el periscopio

León Lasa

Un poco de silencio, por favor

Cada vez son más las personas que optan por la desconexión: sin tele, sin móvil, sin 'wasa', sin estímulos de ningún tipoLas ventas de libros alusivos al tema hacen augurar una eclosión de este movimiento

Hace casi ya cuarenta años -parece increíble que haya pasado ese el tiempo-, allá por los últimos de los setenta, por los parques solamente corríamos media docena de majaderos, mientras los peatones giraban el pescuezo a nuestro paso como si hubieran visto un marciano. Hoy, ya lo sabemos, es una moda más, una industria que mueve ingentes cantidades de dinero, la ocasión propicia para que, vestidos con mallas de colorines, con zapatillas de 100 pavos, cualquier viejete rememore la juventud atlética (y de otro tipo) que nunca tuvo. Cada año fallecen en España más de cien practicantes neoconversos de carreras de alto esfuerzo, en su mayoría personas que no han hecho deporte sino hasta bien entrada la edad madura. Como decía el griego: todo en su justa medida. Hago este introito porque ojalá vivamos una evolución parecida -y desde luego es una práctica menos desasosegante- con esa actividad tan en desuso en nuestras sociedades meridionales como es el silencio: el exterior, sí; pero también y sobre todo el interior. Vivimos rodeados de una contaminación acústica tan excesiva, tan incomoda, que quienes nos visitan se sorprenden por ello. Nosotros apenas le damos importancia: desde el ladrido de perros a las tantas de la mañana, las bocinas de los coches, el volumen de las (varias) televisiones en los bares, las conversaciones entre vecinos, el calentamiento de la leche con el vapor de las cafeteras... Un verdadero infierno.

Pero, ¿y de ese otro todavía más esencial, más importante, el silencio interior? Cada vez son más las personas que optan por llevar una vida total -o al menos parcialmente- desconectada, buscando el silencio. El gran profeta español de este movimiento (Pablo D'Ors) preconiza la inmersión en silencio de una y hora y media al día, de un día a la semana, y de unos cuantos días al año: ni tele, ni móvil, ni wasa, ni estímulos de ningún tipo. Silencio. Recogimiento interior. Reflexión. O pensamiento en blanco. Pero sobre todo meditación plena. Algunos piensan que, de la misma manera que el jogging comenzó como un ejercicio exótico de unos pocos y hoy en día ha demostrado que, con mesura, ayuda a eso que se ha bautizado como "calidad de vida", lo mismo va a ocurrir con esas prácticas espirituales que nos conducen a abandonar paulatinamente la exposición al ruido y a la furia (al interior y al exterior). Las ventas de libros sobre el tema (permítanme recomendar Biografía del Silencio, de D'Ors; o Viaje al Silencio, de Sara Maitland) y el auge de los cursos y seminarios de mindfulness nos hacen augurar una eclosión de ese movimiento. Bienvenida sea. Más silencio, por favor.

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