Provincia de Cádiz

"Hasta hoy creímos que se ahogaron otros dos vecinos, pero están vivos"

  • Dos supervivientes del vuelco en Conil de una patera con 38 personas a bordo relatan cómo organizaron una expedición desde un suburbio de Salé, cerca de Rabat, para huir de la miseria

Ahmed y Mohamed serán, a los largo de este relato, los nombres ficticios de dos de los supervivientes de una aventura que comenzó hace unos meses en una barriada suburbial de Salé, junto a Rabat, y que se tornó en tragedia a escasos 200 metros de una playa de Conil. Pueden ser detenidos en cualquier momento y repatriados a Marruecos en el plazo de 48 horas. Sin embargo, ambos sienten la necesidad de explicar qué sucedió aquel aciago martes 22 de enero.

Arrancan la conversación con una sospecha: que en el vuelco de la patera murieron cuatro de sus ocupantes, pese a que sólo se hallaron los cadáveres de dos de ellos. "Eran vecinos nuestros de la barriada de Alkarya. Además de Driss y Jawad, murieron Hamid y el otro Jawad. Al día de hoy, sus familias no tienen noticias de ellos". A Ahmed no le cabe la menor duda de que es así, pese a que se le recuerda la posibilidad de que estén en paradero desconocido, pero vivos. Tres llamadas de teléfono descartan ya por la noche las dos supuestas muertes. Los dos desaparecidos acaban de contactar con sus familias.

El móvil hace que parezca insignificante el abismo entre ambas orillas del Estrecho, un trayecto que les costó nada menos que tres días de peligrosa y aterradora travesía a 33 jóvenes vecinos de la barriada suburbial marroquí. "Nos empujó la difícil situación económica que vivimos allí. Estoy casado y soy padre de un hijo de un año y diez días. Trabajaba en una fábrica de vaqueros por un euro la hora. Como lo hacía a tiempo parcial, la mayoría de los meses no llevaba más de 50 o 55 euros a casa. Alguna vez llegué a los 170. Así no se puede vivir".

Ahmed tiene 28 años y su compañero, "mi mejor amigo", sólo 24. "No acudimos a ninguna mafia. Todo lo organizamos nosotros. Cada uno puso lo que pudo, entre 500 y 900 euros. Compramos una vieja patera con motor y combustible por 8.500 euros. La comida y la ropa corría por cuenta de cada uno. Por otros 1.500, contactamos con un patrón en Tánger. Ninguno de los 33 sabíamos navegar y sólo seis sabían nadar. Con el patrón se incorporaron otros cuatro ocupantes, de Kenitra", recuerda el superviviente. A partir de aquí, al relato le sobran las acotaciones.

"A la una de la madrugada del domingo zarpamos de la playa de Moulay Busselham. Estábamos muy contentos. Hacía buen tiempo y el mar en calma. El sábado habíamos comprobado desde un cibercafé que soplaría viento del sur hasta el miércoles, que rolaría a levante. Cuando enfilamos el Estrecho, después de 14 horas de travesía, nos entró el miedo. Empezamos a encontrarnos con barcos de pesca y buques enormes. Por la noche, la gente gritaba aterrorizada. Creían que chocarían contra la patera y la hundirían, que se iban a ahogar. Unos vomitaban, mientras otros sosteníamos sus cabezas y les tranquilizábamos para que no siguiese creciendo el pánico. Hasta el patrón se puso nervioso y quiso volver al punto de partida. Le convencimos de que no lo hiciera. Muchos estuvieron tres días sin probar bocado. La madrugada del martes todavía no veíamos la costa. Sabíamos que si saltaba el levante moriríamos todos. Mantuvimos la calma como pudimos".

"Ya por la mañana del martes vimos dos pesqueros pequeños y pensamos que la costa no quedaba lejos. Nos saludaron desde uno de ellos. Volvió la alegría entre nosotros. Por fin divisamos la playa y volvimos a sentirnos contentos. Cuando nos encontrábamos a escasos 300 ó 200 metros de la orilla, empezaron a golpearnos las olas. El patrón sólo miraba la playa. De repente, una ola enorme nos sorprendió por detrás. Alguien gritó ¡cuidado!. El patrón se volvió. La vio e intentó virar para emproarla. Pero el motor ya no respondía. La patera quedó de lado y la ola la volcó. Los pocos que sabíamos nadar intentamos ayudar a los demás. Algunos se agarraron a los bidones de gasoil vacíos, a bolsas y mochilas precintadas. Otros pudieron alcanzar la playa. Unos extranjeros nos ayudaron. Y hubo un hombre joven que gracias al único chaleco salvavidas que había en la patera, consiguió sacar del agua a cuatro. Luego, uno de los turistas hizo una llamada. Mi compañero y yo salimos corriendo. La Guardia Civil debía estar ya cerca".

A partir de ese momento,ambos se encontraron con miserias y más grandezas. La miseria de una pareja, sólo interesada en si llevaban hachís, y la grandeza de quienes les proporcionaron comida, ropa seca y techo en Chiclana. "Por favor, exprésales nuestro agradecimiento más profundo".

Mohamed tiene claro que si le cogen, volverá a embarcarse. Ahmed, en cambio, dice que no quiere dejar huérfano a su hijo.

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