Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

La hermandad del lavadero

La pasión por los coches es inocente y solidaria; permite admirar un vehículo que sabes que nunca tendrás

Desde chico me han apasionado los coches. No sólo jugaba con ellos, sino que conocía la marca y el modelo; me empapaba de cuantas revistas podía comprarme con la paga (¿se sigue dando? o es tan anacrónico como suena) que me daban. Ahora, mi salón puede dar fe de que lo inundo de cuanto programa dediquen al tema, desde aquellos que con un destornillador son capaces de modificar un Camaro del 68, hasta quienes simplemente los buscan y los compran porque los aman. En un lugar de Huelva del que no se puede hacer publicidad pero que tiene que ver con un paquidermo de color añil, nos juntamos varios de esa panda de locos que pensamos que de tanto en tanto, conviene dar un repaso al coche para que no de vergüencilla ajena que te vean dentro. No es tan trágico y me parece hasta terapéutico; pasar un rato con la bayeta en la mano tratando de secar lo lavado, o pasar la aspiradora un rato, hace que no pienses en nada más que en eso. Alguien me dijo que "Huelva es un pueblos con semáforos" y Antonio Carrasco añadió que "se pusieron por lo bonito que hacían los colores, no porque hicieran falta". Tienen razón. Si va usted a hacer algo malo, búsquese otra ciudad, porque aquí le pillan fijo. Es imposible acudir a ese lugar, sin saludar a alguien.

Después la satisfacción es completa. Al igual que un coche con pegatinas corre más -está demostrado científicamente para todos aquellos que hemos tenido un amigo con un Seat 124- uno limpio se conduce mejor. Mi llorado tío Mario, jamás lavó el 850 verde que tenía y un amigo de mi padre, Agustín, conocido con el sobrenombre de Pitorro por razones que no necesito explicar, jamás hizo lo propio con su Simca 1200. De esa época arrancó mi pasión por los coches, de cuando unos chavales de mi barrio pusieron un motor de 1430 a un 600 sin cambiarle los soportes y al ponerlo en marcha se cayó al suelo.

Hoy uno asiste a una colección de coches sin sustancia ninguna. Pocos te hacen torcer la cabeza y esa estúpida uniformidad, hace que queden anestesiados los sueños locos de visionarios que llegaron a crear auténticas maravillas sobre ruedas. No puedo permitirme el lujo de tener un coche de esos con los que llegué a soñar. A cambio disfrutaré de una pasión que no hace daño, ya que permite admirar a ese vecino de Valdelagrana que limpiaba su Chevy del 39 y darle la mano y la enhorabuena por estar tan loco como yo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios