Campo Chico

Juan Ignacio de Vicente, su ser y su estar

Panorámica del Puerto de Algeciras, en los años 50.

Panorámica del Puerto de Algeciras, en los años 50.

Personalidades de la talla de Juan Ignacio no abundan y producen un efecto tangible en las inteligencias sentientes. En el ecuador de los años sesenta, Algeciras era una ciudad de paso y un poco de veraneo, de unos setenta mil habitantes y un gran dinamismo social. Con una clase media incipiente y una pequeña burguesía no muy significativa. Las carencias de la posguerra, un abandono secular y la presencia colonial de Gibraltar determinaban su presente y ahogaban su futuro en el magma de una economía sumergida de proporciones inimaginables.

Por el contrario, el final del protectorado de España en Marruecos había dado un poco de oxígeno a una comarca, donde la industria pesquera era uno de los pilares económicos más importantes. En 1912 Marruecos se convirtió en un protectorado franco-español. No es cuestión de entrar en ello, pero las instituciones que crearon y desarrollaron los españoles en el norte de África a lo largo de cuarenta años, repercutieron en los años cincuenta en la economía del Campo de Gibraltar, donde se produjeron nuevos asentamientos de empresas, desarrollo de negocios e inversiones. La pesquería y el conjunto de actividades que generaba la captura, conservación y comercialización del pescado daban trabajo a mucha gente. Algeciras era un puerto pesquero de primerísima importancia y su lonja competía con las más activas del norte de España. Como ya he adelantado, Juan Ignacio trabajó unos años en el sindicato de la pesca, órgano de representación de los trabajadores del mar en el ámbito de la Cofradía de Pescadores. En la Algeciras de entonces no había mucho más que hacer, sobre todo si se tenía el propósito de prosperar intelectualmente.

Carlos Moisés era un santanderino de Colindres, en un paraje paradisiaco de mar y campo cerca de Laredo. Iba a pertenecer a una generación de jóvenes españoles que sufriría la guerra y se vería implicada en la reconstrucción de una España no sólo arrasada sino aislada internacionalmente. En Algeciras conoció a Micaela Lara Escobar y formaron una magnífica familia que Dios bendijo con cuatro hijos, uno de los cuales, el segundo, fue nuestro Juan Ignacio. Carlos Moisés trabajaba en la Cofradía de Pescadores y era un hombre muy bien relacionado. Amigos suyos, tales como Ángel Silva, el gran alcalde de los años cuarenta y cincuenta, y Mateo Estecha, alto funcionario de Tabacalera, eran con él un ejemplo de esa clase media, entonces incipiente, a la que tanto debe nuestra ciudad. En 1992, en Sevilla y con motivo de la Expo, el presidente cántabro Juan Hormaechea condecoró y homenajeó a Carlos Moisés como Jándalo de Honor junto a la madre del político andalucista Alejandro Rojas Marcos. Es el nombre que se les da a los inmigrantes cántabros en Andalucía, particularmente en Sevilla y Cádiz, un colectivo que buscando un lugar donde trabajar contribuyó de modo más que relevante al desarrollo regional.

La obra de Juan Ignacio es de tal magnitud que habría reescribir la historia teniendo en cuenta las fuentes por él desveladas

Ese caminar desde la esquina de la calle Convento más próxima al cuartel de Infantería, donde ahora está el parque arqueológico de las murallas meriníes, hasta los muelles, era más o menos el de los muchos trabajadores ligados a las actividades portuarias, a la pesca, a la marinería y al engrose de la mano de obra española que mantenía la base militar de Gibraltar y prestaba servicio en el entramado laboral de la colonia.

Nada más comenzar su trabajo en el sindicato de la pesca, alrededor de los quince años, Juan Ignacio empezó a tener problemas de visión. A lo largo de algo más de un lustro, tuvo que convivir con las limitaciones de un deterioro progresivo de la vista, que perdería por completo a los veintiún años, precisamente cuando iniciaba los estudios universitarios. Poco antes, la implantación del bachillerato nocturno en 1970, en el Instituto, le daría la oportunidad de abordar el bachillerato superior y el curso de orientación universitaria. En ese tránsito conocería a Mercedes Ojeda Gallardo, lo más importante que jamás pudiera haberle sucedido. Mercedes es su mujer, pero también su luz y el soporte de su esperanza. Con ella y junto a ella, termina los estudios secundarios y accede a la universidad en la UNED. Termina la licenciatura en Historia en Sevilla y ambos inician una actividad investigadora consagrada a la arqueología, la antropología social y la etnología, dedicada en gran parte a la época del repoblamiento de Algeciras y de la comarca en los primeros años del siglo XVIII.

El muelle pesquero, hacia 1960. El muelle pesquero, hacia 1960.

El muelle pesquero, hacia 1960.

El farmacéutico José Rivera Aguirre, un hombre providencial hoy olvidado, de gran cultura, aficionado a la arqueología y a la historia, estaba desde hacía tiempo pensando en promover la creación de un museo municipal. En 1981 presidía una comisión pro museo y pensó en Juan Ignacio para la dirección de la futura institución. Era el único licenciado en Historia que formaba parte de esa comisión y estaba en un momento de gran madurez intelectual. Trabajaba entonces en la identificación de las danzas típicas del Campo de Gibraltar: El fandango de La Jincaleta (Jimena de la Frontera), el fandango de Punta y Tacón o de Albarracín (San Roque y Castellar de la Frontera) y el fandango tarifeño o Chacarrá (Tarifa, Los Barrios y Algeciras). En 1982 publicaría El chacarrá y sus tradiciones.

El Ayuntamiento contrató a Juan Ignacio para organizar el museo y en un pleno lo nombró director. El alcalde, Esteban Bautista, había establecido la sede de la alcaldía en la calle Ancha, en el edificio que fue del Banco de España y el proyecto era crear el museo en el histórico edificio de la calle Convento. El período socialista comienza en 1983 con una irrupción en las instituciones que bien podría ser adjetivada de tsunami político. El proyecto de museo entraría en espera, después de un intento de situarlo en La Bajadilla, y los políticos de turno ven en la ceguera de Juan Ignacio un motivo para argumentar su relevo.

Un magistral artículo de Juan José Téllez, que se publica entonces con el título Una ceguera repentina, desvela las intenciones del concejal de Cultura, López Bedmar, de sustituir a Juan Ignacio por alguien más manejable, y en ese ínterin se produce la moción de censura que lleva a la presidencia del Consistorio al Partido Andalucista. Todo fue a peor y Juan Ignacio firmó la renuncia al cargo el día 4 de agosto 1992. Ahí quedaba una década de trabajo de la que apenas si se nos ha dicho nada a los algecireños. Sin embargo es en sí misma la protohistoria del museo del que ahora podemos disfrutar en su espléndido emplazamiento del antiguo hospital de La Caridad.

Juan Ignacio optó entonces por la enseñanza, que ha ejercido en centros públicos hasta su reciente jubilación, en el Instituto García Lorca, del Saladillo, y en el Miguel Hernández, de La Reconquista. El Instituto de Estudios Campogibraltareños (IECG) le ha permitido, como a otros muchos estudiosos e investigadores, la publicación de la mayoría de sus trabajos. Debemos estar orgullosos de esta querida institución y celebrar su rol de concentración de saberes. Se ha convertido con el paso de los años y la calidad de sus hacedores, en una especie de sapiencia comarcal. Ahí está lo mejor de la creatividad científica de la comarca; el IECG justificaría por sí solo, la existencia de la Mancomunidad.

El museo, en su anterior emplazamiento. El museo, en su anterior emplazamiento.

El museo, en su anterior emplazamiento.

He observado su progreso desde que José Carracao, en la presidencia, Rafael García Valdivia, en la ejecución, y Luis Alberto del Castillo en la dirección, junto a otros admirables paisanos, emprendieron una tarea que ha resultado ser espléndida y brillante. Insólita si nos remitimos a la dejación que suele reinar en torno a estas iniciativas. La creación de la revista Almoraima con unos excelentes patrones de calidad, ha sido el mejor ejemplo de su brillantísima ejecutoria. Almoraima sobre todo, también Aljaranda, una revista editada por el Ayuntamiento de Tarifa, y otros soportes acogen una obra variada y rigurosa, de gran interés para las localizaciones sobre las que Juan Ignacio ha puesto una especial atención. Conviene destacar que los trabajos de esta naturaleza rara vez encuentran acomodo en las grandes revistas científicas. Por eso son tan importantes las revistas como Almoraima y por eso debe incentivarse la investigación de lo cercano.

La labor investigadora y, por extensión, divulgadora de Juan Ignacio es más que sobresaliente. De tanto como puede extraerse de ella, un trabajo publicado en 2007, en el número 34 de Almoraima (pp. 67-92), tal vez pueda ser tenido como la culminación de una larga tarea de investigación que se desarrolla a lo largo de más de una década. Esencial para entender lo que ha ido pasando y cómo pasó en aquellos primeros años decisivos, del siglo XVIII. Me refiero a Los primeros años del exilio del Cabildo de Gibraltar (1704-1716). Juan Ignacio levanta la alfombra, induce el afloramiento de los muchos errores acumulados y expone con el rigor necesario el desarrollo de los acontecimientos.

Me consta que su magnífico trabajo junto a Mercedes Ojeda y otros colaboradores necesitó sortear miserias y resistencias, que haberlas haylas y las hubo. Pero ahí quedaron una serie de artículos que como el citado a modo de colofón, son fundamentales para entender la historia social del repoblamiento de Algeciras. Resulta chocante, pero no sorprendente, que después de su difusión aún se sigan publicitando los viejos errores acumulados. La obra de Juan Ignacio es de tal magnitud que habría que reescribir la historia del repoblamiento para que, teniendo en cuenta las fuentes por él desveladas, pudieran neutralizarse los efectos de afirmaciones gratuitas, a veces interesadas, con frecuencia disparatadas que se arrastran en la historiografía de la comarca desde tiempos inmemoriales.

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