Historias de Algeciras

El perdón de una madre (I)

  • La familia formada por Isabel, Isidro y el pequeño Fernando dejaron Málaga para refugiarse en Algeciras de una España sumida en la guerra

La Plaza de Casares.

La Plaza de Casares.

Al comenzar el siglo XIX, el matrimonio compuesto por Isidro Bansenble y su esposa Isabel Malavilla, tenía su residencia en la malagueña población de Casares. Ambos habían contraído matrimonio durante los últimos años de la llamada: Centuria de la Luces, con la lógica ilusión de crear una familia.

Y tal como ellos esperaban, la familia aumentó. Al poco de iniciar la vida en común Isabel quedó embarazada; y posteriormente, cuando se cumplió el tiempo que marca la naturaleza humana, nació el primer y único vástago de aquel joven matrimonio. Al neófito casareño, le impusieron por nombre Fernando, y fue bautizado por obligadas razones administrativas-canónicas en la parroquia del lugar, conocida como la Iglesia del Llano; si bien a la nueva madre, mujer de profunda religiosidad, de seguro le hubiese gustado que su querido hijo Fernando, hubiese recibido las aguas bautismales en la popular ermita de San Sebastián y frente a la imagen de la Virgen de Rosario, a la cual ella era -como la mayoría de las casareñas-, tan devota.

Fernando creció correteando por las moriscas e intrincadas calles de su Casares natal. Cuantas veces, junto al resto de chavales del pueblo, jugó al corro tomando como epicentro del juego la llamada Fuente de la Plaza, cuya construcción databa de aproximadamente 20 años atrás, cuando sus padres eran aún adolescentes y reinaba en España, el Rey Nos. Don Carlos III.

Al mismo tiempo que el joven Fernando iba creciendo, también aumentaban las preocupaciones familiares. La situación del trabajo en el pequeño municipio malagueño no era buena. Aquella España de comienzos del siglo XIX, estaba oficialmente en manos de un rey más pendiente de su afición por la carpintería que por las cuestiones de Estado. Carlos IV -hijo del monarca que hizo posible la Fuente de la Plaza de Casares-, con la misma falta de interés atendía los asuntos del reino que los del dormitorio que compartía con su esposa la reina María Luisa de Parma.

Por los mentideros madrileños de la época se comentaba: “Más asuntos de Estado se trataban en la alcoba de la reina en ausencia del rey, que en el Consejo de Ministros presidido por su majestad”. La raíz de tal comentario se encontraba en la “cercana relación” que mantenía la de Parma con Manuel Godoy, favoritísimo primero y después generalísimo de la Nación. Este badajocense de nacimiento, hijo de un coronel del Ejército, en un abrir y cerrar de bragueta, pasó de ejercer como guardia de Corps al cargo de Secretario de Despacho de la Casa del Rey; para, posteriormente, alcanzar las más altas instancias del poder.

Aquella surrealista situación sería aprovechada por la corona francesa enfrentada con el imperio británico, para utilizar el reino de España como “aliado obligado” frente a los ingleses. El asunto que obligaba a España a una posición de subordinación a los intereses de Francia frente a la Gran Bretaña, venía de lejos. Ya, el abuelo de Carlos IV Felipe V inició a través del primer Pacto de Familia (1733), esta tóxica relación que tantos infortunios acarrearían a nuestra nación. En definitiva, el cada vez menor peso diplomático español en el contexto internacional de la época, unido a una pésima dirección de los destinos del país, trajo consigo una catastrófica situación económica que como siempre ocurre sufrieron los más humildes; en el caso que nos ocupa, la familia casareña compuesta por Isidro, Isabel y el pequeño Fernando; victimas, como el resto de la población, de su tiempo -y de otros tiempos- de las intrigas políticas y palaciegas de la España que les tocó vivir. La situación en los pueblos y en los campos de nuestro país se volvió desesperada; y por tanto -como tantos otros-, Isidro y su mujer se plantearon buscar un nuevo horizonte.

Mientras esta familia casareña pensaba en su futuro, el de nuestro país quedaba de algún modo marcado con el desastre naval que nuestra Armada Nacional sufrió en 1805 frente a los Bajos de la Aceitera, y junto al cabo de Trafalgar. España decía adiós de modo injusto y cruel a su poder en los mares. Aquellos Pactos de Familia con Francia, habían empujado a lo mejor de nuestra Marina, tanto en hombres como en navíos, a sucumbir frente a la flota británica comandada por el almirante Nelson.

Aún la familia encabezada por Isidro se encontraba en Casares, cuando un nuevo revés empujó aún más al desastre a nuestro país: las tropas napoleónicas habían entrado en España iniciándose la guerra de la Independencia; durante la cual, los maltrechos campos sufrirían el lógico abandono y la vida en pueblos y ciudades se vería tremendamente afectada. El día 3 de mayo de 1808, Andalucía se pronuncia en favor de Fernando VII. Durante las siguientes jornadas reina la confusión, se habrá de esperar hasta el 27 del mismo mes para constituirse la Junta Suprema de Sevilla.

La situación en los pueblos y campos se volvió desesperada, sin futuro alguno

Una de las primeras medidas tomadas por la Junta hispalense, consistió en enviar hasta la Comandancia General del Campo de Gibraltar con sede en Algeciras, un comisionado para entrevistarse con el titular de la misma. Cuatro años antes, el general Castaños decidió trasladar la citada comandancia desde la vecina población de San Roque hasta nuestra ciudad. La segura lejanía con respecto a la colonia británica de Gibraltar, el estratégico fondeadero algecireño y el posible uso del camino a Cádiz situado a la retaguardia de un posible enfrentamiento con el inglés en la bahía, fueron -al parecer- las razones tácticas que motivaron la decisión del futuro Duque de Bailen.

Al poco de declararle la guerra al francés, un gran contingente galo al mando del general Dupont puso rumbo hacia el sur de la península. La presencia de las tropas de Napoleón en las diferente localidades que encontraban a su paso, originaba la puesta en marcha de filas de refugiados que se trasladaban a zonas no controladas por el ejército ocupante. La cada vez mayor cercanía de los franceses, y el rumor de las tropelías que sus tropas cometían contra la población civil, quizá pudo ser el empuje definitivo para que Isidro junto a su mujer e hijo, abandonaran su querido y amado pueblo de la sierra. Pero: -¿Adónde ir?. Se preguntaría lógicamente el matrimonio en su huida.

La capilla de la Alameda de Casares. La capilla de la Alameda de Casares.

La capilla de la Alameda de Casares.

Por aquel entonces, y dada su lejanía con los principales focos de la guerra, el Campo de Gibraltar se había convertido en una zona segura para los refugiados venidos de diferentes puntos de la región, viéndose en poco tiempo incrementada la población de la comarca. Siendo una de aquellas familias refugiadas la compuesta por Isidro, su esposa Isabel y el pequeño Fernando.

Al mismo tiempo que la familia casareña de los Bansenble-Malavilla se asentaban en Algeciras, el general Castaños convocó en su propio domicilio -el día 30 de Mayo festividad de San Fernando- a todos los jefes y oficiales bajo su mando, preguntándoles sobre la conveniencia o no de proceder al saludo de ordenanzas por el día de San Fernando. En definitiva Castaños -como viejo zorro que conocía sobradamente los sucesos que estaban ocurriendo en la nación-, quería saber el grado de adhesión de los hombres bajo su mando a la causa de Fernando VII. Una vez obtenida la información, dio las órdenes oportunas para que se hiciera inmediatamente el saludo según las ordenanzas. El gobernador militar de Ceuta, Ramón de Carvajal, siguió el ejemplo de Castaños.

Durante los días sucesivos, los algecireños junto a los refugiados que llegaban incesantemente hasta nuestra ciudad, pudieron observar como distintos correos entraban en Algeciras al grito de: "¡¡Viva Fernando VII!!". La llegada de estos emisarios, provocaba nerviosismos en la población: “Acudiendo la muchedumbre al balcón de la casa del General para saber de los hechos que estaban ocurriendo en el resto del país. Posteriormente, se aclamaba al Rey y se solicitaba la suelta de un toro enmaromao”.

Su condición de padre libraba, en principio, a Isidro de la contienda contra los franceses

Una mañana, Isidro vio como la muchedumbre se agolpaba para leer un bando. Tras hacerse un hueco y colocarse estratégicamente, pudo acceder al documento redactado por la Junta Suprema sevillana, como respuesta a la invasión francesa de Andalucía: "Se convoca a todos los hombres entre los 16 y 45 años, divididos en tres grupos: primero irán los voluntarios; si no eran suficientes, los solteros y casados sin hijos; los eclesiásticos de ordenes inferiores y los servidores de la iglesia. Quedaban inicialmente rechazados los que tenían a su mujer embarazada, los notoriamente inútiles, los negros, los cargos públicos y los ordenados de epístola". Si bien su edad se encontraba entre los límites impuestos por el bando, su condición de padre, en un principio, le libraría de acudir a la guerra. No obstante, Isidro correría pronto y veloz a comunicar a su esposa Isabel lo que había leído y la posibilidad futura de que fuera reclutado para enfrentarse a los gabachos. Sin aún una residencia fija en nuestra ciudad pues hacia poco tiempo de su llegada; prácticamente con lo puesto, y manteniéndose con los pocos ahorros que ocultaban en lo más profundo de sus vestimentas, la familia Bansenble-Malavilla, se enfrentaba a un nuevo peligro: la posible marcha del cabeza de familia a la guerra y la posibilidad de que no volviera. Isabel era una mujer de profundas creencias religiosas, y sin duda acudiría mentalmente a pedir ayuda a su Virgen del Rosario.

Las circunstancias les fueron favorables a Isidro -y por ende al resto de la familia-, y no fue necesario que fuese convocado para unirse al gran ejército que las Juntas de Sevilla y Granada estaban procurando conformar para enfrentarse al ejército francés al mando del general Dupont. En aquella época, las unidades militares destacadas en la zona eran las siguientes, según la documentación consultada: “Algeciras, el 1º y 3º batallón de los Regimientos de Ynfantería de línea, Corona y África. Ynfantería ligera de Jaén, Lorca y Sigüenza. San Roque, 3º batallón del Regimiento de Ynfantería de línea de Murcia. Regimiento de Santiago de Artillería, y los Regimientos de Ynfantería Ligera de Barbastro, Gerona, Campo Mayor y Guadix. En Los Barrios, el Regimiento de Málaga”. No obstante, a las fuerzas existentes en la Comarca, había que sumarle el gran número de voluntarios de todos los municipios de la zona que acudieron a la llamada de las Juntas Supremas y de Castaños, quién para entonces había aceptado el puesto de Capitán General de los Ejércitos en Andalucía. Los Bansenble-Malavilla, al igual que el resto de refugiados y la población de Algeciras, no se librarían de los males de aquella guerra.

(Continuará)

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