Historias de Algeciras

La Sanidad (LXXXIII)

  • Un brote de peste bubónica siembra la polémica en una Algeciras que envía a las personas mordidas por perros con rabia a Sevilla y solo tiene una matrona

Gracias a las rapidas medidas sanitarias tomadas Gibraltar quedaba al resguardo de posibles contagios.-

Gracias a las rapidas medidas sanitarias tomadas Gibraltar quedaba al resguardo de posibles contagios.-

Tras el desplante económico al Hospital Civil de Algeciras por parte de la familia Perelejo -viéndose con esta desafortunada decisión para los intereses sanitarios de los algecireños favorecidos los enfermos asistidos en el centro médico provincial valenciano-, la realidad sanitaria local persistía en su sempiterna precariedad.

Por aquellos días, entre ambos siglos, la pequeña sociedad sanitaria de Algeciras siente la pérdida del farmacéutico militar Pascasio García Rodríguez. Vecino de nuestra ciudad, este vallisoletano de 73 años en el momento de su fallecimiento, había sido destinado muchos años atrás al Hospital Militar de Algeciras durante la última cuarta parte del siglo anterior. Casado con la algecireña Encarnación Reina Rodríguez, tuvo varios hijos y se convirtió -además de gran profesional de la farmacopea- en un gran propietario de la mano de quién fuera su suegro Antonio José de Reina, importante prócer durante la segunda parte del siglo XIX en nuestra ciudad. Suyas fueron entre otras, las siguientes propiedades: la llamada Alhóndiga o almacén público destinado a la compra y venta de trigo, el edificio que ubicado en la calle Ancha le tenía arrendado al Estado para la instalación en él de la Casa-Cuartel de Carabineros; una casa en la Plaza Palma y otra existente en la calle Munición; así como el Cortijo denominado Las Monjas. Concretamente sobre esta última propiedad recibió por parte de la Dirección General de Obras Públicas, una fuerte indemnización por la expropiación que esta efectuó sobre las tierras del citado cortijo para el trazado de lo que sería la carretera Cádiz-Málaga.

También y por aquellas fechas falleció a la edad de 56 años y victima de una oclusión intestinal, Gertrudis Fernández Benítez, esposa del también farmacéutico Ricardo Almagro y Puig. Tenían su domicilio en el número 11 de la Plaza de la Constitución o Alta. Al igual que el matrimonio compuesto por Pascasio García Rodríguez y su esposa, la fallecida junto a su marido también gozaban de una desahogada posición económica sustentada en propiedades inmobiliarias, entre las que caben destacar: varias casas en el popular patio denominado Aljolí, un almacén en la calle Sacramento, una casa posada en la calle de Tarifa, varias viviendas en la calle Cruz Blanca, y casas en calle Rocha, El Calvario, calle Matadero o López. Teniendo así mismo propiedades en el vecino municipio de Los Barrios, tales como: las huertas denominadas Carrahola, El Colmenar y la Majadilla.

En otro orden de asuntos, las revistas médicas que en aquellos tiempos llegaban hasta los consultorios de los galenos algecireños, recogían en sus páginas artículos de investigación tan curiosos como el que sigue: Revista de Fisiología y Anatomía. Según los estudios del Dr. Honorato Saint... El cabello como todo órgano vivo, expresión en la cual también quedan comprendidas las plantas, es indudable que envejece. No en vano pasa el tiempo y todo órgano después de estar durante cierto transcurso de aquél ejecutando su misión, cumpliendo el fin para el que hubo de ser creado, se va resintiendo vá haciéndose viejo, en el sentido de haber sido ya usado y serlo cada vez más, hasta llegar a un momento en el que se atrofia, envejece y muere. Ocurre con el cabello lo mismo que con el hombre completo, esto es, que puede morir por causas extrañas á su funcionamiento de igual manera que puede el hombre morir de muerte violenta cuando mayores son sus energías y nada avisaba su próximo fin. Entre estas causas, a las que la edad del cabello es completamente ajena, figuran las pomadas, las rasuraciones mal hechas, ciertas enfermedades y la decapilación.

De regreso a la realidad sanitaria local, comentar que la amenaza de la peste bubónica en los puertos del Mediterráneo y la visita de una embarcación anclado en Getares por un inspector de sanidad llegado desde Gibraltar, provocó una dura protesta contra el Director Nacional de Sanidad, según se desprende del siguiente texto: “Las autoridades inglesas convencidas de la apatía que nos caracteriza enviaron á Getares á uno de su sanidad para que vigilase la tripulación de un barco antes de que entrase en su puerto.¡Que vergüenza Sr. Director General de Sanidad!. Humillados, se nos imponen celadores que vigilen en nuestras aguas. ¿En qué país vivimos? ¿Qué desgracia es la nuestra? Sobrevivir amenazados con la peste bubónica pasamos á sufrir el bochorno de una vigilancia extranjera...Y todo por carecer de fondos y de personal idóneo por el abandono de nuestros políticos y dirigentes. Esto es escandaloso Sr. Director General de Sanidad y urge tomar medidas radicales para evitar la muerte y la deshonra. Hay que organizar el servicio sanitario en la zona del Campo de Gibraltar y sus costas”.

En otro orden de asuntos, pero dentro del contexto sanitario, mediante mandato judicial se establece: “Por el juzgado de Instrucción se remite a la Alcaldía de Algeciras testimonio para que vuelva á tener ingreso en el manicomio provincial el alineado F.C.”. La comunicación judicial no decía nada sobre que administración correría con los gastos del traslado del alineado... no hacía falta.

La escasez de recursos municipales, propicia que el municipio de Algeciras cuente con una sola matrona para atender gratuitamente a toda la población necesitada de tal servicio. Situación que provocó una airada crítica: “¿Puede asegurar la Alcaldía si la única matrona titular llena todas las necesidades de este vecindario de pobres? Con una sola matrona -continua la denuncia-, no es posible atender debidamente á las muchas necesidades de beneficencia, máxime cuando le es imposible atender toda la actividad necesaria”. La solución para el denominado vecindario de pobres, consistía en acudir a la partera de turno, sin estudios ni preparación, para asistir a la embarazada en el momento preciso. Si bien muchas de estas mujeres ayudaron a venir al mundo a un gran número de algecireños, también es verdad, que en no pocas ocasiones su falta de formación para afrontar peligrosas situaciones sanitarias tuvieron graves consecuencias para la madre y/o recién nacido. La ignorancia y la falta de medios humanos proporcionados por la administración, mantenía escandalosamente elevada la estadística sobre mortalidad infantil durante los partos.

En la calle Ángel se encontraba la fábrica ilegal de conservas En la calle Ángel se encontraba la fábrica ilegal de conservas

En la calle Ángel se encontraba la fábrica ilegal de conservas

Desgraciadamente para los algecireños de su tiempo, la Junta Local Municipal de Sanidad vivía unos momentos de abandono presupuestario, en detrimento de la salud y el bienestar de los vecinos de Algeciras. Tal fue la desidia a las continuas denuncias del vecindario local que un grupo de censados del distrito de la Caridad, decidieron elevar sus protestas sanitarias a las más altas instancia militares de la zona: “Varios domiciliados en la calle Salmerón (Río), le han participado la protesta al Excmo. Gobernador Militar del Campo, con motivo de la entrada de una respetable cantidad de melvas en la fábrica de conservas establecida ilegalmente en la calle del Ángel y propiedad del tarifeño Gerónimo Romero”. El gobernador militar, que también por cercanías sufriría de la masiva presencia del citado pescado azul, rápidamente envió escrito a la Alcaldía señalando imperativamente: “Se tome por la autoridad municipal las medidas necesarias para que cuanto antes se proceda á inspeccionar dicho centro industrial”. Tres siglos después de su constitución, el cargo de Gobernador Militar del Campo de Gibraltar seguía teniendo una gran consideración popular para cuando las autoridades civiles no estaban a la altura debida en el cumplimiento de su deber.

Entretanto los vecinos de la calle Río o Salmerón esperaban la pronta solución al asunto de la fábrica ilegal de conservas de la calle Ángel, el consistorio algecireño seguía -incomprensiblemente- subvencionando el traslado a la ciudad de Sevilla de cuantos transeúntes eran mordidos por perros hidrófobos: “El doctor Murga desde el Hospital Provincial de Sevilla acusa aviso a la Alcaldía algecireña de que ha sido dada de alta María Salazar Vallecillo, que fué mordida en esta población por un perro afectado de rabia”.

Al mismo tiempo que esto acontecía en la realidad sanitaria y cotidiana de nuestra ciudad, un tal Dr. Tissot, sostiene en las revistas médicas que se ojean por los profesionales por estos lares: En mi obra El Influjo de las Pasiones, mantengo que la música y las bellas artes son de innegable utilidad para los que padecen de alguna enfermedad que procedan de causas morales, como decepciones amorosas, engaños sentimentales, etc. Recomiendo eficaz cultivo de las bellas artes asegurando que en casos críticos produce grandes efectos beneficiosos y dá resultados maravillocisímos.

Mientras que el citado Dr. Tissot relacionaba en su teoría los beneficios del arte de Euterpe sobre la salud de los olvidados por Cupido o Eros, los algecireños afrontaban con las famosas pastillas Riaza, las fiebres llamadas: tercianas, cuartanas o cotidianas. Por supuesto que aquél benéfico medicamento podía ser adquirido a un módico precio de 3 pesetas (40 pastillas), o 5 pesetas (80 pastillas), en las farmacias locales como la de Antonio de la Torre, sita en el número 3 de la Plaza de la Constitución.

La visión que en aquella época de comienzos del nuevo siglo se tiene de la relación cuerpo y enfermedad, bien puede comprenderse en la siguiente cuarteta que aparece publicada en nuestra ciudad: Mi cuerpo se parece a esos metales/ que son tenaces a la par que blandos/ me hacen daño los más pequeños males/ y resisto los golpes más nefandos...

Poesía aparte, la cotidianidad sanitaria de Algeciras se impone y la Alcaldía haciendo uso de sus atribuciones ordena a "Médicos titulares y particulares, por medio del Subdelegado de Medicina, nota de las personas que en esta población padecen de lepra”. Se desconoce –no haciéndose mención de ello en la documentación consultada- las medidas municipales tomadas una vez recibida la relación de enfermos. Dentro de la misma actividad del consistorio, se recibe en la Alcaldía notificación del Alcaide de la cárcel municipal informando del traslado al Hospital Civil de un preso gravemente enfermo llamado J.B. Expósito”. Por el apellido –y a tenor de la costumbre propia de la época sobre la inscripción registral de los recién nacidos abandonados en las inclusas-, bien se puede deducir que el citado, sin duda, sería un olvidado por la fortuna.

Por aquella época se produce una peligrosa coincidencia cronológica; por un lado el brote de peste bubónica que se origina y extiende por los puertos del Mediterráneo; y por el otro, la marcha de los musulmanes hacia la Meca. Pendientes y a la espera de las medidas que vayan a tomar las altas autoridades sanitarias españolas al respecto para las poblaciones sensibles a contagios y próximas al Estrecho -entre ellas Algeciras-, nuevamente el Gobierno británico -dando por enésima vez muestra de una mayor eficiencia y eficacia sanitaria- prohibirá la salida de los peregrinos desde las distintas posesiones del Imperio afectadas. Con esta oportuna medida, la vecina colonia de Gibraltar quedaba al resguardo de posibles brotes. Al otro lado de la bahía las autoridades seguían esperando instrucciones, mientras que el Director General de Sanidad -demostrada sobradamente su incapacidad en el asunto de Getares-, arropado políticamente seguía en su puesto calentando el sillón. Pero eso es otra historia.

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