fiesta sostenible | primer trofeo sin barbacoas

SE ACABÓ

  • Cádiz entierra por fin el monstruo que castigó durante décadas su principal activo natural y turístico

"Esta forma de vivir el Trofeo es única de Cádiz y desde el Ayuntamiento lo que hay que hacer es promocionarla para que sea conocida en toda España", decía en 1997 el entonces concejal del PP, Julio Braña. Desde el equipo de gobierno se animaba a los gaditanos a que viviesen intensamente "el acontecimiento más importante del verano en la ciudad".

En aquella época este hito estival ya consistía -no nos engañemos- en una especie de humeante macro campamento vandálico nocturno que se levantaba conforme iban subiendo los efluvios de una borrachera colectiva que se prolongaba hasta que salía el sol, en medio de un ambiente de mayor o menor euforia en función de si el Cádiz ganaba o no su trofeo, dejando un reguero de desechos del calibre del de después de un tsunami.

El respaldo municipal a una fiesta que terminaría hipotecando el principal activo natural y turístico del municipio fue tal que desde el Consistorio se alentaba a batir récords que superaban el centenar de miles de personas y, también, de toneladas de basura. Y aún no se sabe muy bien si lo de intentar entrar en el Libro Guinness de los Récords fue un hecho o un mero eslogan político del que sacar provecho electoral, se supone. El caso es que durante décadas nadie se atrevió a arrebatarle a los gaditanos su baño de multitudes y su dosis veraniega de pan, pinchitos, tinto de verano y fútbol.

Veinte años de refriegas y titubeos políticos después -los últimos, reconozcámoslo, hace muy poco- las barbacoas del Trofeo comienzan este año a ser historia con su 'no permisión' absoluta, pregonada por el alcalde a través de un bando municipal, y fruto de un consenso derivado de un proceso participativo.

A nadie se le escapa que fueron los promotores del tristemente famoso 'chalé Zapata' quienes, sin quererlo, en 2001 abrieron los ojos de los munícipes ante el desmadre en el que se había convertido aquella fiesta popular del final del verano. Para quien no lo viera -imposible no recordarlo-, basta decir que el 'chalé Zapata' fue la obra culmen de la escuela constructivista vandálica gaditana, una especie de corralito hecho con las plataformas de madera de acceso a la playa cuya imagen dio, como mínimo, la vuelta a España. Y que, por supuesto, no casaba con la de Cádiz, la mejor playa del sur bajo la bandera azul de los mares limpios de la escamondada Europa.

Pero no será hasta octubre de 2006 cuando se sepa -gracias a su publicación en este periódico, por cierto- que las consecuencias de las barbacoas iban más allá de su día después: los resultados de un estudio encargado por la Demarcación de Costas de Andalucía Atlántico, dependiente del Ministerio de Medio Ambiente, revelan que una semana después del macrobotellón de aquel agosto, las arenas de las playas sufren unos niveles de contaminación bacteriológica superiores a los máximos permitidos por la Comisión Europea para el estiércol utilizado en agricultura. Así, tal y como suena. De hecho, la proporción de estreptococos fecales duplicaba los valores aconsejados para las arenas que se usan en la regeneración de las playas. Y en algunos tramos, la cantidad de coliformes fecales superaba 90 veces el patrón de calidad.

Al frente de la Demarcación de Costas, procedente de la Delegación de Medio Ambiente de la Junta, acababa de llegar Federico Fernández, hoy delegado territorial de la Consejería de Fomento y Vivienda. "Hacía apenas unos meses que había desembarcado y no sabía exactamente en qué consistía aquello", recuerda. "Así que, acompañado de un vigilante de Costas que vivía por el Paseo Marítimo, me sumergí de incógnito en aquella multitud para saber de primera mano qué es lo que sucedía. Y lo que ví fue tremendo". Federico Fernández tuvo la suerte de dar con un director general de Costas, apellidado también Fernández, que le respaldó en todo momento. "Había que poner en negro sobre blanco las consecuencias de aquello, pero no para prohibirlo, sino para controlarlo", dice. Los únicos que se manifestaban frontalmente en contra eran los ecologistas y la Asociación de Vecinos de Muñoz Arenillas.

Así que, como el Ayuntamiento no reconocía esa catástrofe ambiental como de organización propia -era 'una manifestación popular espontánea'- en 2008 insta al Consistorio a que la incluya en el Plan Especial de Playas. Y si no fuera así, Costas no aprobaría el documento, donde se contemplaban los chiringuitos, entre otras instalaciones. Ese fue el golpe maestro a las barbacoas: que se convirtieran en un acto reglado. El jefe de Costas se la jugó, sin saber si le saldría bien. Porque recibió presiones, muchas presiones. Hubo incluso quien le 'advirtió' de que le echaría a la ciudad encima si no dejaba de disuadir de que se pidiesen a Renfe más trenes para ese fin de semana. A partir del registro oficial de las barbacoas como un acto oficial del Ayuntamiento comienzan a implantarse medidas de control, como la prohibición de bajar carbón a la playa. Luego vendrían las sucesivas acotaciones que vendrían a reducir al monstruo a su mínima expresión.

Pero los primeros en alertar del peligro ambiental que representaba aquello fueron, como en tantas otras ocasiones, los miembros de Ecologistas en Acción. Y fueron también ellos quienes impulsaron la mesa participativa de la que emanó la propuesta del equipo de gobierno y el acuerdo plenario que ha puesto fin a décadas de barbacoas. "Había informes del Área de Medio Ambiente sobre contaminación bacteriológica de la arena y ruido, sobre problemas de Seguridad, y de Salud, acerca de las numerosas intoxicaciones etílicas, pero lo que propició el cambio de opinión, crucial para acabar con esta aberración, fue la mesa de participación", recuerda Daniel López Marijuán, portavoz de residuos del colectivo. "Como casi siempre, nos tocó hacer de 'Pepito Grillo' y como casi siempre, el tiempo acaba dándonos la razón".

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