Tribuna

javier gonzález-cotta

Periodista y escritor

La turismofobia vuelve

La turismofobia vuelve La turismofobia vuelve

La turismofobia vuelve / rosell

Hasta que el atentado en las Ramblas hizo de ellas un bulevar de muertos y heridos esparcidos, el problema que más preocupaba a los barceloneses era el del turismo rapaz y su efecto nocivo sobre la ciudad. Pero los días van pasando. El tiempo forma como siempre su larga hidra. Quiere decirse que los muertos de las Ramblas están ya fríos. El duelo y la pena van criando su dura postilla. Así es la vida.

Aparte del desafío soberanista de los llamados indepes, Barcelona vuelve a sus cavilaciones de antes. Como decíamos, allí el problema municipal más grave continúa siendo el del turismo voraz. Porque ahí siguen escritos los madrigales amorosos dedicados a los turistas en el Parque Güell (Tourist: Your luxury trip is my daily misery). O, más breve, este otro fino haiku que se deja leer en el mirador de las baterías antiaéreas del Carmelo: Fuck Tourism.

El ataque de las radicales mocedades de Arran (falange de la CUP) a un autobús turístico de Barcelona abrió la veda a la turismofobia en plan cafre. En Palma, en el restaurante Mont Vell, se arrojaron bengalas y confeti a los turistas que disfrutaban de su solaz. A la otra cachorrada radical vasca le dio por pintarrajear en Bilbao la sede de Basquetour. Y en San Sebastián, en una escena de sordos y ciegos, la misma cachorrada de Ernai se paseó en manifestación contra el turismo en presencia precisamente de los turistas que tomaban fotos del acto con todo contento. Es la misma Donosti cuya almendra en la parte vieja está abrasada por el turismo insoportable. Al parecer, para ir de pintxos, hay establecimientos que ya reservan un trozo de barra a sus clientes.

Logroño -sí, la mismísima Logroño- se ha apuntado a la turismofobia. La plataforma STOP Gentrificación Logroño protesta contra los peregrinos del Camino de Santiago que están maleando el tapiz urbano del centro de la ciudad y sus acendradas costumbres. Peregrinos Go Home o Menos peregrinos, más barato el vino son algunos de los eslóganes que resumen el enfado riojano. Dicen que los peregrinos no traen cultura alguna sino sólo mal olor y pies negros. Los muy necios piden vino de Ribera en lugar de Rioja, ya que no saben nada sobre la tierra de vides en la que recalan. Por su parte, como otra muestra del virus turismofóbico, las mariscadoras gallegas dicen estar hartas de los llamados intrusos del bañador -vulgo veraneantes- que se dedican a recoger nécoras y berberechos.

Conclusión: aquí y allá el turista se ha convertido en un plasta y en un problema. Los pisos turísticos, en ciertas ciudades, están alterando la convivencia social en muchos barrios. Ni que decir tiene que el turismo abrasivo ha cambiado ya la lámina de los centros históricos de nuestras ciudades. Los monumentos pronto se convertirán en franquicias. En el caso de Sevilla, soportamos el hedor de las cacas caballunas y el olor a torpeza concentrada de los turistas que se mueven en bovinos grupos (y no sólo por el entorno de la catedral). Nuestro consejero del ramo asegura que en Andalucía no existe turismofobia. Tiempo al tiempo, por mucho que presumamos de pueblo acogedor y de otras vainas al modo del presidente valenciano Ximo Puig (asegura que en Valencia no existe la turismofobia y sí la turismofilia).

Fuera de España, en la Venecia mártir, sobre los puentes en el Rialto hay carteles que indican a los turistas que no se queden parados allí porque provocan embotellamientos para incordio de la población nativa. La galería Uffizi de Florencia sube el precio de la entrada para impedir que cientos y cientos de bobos se hagan su selfie frente a la Venus de Botticelli. En las mismas plazas florentinas, a fin de impedir que los turistas las usen para hacer picnic, el Ayuntamiento las riega para evitar escenas soeces que nada tienen que ver con el Almuerzo en la hierba de Manet.

Seamos sinceros. El turismo es una molestia real. Ni siquiera notamos en qué nos revierte para bien al gran pueblo mortal (salvo para el lobby de siempre). En 2016 visitaron España 75 millones de personas (la cuarta parte de nuestra industria manufacturera). En lo que va de 2017 se ha producido un 6,2% más de visitantes que el año pasado. No hay que alegrarse de nada o de apenas nada. Hay quien critica con razón que el modelo turístico español es ineficiente. En España se necesita de una vasta demanda para dejar cifras cuyos números esconden la realidad. El PIB turístico sólo aumentó un 2,9% de 2000 a 2013 frente al 11% del conjunto de la economía.

Quiere decirse que los récords turísticos son los huevos podridos -y no de oro- de la famosa gallina. El turismo que vive España no reporta el dinero que debería dejar si fuese de calidad. A la vez, crea conflictos cívicos y ambientales en ciudades y playas. Decimos no al bodrioturismo. Y decimos "Menos es más" al modo del arquitecto Van der Rohe. Y no es que algunos estemos sufriendo el síndrome turismofóbico. Es que ya vale, oiga.

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