Tribuna

José maría agüera lorente

Catedrático de Filosofía

A propósito de la multiculturalidad

Pensamos a partir de una cultura y actuamos teniéndola como referencia. Existe ya cuando nacemos y constituye la atmósfera mental que 'respirarán' nuestros cerebros

A propósito de la multiculturalidad A propósito de la multiculturalidad

A propósito de la multiculturalidad

A nadie con un mínimo de consciencia reflexiva se le escapa la relevancia de la cultura en la determinación de la conducta de las personas. Pensamos a partir de una cultura y actuamos teniéndola como referencia. Existe ya cuando nacemos y constituye básicamente la atmósfera mental que respirarán nuestros cerebros.

Con frecuencia no sabemos por qué hacemos lo que hacemos, tituló David G. Myers un capítulo de su Tratado de psicología social, porque, en efecto, una parte considerable de lo que hacemos no es el resultado de una decisión meditada conscientemente, sino de un programa de conducta instalado en nuestro neocórtex definido por actitudes y creencias asimilados por imitación, hábito, refuerzo o cualquier otra forma de condicionamiento social. De modo que lo que son, en puridad, meras convenciones, resultado en la mayoría de los casos de procesos que nada tienen que ver con la racionalidad y el conocimiento de la realidad objetiva, acaban adquiriendo en la práctica la condición de entes equivalentes a los naturales. Dicho con otras palabras: hay cosas que existen sólo porque creemos que existen; digamos que son efecto de un delirio colectivo.

Cuando la atmósfera mental que respiramos todos los que compartimos un mismo espacio de convivencia es de composición homogénea no ha lugar a conflictos por causa de la diversidad cultural, porque la realidad social que todos reconocemos es la misma; lo que no es el caso en nuestro mundo global.

Un espacio en el que uno puede observar desde un punto de vista privilegiado cómo se desenvuelve este engendro de la globalización que no es otro que la sociedad multicultural es la escuela pública, exponente de primer orden del ámbito común de la ciudadanía. Juzgue el lector por sí mismo a partir del siguiente episodio realmente acontecido en una de las aulas que por obligación profesional frecuenta el que suscribe, y que le fue referido quejosamente por una alumna de la ESO en la asignatura, precisamente, de Educación para la Ciudadanía. Según su versión -que daremos por válida a efectos del análisis que sigue-, ella llevaba puesto un gorro de lana, que por cierto lucía en su cabeza mientras hablaba conmigo, en una clase anterior. Durante su transcurso el profesor que la impartía le pidió a la joven en un momento dado que se descubriese, pues no veía apropiado que llevara puesta la mencionada prenda en el aula. Ella preguntó que por qué tenía que hacerlo si una compañera suya -musulmana- presente en la misma clase cubría su cabeza todos los días con un hiyab sin que nadie le exigiera que se lo quitara, a lo que el compañero docente se limitó a responder que no era lo mismo.

Ni que decir tiene que la respuesta no satisfizo a la alumna a la que se le hizo el requerimiento, seguramente porque ella no iba más allá de la constatación de la cruda evidencia de dos chicas en una misma situación ambas dos con sus cabezas cubiertas por prendas funcional y esencialmente equivalentes; de modo que si a ella se le exigía que se descubriese, la misma exigencia debía ser planteada a la compañera. Y sin embargo, no era lo mismo. En efecto, se trataba del mismo espacio ciudadano en cuya atmósfera mental quienes en él conviven respiran el principio de la igualdad de los derechos que todos poseen como creencias en sus mentes, pero distintos universos simbólicos que legitiman a ojos del profesor que una alumna tenga derecho a cubrir su cabeza en clase y que la otra no pueda hacerlo.

Todo rasgo o hecho cultural no es sino la expresión de una experiencia colectiva que se institucionaliza, es decir, que queda fijada definitivamente mediante todo un sistema de pautas y sanciones. Por este procedimiento, lo que tiene carácter de convención es percibido como realidad objetiva. En la cultura musulmana, que opera en el neocórtex de la alumna que luce el hiyab, se halla la institución de la cobertura de la cabeza femenina, la cual mantiene su eficacia como producto cultural debido a la legitimación que la explica y justifica. Para ello se requiere de la creación de universos simbólicos que todo individuo internaliza -es decir, incorpora a su memoria semántica- y la sociedad a la que pertenece mantiene activos mediante lo que se reconoce como tradición, cuyo rasgo esencial es, precisamente, el imperativo de la conservación de aquellos productos culturales que se asumen como valiosos por cuanto conforman el mundo de la comunidad y, por ende, también del individuo que en ella se tiene por integrado.

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