OPINIÓN. AUTOPISTA 61

Duelos y quebrantos

Hablo con un amigo que acaba de perder a su madre a una edad todavía joven (aunque todas las edades sean jóvenes cuando se trata de morir), y este amigo me cuenta que su padre, también joven, se ha encerrado tres semanas en su cuarto y se ha puesto a llorar. En vez de ocultar su dolor, en vez de aparentar estoicismo o resignación o aceptación valerosa de la fatalidad, este hombre ha decidido quedarse a solas con su dolor y hacerle frente llorando. Su dolor, desde luego, era grande. Llevaba viviendo treinta años con su mujer y no sabía vivir sin ella. Los dos se querían. Tenían proyectos comunes para la última parte de su vida: trabajar menos, vivir más tranquilos, viajar, disfrutar todo lo posible. Y todo eso se vino abajo cuando su mujer enfermó y murió tras un año de enfermedad. Pero el marido, ahora ya el viudo –una palabra que mucha gente considera vergonzosa–, no quiso rehuir la verdad ni engañarse ni dejarse derrumbar. Se encerró en su cuarto y se puso a llorar.

Al conocer esta historia, he sentido una súbita admiración por este hombre que no conozco, el padre de mi amigo. Atreverse a llorar a solas es uno de los mayores actos de valentía que podamos imaginar, aunque la gente suela pensar justo lo contrario. Porque llorar, para mucha gente, todavía es cosa de débiles, de cobardicas, casi de tontos. No sé muy bien por qué, pero aún perdura el prejuicio de que el dolor nos humilla y nos degrada y puede transmitirse a los demás, también humillándolos y degradándolos. Y por eso no queremos que los demás nos vean desconsolados o derrotados por el dolor. Y por eso preferimos aparentar que todo está bien y que sí, ha sido duro, o peor aún, horroroso, pero estas cosas pasan, hay que aceptarlo, la vida es así. Y por eso procuramos aparentar un regreso tranquilo a la rutina diaria, como si nada hubiera pasado, como si nadie se hubiera ido de nuestro lado.

Esta sociedad está hecha así. La muerte nos parece una debilidad de la que somos culpables y que de alguna forma nos deshonra. Todo ha de ser alegría, sonrisas, simpatía, trabajo que no se detiene, actividad normal. Si se te muere alguien, aunque sea la persona que más quieres, tienes que aguantarte y disimular. Y sobre todo no puedes llorar, nunca debes llorar, a menos que seas famosillo y haya cámaras de televisión y puedas rentabilizar tu dolor en algún programa de comadreos. Ésa es la única excepción. Si no es así, mejor que te aguantes las lágrimas. Y yo me pregunto: ¿por qué?

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