Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

La industria también es nuestra

En este mismo rincón que circunstancialmente tendré alquilado las próximas dos semanas -como cualquier veraneante al uso que se precie- Luis Pérez-Bustamante reclamaba hace siete días la necesidad de reivindicarnos en Huelva ante los numerosos inconvenientes con los que convivimos y la casi obligación de defender un lugar como hay pocos. En ninguno de los aspectos de nuestra vida, esa circunstancia se contempla como más perentoria que en la industria. Esta semana la Aiqbe, entidad que agrupa a las más importantes de las que operan en el Polo Químico, ha presentado sus números, lo que antes se conocía como balance y hoy, en aras a defender lo políticamente correcto, memoria de sostenibilidad. No les voy a aburrir con los números, pero en este año que llevo en Huelva, me ha llamado la atención que no hay convocatoria llevada a cabo por representante industrial alguno, en la que no salga la petición de comprensión a la sociedad. Les comunico una decisión que tomé tan pronto como José Antonio Agüera dejó de pregonar la buena marcha de la producción onubense; no lo voy a hacer más.

La industria no debe volver a reivindicarse más ante una sociedad que debe entender de una vez por todas que es algo tan suyo como las fresas, el jamón o el choco. Tenemos que ser capaces de entender que las instalaciones con las que nos topamos todos los días son parte de nuestra propia vida y, como tal, tenemos que cuidarla, respetarla y defenderla. No les voy a pedir algo tan simple como la defensa de unas instalaciones de las que vive toda la provincia -uno de los datos que se dieron es apabullante y es que factura cuatro veces más que todo el sector del aceite de oliva de toda Andalucía-, sino que tenemos que entender de una vez por todas que esa industria es algo que nos identifica como pueblo y como sociedad. Las empresas más importantes de España y entre las primeras en sus respectivos sectores en todo el mundo, han elegido Huelva para desarrollar su actividad y eso debe movernos incluso a un orgullo sincero por haberlo hecho.

Por supuesto que en el pasado se han hecho cosas mal; en esa misma presentación se reconoció y no pasa absolutamente nada mientras se mantenga ahí, en el pasado más remoto. Los errores están para aprender de ellos y su valor terapéutico debe servirnos para que no se repitan pero, en este caso, es exactamente lo que han hecho. ¿Acaso la Ría está igual que hace unos años? ¿Las chimeneas lanzan al aire productos tóxicos burlando hábilmente los rigurosísimos controles a los que son sometidas? ¿Han crecido las balsas de fosfoyesos? ¿Las autoridades, en un alarde de perversión, nos engañan a todos para no dar a conocer los peligros a los que nos enfrentamos porque están compradas por las multinacionales? Por cierto, para algún suspicaz, la respuesta a todas estas preguntas es no. A las industrias hay que controlarlas, lo mismo que a cualquier otra empresa, para que cumplan la ley. Las de Huelva lo hacen, por eso deben ser parte de nuestro patrimonio.

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