La tribuna de enero

Retos universitarios

  • Artículo de opinión de José Carlos Gómez Villamandos, rector de la Universidad de Córdoba.

José Carlos Gómez, rector de la Universidad de Córdoba.

José Carlos Gómez, rector de la Universidad de Córdoba.

Hace 34 años que se promulgó la conocida como LRU (Ley de Reforma Universitaria), una Ley que supuso la nueva realidad de la Universidad en España, ya superada la primera etapa de la transición política, y que contribuyó especialmente a la democratización del acceso a la enseñanza superior por parte de buena parte de la nueva generación democrática que entonces se incorporaba a nuestra sociedad. Este hecho, sin duda un éxito, propició un aumento del número de universidades y un largo camino de adaptación a una realidad que hoy ya sabemos mucho más líquida, en continuo cambio. En el prolijo recorrido hasta el contexto normativo actual, varias leyes universitarias después, se insertó todo un conglomerado de cambios fruto de la configuración del Espacio Europeo de Educación Superior y nuestra adaptación al mismo.

El resultado es que a un cambio tan radical como el que se planteó a nivel estatal, se superpuso uno aún mayor en el contexto europeo, cuando la internacionalización y el éxito de los programas de movilidad imponían una realidad compartida. El mérito de la Universidad española en la manera de afrontar tantos y tan importantes cambios es inmenso. La posición de nuestra productividad científica en las revistas más prestigiosas parece indicar que no hemos salido mal parados del envite. Pero igualmente no puede dejar de soslayar que la falta de tiempo para evaluar los resultados, especialmente docentes, y la imprescindible búsqueda de los mejores estándares de calidad obligan a plantearse con urgencia algunos de los retos no resueltos que resultan del nuevo contexto.

Definir una carrera universitaria para su personal con reglas estables y transparentes es el reto fundamental ya que sobre sus capacidades y compromiso se asienta el éxito de cualquier institución. La sociedad debe ser exigente con las condiciones del profesorado universitario que, a su vez, debe tener la motivación propia de un entorno favorecedor para dar el nivel que se pide. La existencia de un horizonte de promoción posible y estimulante, y el reflejo adecuado de la productividad en las retribuciones redundarían en una indudable mejora del sistema.

El segundo reto es la sensibilización del sector privado con respecto a la inversión en I+D+i. Conseguir más recursos para el sistema, revirtiendo en transferencia, formación específica e innovación es algo que en otros países no es necesario explicar. En nuestro país aún estamos lejos de niveles mínimamente aceptables en este particular. Y si hablamos de mecenazgo, es todavía un camino casi sin empezar.

El reto de mayor calado político sería profundizar en la autonomía universitaria. Hoy se está hablando mucho de gobernanza, poniendo demasiado énfasis en el nombramiento de rectores. Pero la clave está en la rendición de cuentas. Si una institución pública como la universitaria es capaz de evidenciar un adecuado manejo de los recursos públicos y unos buenos resultados, debería poder responsabilizarse de su propia política de inversiones, de títulos, y especialmente de personal. Si se es capaz de responder a un marco económico, no encontramos inconveniente en usar los recursos de acuerdo a un plan estratégico que, por otro lado, refrenda la propia sociedad. Una política real de personal supone poder traer a los especialistas que atraerían talento, financiación, alumnos, proyectos… algo imposible en el contexto actual, y menos con nuestras condiciones salariales en comparación con las universidades de los principales países occidentales. Y poder optar por títulos de manera autónoma, aunque sujetos a la aprobación de los organismos de calidad competentes, reduciría la brecha entre universidades y mercado laboral. La investigación generadora de conocimiento y las líneas diferenciales de cada universidad deben también ser apoyadas y fomentadas, pues sólo de esta manera se pueden afrontar problemas sobrevenidos e imprevistos para los que se requieren reacciones de especialistas. La universidad debe seguir siendo la cantera del conocimiento en cualquier ámbito. Pero sin olvidar que prepararnos para conocer requiere tiempo. Y el tiempo, inversión.

Y para poder abordar con éxito y estabilidad estos retos se precisa una financiación adecuada y mantenida. Acomodar la inversión en educación superior y en I+D+i a los niveles de los países con los que queremos competir es un asunto sin el cual es imposible aspirar a una universidad de excelencia a la que se pueda exigir respuestas sociales y un cambio de modelo productivo que pasa inexcusablemente por ella.

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