Verano

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  • Más de 2.000 personas trabajan para los chiringuitos del litoral en un verano en el que la crisis empieza a asomar la nariz. Algunos cifran el descenso en cerca de un 60%

Cincuenta africanos desesperados alcanzaron hace dos semanas la costa a la altura de Punta Candor, una lengua de arena al final del término de Rota. Desembarcaron y corrieron hacia el interior, buscando las dunas. En su huida pasaron ante el chiringuito de los Vizcaíno, se aprovisionaron de agua y sandías. Bienvenidos al primer mundo en crisis. Cuentan el hecho en el chiringuito mientras dos senegaleses intentan colocar collares a hombres mojados en bañador. "Tú piensas en esos pobrecillos que vienen buscando lo que sea y nosotros aquí, cada vez peor". Se respira pesimismo en el chiringuito de los Vizcaíno. "Un 60% menos de ingresos y no te exagero", informan en la barra. "A estas alturas, en los diez primeros días de julio, ya se había amortizado el gasto inicial de abrir el chiringuito. Este año estamos muy lejos de eso". Y abrir un chiringuito cuesta, sin contar la licencia, un mínimo de 5.000 euros en gastos menores. Más los primeros pedidos. "Hemos tenido que tirar dos cajas de pescado", se lamenta el encargado. En números redondos, la caja diaria ha caído en mil euros diarios. Sigue vendiéndose la sardina, siguen cayendo cervecitas, pero la gente gasta menos. Los Vizcaíno, que son un clan chiringuitero, una institución en Punta Candor, se temen un mal año y el encargado, al que le golpea la crisis por todos lados porque es encofrador y la construcción también le ha dado la espalda, espera que agosto remonte. Dentro de lo que cabe, hay que agradecer que el chiringuito se mantenga. Hace ocho años una marea destrozó el chiringuito que tenían a pie de playa. Una gran marea que rompió el rompeolas. Ahora están un poco más arriba y mantienen la licencia, no como un colega de Rota que fue a la subasta a sobre cerrado y perdió el chiringuito que regentaba porque en otro sobre aparecía una cifra con 50 euros más. Nos coloca una sardina con un pimiento por delante y vaticina malos tiempos. Mal verano. Son las dos de la tarde y hay una preocupante tranquilidad en Punta Candor, con cuentagotas suben los bañistas. "Esa gente de las pateras se juega la vida y llega hasta aquí, pero me parece que están muy equivocados si piensan que esto es el paraíso".

Que se lo pregunten al Tete, que hace años vende latas de cerveza en Valdelagrana. "La gente se trae sus cosas del Mercadona. No gasta ni en saludos". Sin embargo, uno de los chiringuitos más veteranos de la provincia, en esta misma playa, en la frontera entre Valdelagrana y el parque de Los Toruños, vive en la placidez del nombre. Es el Serafín, propiedad desde mediados de los 70 de un hostelero jerezano. Toda su plantilla es de camareros profesionales que hacen el verano y las ferias. En su cocina, donde uno se cuece a 50 grados, no se para. El pescado es siempre del día. No hay carta. Todo es fresco. Su personal no nota nada distinto a otros años. "Aquí hay una clientela fija. Quizá, más que chiringuito, esto es un restaurante de playa". Poco tiene que ver con el chiringuito que busca la noche, una posibilidad mucho más extendida de Conil hacia el sur. No, en Serafín a las seis y media de la tarde se acabó el chiringuito, justo cuando empieza la fiesta en la zona jaranera de la costa, donde, según cuentan desde los dos chiringuitos de Los Caños, nos encontramos a la expectativa. A ver cómo se da agosto.

En El Último, o el primero, según se mire, un chiringuito de La Victoria, en Cádiz, El Último, hay tórrida tranquilidad. Manuel es uno de los empleados del chiringuito. 25 años, estudiante de ingeniería mecánica. Uno de los empleados tipo de chiringuito de verano, sacándose unas pelas para pagar la matrícula y el resto en algo de fiesta. Es su segundo año en el chiringo y no percibe nada distinto. "Hacemos cajas de unos 900 euros entre semana y unos 2.000 los fines de semana, más o menos lo mismo que el otro año, contando con que no hemos subido el precio de la comida, aunque sí el de la bebida". Un grupo de cuatro mujeres cercanas a los 60 con aspecto de poder saltar la crisis a fusbury 'camalonean' en la terraza y se quejan de lo caro que está todo. "Y hay mucha menos gente, eh". Cuentan lo que cuesta alquilar un piso en julio, que están casi todos vacíos, que hay hasta menos extremeños este año en Cádiz y un aroma de sardina a la plancha emana de la cocina. Siempre será tiempo de sardinas.

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