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Martes Santo

Epifanía de abril

  • El buen tiempo regala a los más pequeños un día que desde hace tres años no conocían sin la lluvia. La ausencia de frío congrega a numeroso público nocturno en entradas que eran para selectas minorías.

El 9 de noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín. Siete meses y 19 días antes los cofrades del Cerro habían derribado otro muro: el de los kilómetros que los separan del centro de la ciudad. De la periferia a la médula. En la ciudad alemana, con esa demolición, se había dado fin al siglo XX. En el barrio sevillano se había entrado, con una década de antelación, en la Semana Santa del siglo XXI. Un cuarto de siglo ha sido suficiente para que no se pueda concebir el inicio del Martes Santo sin el arroyo de capas blancas y antifaces burdeos que manan de los aledaños de la antigua fábrica de Hytasa y desembocan en ese mar de catenarias y cables que los recibe, bajo un sol de justicia -por fin este año-, en las inmediaciones del Rectorado. 

Si en esta fiesta hubiera que quedarse con un lugar y una hora concreta que la devuelva a la autenticidad que los años han ido borrando, sin duda, la respuesta sería fácil: Cerro del Águila, doce del mediodía del martes que dibuja cada primavera. Allí y en pocos sitios más es posible reencontrarse con la base de una celebración alejada de tanto oficialismo y de la masa humana que se concita estos días en cualquier enclave de la ciudad con el único pretexto de ver -que no de contemplar y mucho menos de sentir- lo que por delante de sus ojos pasa. En este barrio todo es diferente. Están los que han de estar. Los que nacieron aquí y los que se tuvieron que marchar. Los vecinos y los que se sienten atraídos por esta forma única de entender la Semana Santa. Los que se se emocionan y los que se quedan con la boca abierta. Debería ser de prescripción médica. Aquí apenas hay sillas plegables. Ni siquiera se ven personas con auriculares. La gente habla de sus cosas cotidianas. De la labores domésticas y de aquellas que hubo que aplazar por tratarse de este martes y de este barrio. El Cerro tiene hasta cardenal que lo acompañe. Monseñor Carlos Amigo Vallejo toma la vara dorada en esta cofradía que permanece ligada a su nombre. 

Salida de El Cerro

Se ha tardado tres años en ver esta estampa. Toda espera tiene su recompensa. El galardón llega en forma de vivas espontáneos que se gritan cuando acallan los últimos compases del himno andaluz. La Virgen de los Dolores pisa su barrio. Aquí no piropean jóvenes de muñecas distraídas. Aquí son las vecinas las que dicen "guapa" con la misma naturalidad con la que se la dirían a una hija o a una nieta, pues ahí radica su gracia, en tratar a lo sagrado con la más solemne de las confianzas, que no de lo chabacano. Pétalos y palomas para el arranque de una jornada. Hace falta no una, sino hasta tres veces tragar saliva para que el nudo de la garganta se afloje. Cosas del Cerro. 

El mediodía de este martes nos devuelve a la mejor Semana Santa. La de la autenticidad. Valor poco común en estos tiempos en los que una masa -que no bulla- lo inunda todo. 

El gentío tiene cogido el compás al calor. A las dos de la madrugada de ayer apenas se cabía en una calle Alfonso XII que años atrás ni siquiera registraba una hilera de personas. A esa hora el termómetro rozaba los 20 grados y lo que menos apetecía era el roce continuo con chaquetas y otros elementos de sastrería de difícil clasificación. La entrada de las Penas fue casi masiva, por no hablar de la del Museo. Sahumerio, mucho sahumerio hacía falta para disimular el olor que había impregnado la ropa tras un día con temperaturas cercanas a los 30 grados. Esta Semana Santa pone a prueba el efecto de los desodorantes. Y no todos -más bien pocos- lo consiguen. Auténtica penitencia para los cangrejeros profesionales. 

El Martes Santo tiene lugares comunes (tópicos) a los que resulta complicado renunciar. San Benito por el Muro de los Navarros o el Cristo de la Buena Muerte por el Postigo, aunque este dulce Crucificado convierte el marco menos propicio en el fondo más adecuado, pues todo queda en un segundo plano cuando se alza sobre ese terciopelo morado cosido por lirios. La Cátedra del dolor más bella en una ciudad que, a ratos, parece olvidar el canon de la hermosura. Javier Lasso de la Vega constituye un claro ejemplo de la pérdida de la medida o de esta decadencia que para muchos son simples signos de una nueva Semana Santa. Faltaban aún 20 minutos para que por ella discurriera la cofradía de la Calzada cuando las aceras estaban tomadas por una legión de jóvenes y familias sentadas en una variopinta gama de sillas. El público ya no concibe acudir a ver pasos sin dicho artilugio plegable. La estampa de esta calle en plena tarde se asimilaba a un merendero a pie de carretera o a la versión más populista de la tribuna de los pobres de Málaga. Escenario que invita a escenas poco gratificantes, como la que se vivió minutos antes de que San Esteban saliera. Un joven pegó un puñetazo a un hombre de avanzada edad por una simple discusión. El vídeo corrió de inmediato por las redes. No fue la única trifulca del día. Hubo varias. ¿Efecto del calor o de la poca -o nula- educación? 

Salida de San Esteban

8tvandalucia: Agresión a las puertas de San Esteban captada por nuetro compañero @All_Martin

También esta Semana Santa viene acompañada de nuevos sonidos. Igual que no se entiende una salida del Cerro sin la voz de la reportera Charo Padilla o el misterio de San Benito sin los sones de Presentado a Sevilla, también se extraña presenciar el paso de ciertas cofradías sin el chasquido del respetable comiendo pipas. Sirvan como ejemplo las montañas de cáscaras en la puerta de San Esteban. No hace falta irse tan lejos. Cuando la carrera oficial acaba quedan al descubierto las verdaderas postrimerías de esta fiesta: basura y más basura de un público que se estima como el más selecto. 

Aunque para selectos, los momentos que dejó la noche. El traslado de los Estudiantes a su capilla. Santa Cruz estrenando itinerario por la plaza del Salvador. La Virgen de la Encarnación acariciando los muros de Águilas. O la amplia mirada de la Virgen del Dulce Nombre que abarca la anchura de Tetuán a su regreso. Instantes que reconcilian con un martes rescatado. Tres años después el sol ha brillado. Para lo bueno y malo. Muchos niños han tardado en conocerlo. El mejor regalo. Habrá que quedarse con eso. Epifanía de abril.

Salida del Dulce Nombre

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