Rincones con encanto

Crujirán los manes de la nostalgia

  • Este Viernes Santo contará con un acto preñado de sentimentalismo, el de la visita de los Gitanos a la que fue su morada lLa iglesia de San Román fue destruida en su totalidad en 1936, obligando a los Gitanos a su exilio más doloroso y largo

San Román

San Román

Estará el sol en todo lo alto y crujirán los adentros cuando este mediodía los Gitanos vuelvan a su casa de toda la vida para conmemorar el setenta y cinco aniversario de su queridísima Virgen de las Angustias. Y ahí, a esa hora en que se rememora el gran drama del Calvario, en San Román habrá reencuentros y abrazos entre la gente del bronce y también entre los que no necesitan ser gitanos para rendirse ante la belleza morena de la Virgen de las Angustias y con el empaque majestuoso de Nuestro Señor de la Salud.

San Román será hoy el rompeolas donde va a coincidir una barbaridad de gente de toda laya. Por Sol, Peñuelas, Socorro, Enladrillada y Matahacas fluirán ríos humanos al conjuro de un cortejo sin igual, personalísimo, en el que se aúnan la fe y la marchosería, la gracia y el arte para que, en dosis muy parejas, se agite antes de usarse y nos estalle en la cara como una vuelta atrás en el túnel del tiempo que hará de efímero paliativo para la nostalgia, para esa melancolía que acarrea toda mudanza.

Y es que el paso de los Gitanos por San Román no ocurre desde el Viernes Santo de 1994. Esa Madrugada salió la cofradía de San Román y se recogió en Santa Catalina, donde permaneció hasta el 14 de febrero de 1999. El mal estado de la iglesia de San Román, su casa del alma, obligó al exilio hasta que, al fin, se hizo con su morada actual, la del Valle, donde vive desde ese día de hace ya trece años. Como para que no crujan los adentros cuando hoy, por ejemplo, se recuerde mediante mosaico conmemorativo la saeta que le cantó allí Manolo Caracol al Cristo en su definitivo regreso de 1949 tras la reconstrucción de San Román.

Y es que la iglesia de San Román, que data de 1356, fue totalmente destruida por el incendio provocado en los disturbios de 1936 que iban a desembocar en la guerra más incivil de cuantas registra la historia. Templo e imágenes fueron quemados, por lo que la hermandad le encargó a Fernández Andes las figuras sustitutivas, los nuevos Señor de la Salud y la Virgen de las Angustias, que procesionaría en solitario el Viernes Santo de 1937 desde esa iglesia que tantas veces acogió a los Gitanos, la muy cercana y hoy dolorosamente cerrada de Santa Catalina.

La plaza de San Román se conoce así desde que los datos nos la descubren. Se llama de esa manera porque ahí estaba la Puerta de San Román, como bien desvela un azulejo de la época de Olavide que figura en la fachada. Plaza de traza irregular que se abre en su embocadura con Peñuelas. Como tantas y tantas ubicadas junto a una parroquia hizo de cementerio y en ella se levantaba una cruz hasta los albores del siglo XIX como recordatorio de que se estaba en sagrado.

El gran Rafael Montesinos, que en su nomadeo sevillano de tan numerosos domicilios también vivió en Peñuelas, la evoca de la siguiente manera en Los años irreparables: "Sé que si andando por mi memoria me asomo a ese balcón, volveré a ver allá en el fondo de la plaza los muros quemados, renegridos, de la parroquia de San Román".

San Román fue el centro de una de las zonas más populosas de la ciudad y también incluida de pleno derecho en lo que se dio en llamarse Sevilla la Roja durante los procelosos años anteriores a la guerra entre hermanos. Allí vivían las clases menos favorecidas, artesanos, recaderos y lavanderas, aunque también guapos y valentones, y más tarde, obreros. Juan Sierra, en su obra Sevilla en su cielo así la refleja: "La plaza de San Román es un violento tumulto rizado de alegría. La luz rebosa en globos de colores y cristales de fresca manzanilla..."

Si un mosaico junto al Uno de San Román rememora el prodigio broncíneo de una saeta de Manolo Caracol a la vuelta del exilio de posguerra, esta plaza puede ufanarse de haber escuchado a los mejores de la raza gitana en sus balcones y a pie de calle. En San Román se ha roto con frecuencia el azogue de los espejos, que es como Federico definía la llegada del duende en la seguiriya de Manuel Torre.

Allí, en la alta madrugada a la salida y cuando el sol cenital presidía la vuelta a casa de la cofradía, se han vivido cantes de esos que te matan por dentro, cantes que causan unas heridas que te atraviesan como espadas flamígeras. Las saetas de Manuel Torre, de Antonio y de Manolo Mairena, de Chocolate, de Centeno, de Pastora, de Pepe Valencia o las más cercanas de José de la Tomasa consiguieron, allí en San Román, que el tiempo se parase y las camisas se hiciesen trizas. No hay en toda la Semana Santa de Sevilla un rincón más flamenco que esta plaza que hoy vuelve por donde solía para engalanarse con la visita de sus antiguos vecinos.

Y en este mediodía grandioso de Sevilla, cuando todo va tocando a su fin y la pena se atenúa porque se sabe que el drama tendrá pronto un final feliz, la plaza de San Román revivirá tiempos pasados, tiempos que nunca podrá saberse si fueron mejores o no. En este mediodía, el Manué de la gente del bronce caminará de nuevo por terrenos queridísimos con su zancada airosa, sin perder el compás, para enfilar Sol y acordarse de aquel pregonero de pregoneros que versaba para loor de la Esperanza trinitaria "viene por calle Sol y por calle Sol no cabe". Él sí cabrá camino de su actual morada en el Valle y, sin duda, añorando San Román, cómo no va a acordarse del sitio donde tantos años vivió. Qué alegría que San Román recobre el pulso y las ganas de vivir con la presencia de esta cofradía tan especial. Podemos asegurar que entraremos en los terrenos de lo inenarrable.

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