Adolfo Suárez

Leones y cocodrilos

EL Congreso de los Diputados dispuso ayer sus mejores galas para escenificar la comunión de sus representantes con sus representados, que montaron una agradecida cola kilométrica para dar el último adiós a Adolfo Suárez, ese campeón del consenso cuyo último milagro ha sido juntar a enemigos íntimos como Felipe González y José María Aznar, que no sólo aguantaron el tirón aparcando sus rencillas con cara de póquer (y pocos amigos, miren las imágenes) sino que ya puestos a escenificar el espíritu de concordia que flotaba en el ambiente acabaron contándose historias de sus nietos. Paradójico teniendo en cuenta que escuchando a estos dos ex presidentes del Gobierno a veces parece que no tienen abuela.

"Sería bueno que además de pocos fuésemos bien avenidos y pudiéramos dar de vez en cuando algunos ejemplos como el de hoy", declaraba luego Aznar, quizá el primer sorprendido por el armisticio gazmoño. El tercer ex inquilino de La Moncloa en danza al ritmo imperativo de la concordia, José Luis Rodríguez Zapatero, recordó que fue su Ejecutivo quien diseñó el protocolo de Estado para las honras fúnebres a ex presidentes del Gobierno, que se estrenó con Leopoldo Calvo Sotelo, en mayo de 2008. "Hoy me recordaba Felipe González que hay ex presidentes que no se sabe dónde están enterrados". La perla aludía, es un suponer, a un tal Manuel Azaña, cuyos restos yacen con más pena que gloria en la localidad francesa de Montauban.

El adiós a Suárez nos está haciendo olvidar por unos días las miserias de la política, que se parece demasiadas veces a un juego de tahúres que sólo piensan en las próximas elecciones, aunque los verdaderos estadistas, como el finado, piensan en las próximas generaciones. Pero la magia la rompió ayer Esperanza Aguirre, certera y lapidaria: "Suárez fue maltratado por todos". Algunos de los que ayer se deshacían en elogios a Suárez como sus antiguos correligionarios en UCD como Miguel Herrero de Miñón o Landelino Lavilla bien podrían darse por aludidos. Puedo prometer y prometo que entre los leones del Congreso se paseó ayer más de un cocodrilo lloroso con cara de pena y, sobre todo, de póquer.

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