Opinión

Esther y su magia oriental

Ponzu, salsa kimchi, ingredientes orientales que nos habrían sonado a chino hace unos años y que no sólo aparecen ya en las cartas con pretensiones sino que una niña de 10 años de Granada puede con ellos y con sus elaboraciones a sorprender, e incluso emocionar, a chefs con tres estrellas. Esa excelencia en Masterchef Junior es lo que hace prodigiosa a esta versión. El veredicto se dijo a la una de la madrugada cuando al día siguiente hay cole, pero aguantar al duelo final mereció la pena. Aún así, no hay noche de cacerolas que se haga larga.

Aunque el jurado a veces se pase de exigente (ellos mismos se disculpan porque se llegan a olvidar de que están tratando a avispados pinches de un palmo), el formato de La 1 gana con los pequeños aspirantes, con sus dotes de espontaneidad, ingenio y sorpresa. Esther, esa paisana que animaría al propio David Muñoz a abrir un restaurante bajo la Alhambra, ha sido un ejemplo de laboriosidad pero también de simpatía y generosidad en estas entregas. Es de justicia la emoción de esos sufridos padres, orgullosos por tantos valores mostrados. María, la contrincante, lloraba a moco tendido con las apreciaciones quisquillosas de Pepe y Jordi. Se veía derrotada de antemano y tuvo una reacción natural de niño. Tan natural y sincera como los abrazos de consuelo que deportivamente se dan los buenos rivales infantiles. Es verdad que a Mastercher Junior los participantes llegan como si estuvieran muy trillados pero habrá que reconocer que esta nueva generación se atreve con faenas que hubieran sido impensables ver en la pantalla. Y todo empezó hace veintitantos años en Lluvia de estrellas con niños algo lacios haciendo playback.

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