañero que más estragos en la cara tenía, fruto de la exposición diaria durante toda una vida al sol y a la sal del mar: "Viejo, ¿adónde va ese buque?". Respondiendo el lobo de mar: "A Nueva Yo". Añadiendo: "Un amigo que tengo trabajando en el dique de Gibraltar me ha dicho que va cargado de italianos muertos de hambre. Y que aquí se suben a bordo los muertos de hambre españoles". José no paraba de mirar ensimismado a aquel gigante flotante, mientras pensaba: "A Nueva Yo...a Nueva Yo. ¡Algún día!". A su espalda el viejo también musitaba: "Muertos de hambre aquí, muertos de hambre allá, y más muertos de hambre acullá... El hambre y la muerte, Joselillo, no necesitan recomendación para viajá". Recordando los obligados pasaporte que la autoridad de la época expedía para controlar el movimiento de la ciudadanía.

En aquella dura España, la pobreza era vista de modo muy diferente, según el llamado Fuero o Pragmática social; entendiéndose como tal al conjunto de normas de urbanidad recogidas por ciertos autores de la generación del 98 -como Galdós- que se ponen en practica según la clase social del que escucha. Siendo el punto de equilibrio, según el autor de Marianela: "El no aparentar soberbia frente al rico, y no humillarse delante del pobre".

Difícil asunto muy presente en el diario trato entre clases, en el que la visión de algunos con posibles –para el creador de Los Episodios Nacionales-, según señala un protagonista de sus relatos al expresar: "No he conocido ningún pobre que tenga gratitud. Son soberbios y cuanto más se les da más quieren". Mientras que los pobres rehenes de la resignación cristiana –y siempre desde el punto de vista de los personajes del mismo autor-, asumen: "Los pobres han de ser pobres y como pobres portarse, que así bien me gano mi puestecico en el cielo". Esa era la España que sufrían las clases más humildes, espléndidamente retratada por el autor de Fortunata y Jacinta, y de la que pretendía huir aquel joven jornalero algecireño llamado José.

La mañana no fue buena. Suave viento cambiante; ahora viento del moro; y a poco suroeste. Al rato, viento de España, y mientras tanto: las aguas claras y el pescado sin entrar. A mediodía no había en cubierta ni para pagar los gastos del barco. Por otro lado, en La Pescadería se habría cerrado ya la venta de lo poco que habría entrado. Obligado había que prolongar la faena por la tarde para poder aprovechar el día. En casa de José, sus padres y hermanos, le estarían esperando para ver lo que traía de jorná. "¡Mierda de vida!", pensó.

Cayó la tarde. El pequeño barco, como el resto de embarcaciones que habían salido aquel día, simplemente cubrirían los gastos. Los marineros, alargando mucho los cuartos a repartir quizá podrían llevarse a casa un poco menos de la parte. El edificio de La Pescadería estaba cerca, el día oscureciendo y tenues luces iluminaban las sombras que se movían en su interior. Siempre le había llamado la atención a José aquel edificio que todos nombraban La Pescadería, desconociendo que tal denominación la tomaba del lugar donde se encontraba, un pequeño oratorio que hubo llamado por los más antiguos como "La Cruz de la Pescadería”. Y que como tal hunde sus raíces, según confirma el siguiente documento, en el renacer de la ciudad: “Sea notorio como Nos Luís de Quintanilla y María Ana Ramos, vezinos que somos de esta población de Algeciras y naturales de la Ciudad de Gibraltar, decimos que cuando estando poseyendo como Nuestra propia, una casa choza […], que contraído nuestro matrimonio hicimos y levantamos en el sitio de la Marina de esta población que hace esquina al muelle antiguo de ella por un lado […], y con testero principal de la puerta hace frente a la Capilla de la Cruz (de la Pescadería, o Plaza de la Cruz de la Pescadería) y que al presente está reducida a solar”.

Cruz de la Pescadería o Pescadería Cruz de la Pescadería o Pescadería

Cruz de la Pescadería o Pescadería

Poco se podría imaginar José, que en aquel lugar donde él sufriría al finalizar la pobre venta la injusticia del poco sueldo tras muchas horas de trabajo, padeciendo el sol y el frío, también fue en su pasado testigo de otra iniquidad, cuando el matrimonio protagonista del histórico documento, declaraba: “Obra poco más tiempo de 21 años que con ocasión de la tropa que se hallaba de guarnición en esta Población y el Marqués de Prou, por Comandante del Quartel de ella nos despojaron de la referida casa para ocuparla […], ofreciéndonos su Señoría que en su lugar se nos fabricaría otra por cuenta de la Real Hacienda lo que nunca tubo efecto […], y hallándonos sumamente pobres y con el derecho legitimo a la mencionada choza […], recurrimos al Sr. Conde de Mariañi, para que como Comandante General de este Campo de Gibraltar, nos atendiese y mandase se nos restituyese […], y con el números de testigos competentes justificamos el derecho y propiedad que tenemos a la expresada Casa”.

Si para José la injusticia social que se había establecido en la España de su época no tenía solución, afortunadamente para el matrimonio Quintanilla-Ramos, sí la hubo: “Por carta que escribió a Don José Riera Comandante actual del Quartel de esta Poblazión para que su Señoría diese providenzia se nos devolviese según constaba por la citada información […], la certeza de nuestra pretensión […] Y en su conformidad se nos díó la posesión de la mencionada casa-choza por Don Joseph Bardeño, ayudante de este quartel […] En esta Poblazión de Algeziras á nueve días de Diciembre del año 1740”.

Y llegó el momento de hacer las partes, y las manos de los cansados marineros se abrieron ante la figura también cansada del patrón. "Esto es lo que hay", dijo dándose la vuelta. Las manos se resistían a cerrarse esperando algo más. Pero aquello, como había dicho el patrón, era lo que había. En la cabeza de José volvió la frase que él creía haber dejado en lo más profundo de las aguas de la bahía... "¡Nueva Yo!... ¡Nueva Yo!".

Desgraciadamente, aquel lugar y aquellos pobres marineros no serían los únicos que sufrirían los efectos de una dura sociedad como la española de finales del XIX y comienzos del XX; décadas después, cuando se creía que con la llegada de la nueva centuria, ciertos males atávicos habrían quedado atrás, marineros también de Algeciras sufrieron la siguiente injusticia: "De puerta en puerta, andan los pobres marineros pescadores buscando quién les ponga por escrito sus quejas, contra el que los dejó en la ruina acuchillando en contra de la ley y el derecho, la red, que era su único capital y el pan de sus hijos". Prosigue el documento: "Más, son tan rectas las autoridades de esa jurisdicción, que el que no sepa escribir no puede tener la protección de la ley, por la cual se rigen [...] ¡Pobres pescadores!. ¡Infelices analfabetos! Victimas de su ignorancia de su falta de instrucción. ¿Pero será posible que no haya quién de limosna, les haga por escrito sus quejas del que le destrozó la red por capricho o deseos de venganza?. Triste situación la de los analfabetos que hallan de quejarse de atropellos en el que tengan que entender esa jurisdicción especial, de las muchas que ¿España necesita?, y le son precisas a su marcha hacia el progreso de los derechos de los ciudadanos". Concluyendo el documento: "Desgraciados los que tropiezan con el iracundo que esté protegido por esos colosos que llegaron a respetables puestos de la gobernación del Estado y no sepan escribir; pues si saben, también les será difícil el alcanzar justicia".

Afortunadamente, se encendió la luz de la esperanza para aquellos algecireños hijos de la mar, cuando... ”en nuestra ciudad, por fin, los marineros encuentran a quién se atreve a enfrentarse al poder establecido y redacta sus quejas"... Expresando la denuncia: "Sr. Comandante Militar de Marina de la Provincia. Manuel Cuenca Pareja y José Gil Luque, de la Inspección Marítima de ésta Capital, dueño y patrón del arte de Jábega y bote Maria de la Palma, a V. S. con la mayor consideración y respeto exponen: Que a pesar de tener V. S. conocimiento verbal de los hechos cometidos por el contramaestre de Puerto, don Carlos Rivero, el día 5 del mes actual, destrozando el arte de jábega de la propiedad de los exponentes, a bordo de la embarcación de referencia, hallándose ésta fondeada en la dársena, sin tripulación y sin conocimiento de ella, desean hacer constar por escrito, que acatando la resolución adoptada por V.S. y cuando se presentaron a recoger el copo o capirote, arrancando el arte, que se hallaba en la Comandancia, el expresado contramaestre, a nuestra presencia y la del señor Ayudante, volvió a cortar un trozo de la red, con lo cual y con los desperfectos ya ocasionados se hace imposible utilizarlos, sin hacer en el arte gastos de consideración que no puede soportar el estado precario de nuestra pobreza".

Prosiguiendo el relato de los hechos: "Las mallas de las redes de que estaban constituido el arte se hallan todas ajustadas a las disposiciones vigentes, como han tenido ocasión de apreciar los delegados de su autoridad y los peritos de pesca: Hemos cumplido estrictamente con las leyes y reglamentos, y sin embargo, por imprudencia o impericia de su subordinado el señor Rivero, se nos crean graves daños y perjuicios, no solo a los promovíentes, sino también a los tripulantes y garferos de la jábega, privándoles de los medios únicos con que cuentan para el sostén de sus familias las cuales pasan desde el día 5 del corriente mes, por el desesperado trance de no tener que comer. Y como nada hasta el presente se resuelve a favor de éstos desgraciados, hemos creído conveniente dirigirnos a la respetable autoridad de Vd. en SÚPLICA de que se sirva tomar si lo cree de justicia, las medidas conducentes, a fin de que por el causante de los daños y perjuicios ocasionados sean reparados estos, en la medida que con arreglo a justicia corresponda. Tanto nosotros como los pescadores todos, que siempre hemos tenido a las autoridades de Marina como a nuestros únicos protectores para el amparo de nuestros derechos y una fe ciega en sus resoluciones, rogamos una vez más esta gracia de V. S., cuya vida guarde Dios muchos años. Algeciras 10 de mayo de 1916".

(Continuará).

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