Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

La pena inquieta

Detesto la violencia de las armas, un estúpido intento por creer que sirven para solucionar algo en esta vida

No recuerdo su nombre, aunque bien pensado es lo que menos importa. Era de Chicago y me lo encontré en un campamento de verano de la localidad de Derby en las Midlands de la Inglaterra profunda, donde nos juntábamos un grupo de degenerados que tenían la idea, lejos de los tiempos en los que las redes sociales se adueñaron de eso, de conocer gente y disfrutar de la vida. Empezamos a hablar de Michael Jordan y lo negro de su piel y la caja de dientes que mostraba cada vez que lo nombraba, me regaló una imagen que aun mucho tiempo después no olvidé. Al acabar un día delante de una pinta de bitter, no me digan cómo pero comencé a plantearle mi perplejidad por la cultura de las armas en su país. En un intento por convencerme de lo extraño de mi odio visceral a las mismas, me narró una escena de su barrio, donde un vecino disparó a alguien que creía que iba a entrar en su casa y cuando la policía le preguntó por qué había disparado respondió: "Se movió".

Tiempo después, durante el servicio militar, practiqué el tiro una tarde. Éramos como unos cuarenta, delante de unas dianas de papel que estaban en la quinta leche. Nos dieron unas balas de fogueo para acostumbrarnos al sonido y al retroceso de un Cetme que, al menos el mío, tenía pinta de haber sido utilizado en la batalla de las Termópilas. Aquello me pareció atroz. Cinco balas reales iban a ser todas las que dispararía en los nueve meses en los que España tuvo la suerte de no ser atacada por nadie. Conté mi diana, puse el fusil en esa dirección -aproximadamente- y me quité de encima lo más rápido que pude, semejante trance. Cuando fui a la diana a comprobar mi éxito me esperaba una condena al calabozo de la prisión militar de Las Palmas. "¿El 17?", preguntó el sargento. "Siete impactos", respondí. "¿Quién coño eres?". "El cabo Lezameta". "Vamos no me jodas, ¿siete impactos con cinco balas?". Se dirigió hacia donde estaba y contó los siete agujeros. La mirada que echó a mis compañeros era de puro intento de homicidio. Si tenemos en cuenta que, ni de coña, acerté en la diana todas las balas que me dieron, los dos eran unos fenómenos.

Detesto la violencia y las armas que la originan. Cada vez que contemplo un tiroteo como el de Florida, pienso en esos niños que han tenido que vivir en medio de un horror semejante y maldigo a sus padres que guardan en sus casas un auténtico arsenal, en un estúpido intento de creer que sirven para arreglar algo. Tengo sentimientos encontrados y no debería, pero me dan más pena aquellos que se dejan la vida a pesar de haber puesto de su mano todo para no hacerlo.

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