El ex presidente y la tv

El poder de la imagen

  • El ministro Manuel Fraga lo fichó en 1965 para los programas de TVE Su sucesor en Información, Sánchez-Bella, lo elevó a director general Prado del Rey estaba a su servicio cuando llegó a la Presidencia

La buena impresión era fundamental para Adolfo Suárez, voraz relaciones públicas en su carrera política desde un pueblo de la Meseta hasta alcanzar La Moncloa. Las formas siempre fueron vitales para un excelente negociador y un tenaz paciente de despachos. Y la imagen. La buena imagen. Todo sobre lo de dar el lado bueno en la pantalla y detrás de ella lo aprendió Adolfo Suárez en TVE. En los primeros años del mastodonte de Prado del Rey comenzó a tejer su red de contactos, políticos y empresariales, mientras apuraba con fino hilo censor. La todopoderosa cadena, el régimen y su doctrina metidos plácidamente en el salón de todos los hogares españoles, no podía permitirse ni sobresaltos ni incomodidades. Ni un escote de más ni una homilía de menos. Eso lo llevó Suárez a rajatabla mientras echaba una mano a quien pudiera necesitar unos minutos de gloria o la omisión de una inoportunidad.

Las oficinas de RTVE eran una atalaya donde el futuro presidente podía tutear a cualquier figura, mientras crecía en preparación, en visión política y también en olfato para los negocios.

La primera etapa en el organismo fue bajo el sol de Manuel Fraga, ministro de Información, por recomendación del tutor del abulense, Fernando Herrero Tejedor. Con 33 años fue nombrado director de programas de la televisión. Una cadena paternalista y oficialista, donde abundaban los dramáticos, los programas divulgativos (él pondrá en marcha la televisión escolar matinal) y unos Telediarios, a las tres, a las nueve y a las once y media, que aún eran llamados como "el Parte" por millones de espectadores de una posguerra que empezaba a quedar difuminada.

En pocos meses, el eficiente Suárez se convertía en el director de la Primera Cadena, de la Única. El UHF emitía en pruebas y estaba destinada a ser plataforma de experimentos y futuro ventanuco de jóvenes creadores algo contestatarios. Minucias de escaparate. La Primera, la que se veía (la Segunda era virtualmente invisible), era la oficial, la que debía entretener e instruir. E informar al dictado del ministro.

El entusiasta abulense se convirtió en un experto en imagen. Su reclamo al voto en las elecciones a procuradores en Cortes de 1967 (la foto que preside la página) atestigua ese máster de dos años en Prado del Rey. Un aspecto kennedyano, alejado del aura rancia de muchos de sus compañeros de escaños. Ligeramente movido dentro de un Movimiento estancado. Siempre impecable, sin una arruga. Formal sin ser convencional; gubernamental, pero como si fuera uno de los nuestros. Así fue y así lo recordamos.

"Bienestar y Cultura para nosotros y nuestros hijos", su lema. Seguro que lo pronunció más de una vez en su despacho con vistas a la sierra. Sus paisanos lo llevaron por aclamación a la Carrera de San Jerónimo y de ahí sólo había un paso para migrar de la tele, a fin de cuentas una posición para hacerse valer, a ser gobernador civil, un entrenamiento para metas ejecutivas mayores en responsabilidad y territorio. Y la provincia era idónea: Segovia, a pocos kilómetros del meollo madrileño. Adolfo Suárez jugaba en ideas con ventaja sobre la mayoría, a lo que se añadía su don de gentes y una proximidad al hombre fuerte del régimen, el vicepresidente Carrero Blanco.

En 1968 dejaba de preocuparse por los programas para pasar a las preocupaciones segovianas. Detrás dejaba proyectos como los primeros contenidos de TVE premiados en el extranjero: El último reloj, El asfalto o Historias de la frivolidad (todos ellos de Narciso Ibáñez Serrador), burla contra la censura y estrenado después de la Oración, Despedida y Cierre. Despuntes osados para dar otra imagen más allá de los Pirineos. El programa de más éxito de esta trayectoria fue la serie Historias para no dormir. Terror para un país que siempre tenía miedo. Y los niños se reían con las inclinaciones imposibles de Locomotoro. El junco que se dobla pero siempre sigue en pie.

El cambio de ministro de Información, con los leves aires cambiantes de 1969, le vino bien al gobernador segoviano. Carrero Blanco le recomendó directamente para que fuera director general de RTVE y el relevo de Fraga, Alfredo Sánchez-Bella, lo tuvo claro. También contaba con la propuesta del Príncipe de España, con el que Suárez iniciaba una relación estrecha y discreta.

En la cúspide de la casa donde se había fraguado su imagen, Suárez emprendió una paulatina operación de rejuvenecimiento de la televisión y del aspecto de un régimen controlado por un anciano. En España mandaban los de siempre, cada vez más mayores, pero los españoles empezaban a confiar en un futuro más feliz, representado en los Príncipes, mudos y saludadores, viajeros e inquietos.

La etapa de la dirección general de Suárez fue la más brillante y revolucionaria, dentro de lo que cabe, de la historia de la TVE en blanco y negro, pese a su dramático contexto histórico. Desde los primeros programas de entrevistas en directo, como el de José María Íñigo, a los espacios de reporteros en el extranjero, el doblaje de la series (que hasta entonces llegaban con voz latinoamericana), series propias con ambición (Los camioneros, con Sancho Gracia) e intención (Crónicas de un pueblo). Una apertura con la puerta entreabierta. De paso tuvo que despedir a su hermano de secretario, José María, Chema, un caso casi perdido.

De Prado del Rey salió en 1973, curtido y relacionado, con enemigos pero sobre todo con incondicionales. Leales en una casa de veteranos carcas que pusieron a su disposición el gigante de TVE para construir el calculado derribo del franquismo. La televisión hablaba de ilusión y de normalidad. Buena imagen, siempre buena imagen, para un país que cambiaba de camisa. El presidente la llevaba siempre celeste, la que daba mejor contraste en blanco y negro.

Suárez ya llevaba su experiencia electoral de 1967 para vender con garantía su mutante UCD. Impecable. Arrugas, las justas. Sólido y responsable. Fue el primero en aparecer en la noche de los candidatos de 1977. La televisión de Suárez culminaba con éxito la operación. Después todo se hizo tan cuesta arriba que fue difícil enmendarlo en la pantalla. El presidente pidió que su realizador favorito, Gustavo Pérez Puig, no estuviera presente cuando, con mala cara, en febrero del 81, anunciaba su dimisión. La azulada TVE de la UCD más dura moría año y medio después.

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