25 aniversario del Café Teatro: Crónica de una subcultura abortada
Tribuna de opinión
"En Café Teatro vi desfilar a multitud de poetas y cantautores con gran talento que han sido ignorados por los gestores de la cultura de esta ciudad", defiende el autor
Durante el 25 aniversario del Café Teatro se revolvieron recuerdos y sensaciones que me hacían sentir bien. A los que éramos de la esquina maldita nos vencieron, por la sed de muchos por ser relevantes o por cuitas absurdas. Y muchos abandonamos ciertos barcos porque algún esquirol nos echó por la borda a cambio de prebendas institucionales.
Decidí, después de idas y vueltas, retirarme definitivamente de los recitales. Y qué mejor manera que hacerlo en el 25 aniversario. Ignoro si volveré de manera íntima y con gente cercana, pero de manera pública, jamás. Me asquean profundamente los ‘jajeos’ impostados, las risas brujeriles de cierta sorna supremacista que adornan el sonido ambiente de ciertos recitales. Un entorno muy distinto a mis comienzos en 2004. Ahora existe una cierta disidencia controlada buscando el despacho institucional o la subvención pública, pedigüeños buscando como juglares medievales alguna corte de algún rey que, a cambio de adulaciones, le dé alguna ganancia para su vanidad o para su bolsillo.
Hay algún escritor que ha vivido de dinero institucional y de sus padres o parejas, mantenidos, sin oficio reconocido. Sin embargo, otros nos levantamos temprano por la mañana en las profesiones que nos han tocado y le quitamos horas al descanso y al asueto para poder escribir. Ante la ausencia de padrino no hay otra que esforzarse cada día, para que alguna vez se fijen en ti y en tu mensaje. ¿Quién no quisiera tener una vida holgada?
En Café Teatro vi desfilar a multitud de poetas y cantautores con gran talento que han sido ignorados por los gestores de la cultura de esta ciudad, precisamente por ser indiferentes a los actos sociales, camuflados de actos culturales, en los que verse y dejarse ver.
En mi caso, la acción de escribir fue una herida infligida por tiempos de incomprensión y de un amor imposible, porque precisamente no estaba preparado para luchar.
La poesía nunca me dio un reloj para volver a junio de 2001. Nunca sabrán el porqué de mi poesía. Nunca sabrán quien fui y quien soy. He sido la máscara verdadera ocultando un dolor insoportable. A todos mis amigos siempre he procurado quererles como a mí me hubiera gustado querer a ella. ¡Joder! Ella y yo éramos la única armonía que he conocido. Ahora, es verdad, no soy él, soy otro y para ella ya no sería ni tan siquiera conocido. Ella nunca ha sabido lo que soy para vosotros, ella es mi mejor secreto guardado. Ella encendió el interruptor de mi fuego interior. Sin ella no me hubierais conocido. Sin ella, Crónicas Perversas no hubiera existido, sin ella...
Ella nunca leerá algo mío. Y tal vez quede como una ducha diaria de humildad, de tantos tontos que dicen que voy buscando gloria, cuando nada, nada me puede llevar a junio de 2001.
Ella no lee literatura, ni filosofía, ni historia.
Por mucho que escriba, ella no va a leer nada. Por muchos premios que me dieran, por muchos reconocimientos, por mucho realengo que hagan a mi persona, a ella no le llega. Eso me ha permitido vacunarme de la vanidad de la clase media, eso me ha permitido ser terrenal, en la medida de lo posible.
A cambio, me dio la oportunidad de ir conociendo a personas que, siendo una época de mi vida no muy fácil, me acogieron como una especie de “hermanos mayores” adoptivos y fui forjando unos valores que me han acompañado en el proceso de juventud a adultez.
Donde el arte se vestía por los pies y había una gran libertad y libertinaje que en estos tiempos serían impensables. Por deciros que por mi parte organicé un Premio de Poesía Pornográfica “Débora” con la ayuda del “Chipi” y de Jorge del Águila (si os dicen otra cosa, es mentira) en el que el jurado eran Juan Emilio Ríos, José Luis Tobalina y Rafael Viso. La librería Praxis puso el premio y lo ganó Juan Fabre, siendo el segundo premio María Luz Terán.
Óscar Bergillos, Pepi López Alonso, Juan Fabre, Antonio Romera “Chipi”, Alberto Rioja, Fran Alarcón “Malamadre”, “El Pájaro”, Eli, Pedro Oncala, “Chencho”, “Papa”, “Api”, Jaime Giles, Sergio Berrocal, “El Pipa”, “El Waco”, “Sandy” y “Nani”, Ángel Escuin, Pablo Burbano, Pepe Reyes, Jesús Marín (lo pongo el último por hacer siempre tongo) y un eterno etcétera.
Seguramente me haya olvidado de más de un millar de nombres, pero han pasado cerca de 23 años desde que pisé por primera vez el Café Teatro, cuando “Chipi” estaba arreglando el escalón de la entrada del Café Teatro. Éramos muchos y no había móviles con cámara, ni había ciber-postureo, ni nadie se preocupó por registrar todo aquello. Vivirá en el recuerdo de los que atravesamos aquellos tiempos. Karl Max dijo que la historia se repite dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa.
Ahora hay mucha gente disfrazada de lo que fuimos. Disidencia controlada.
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