Tribuna

Alberto gonzález pascual

Profesor asociado de las universidades Rey Juan Carlos y Villanueva de Madrid

La imperfecta profecía de Obama

La imperfecta profecía de Obama La imperfecta profecía de Obama

La imperfecta profecía de Obama

El pasado 16 de noviembre, el presidente saliente de EEUU tomó la palabra en el Centro Cultural de la Fundación Stavros Niarchos en Atenas. En su intervención, aprovechó para expresar un pronóstico sobre el curso que está tomando la historia. Para Barack Obama hay pocas dudas sobre el tipo de futuro que podemos esperar. Igualó la imperfección de la democracia con la falibilidad intrínseca del ser humano, a la vez que reconoció que encontrar una solución para la desigualdad provocada por el sistema económico es una misión urgente y decisiva si se quiere que la mayoría del mundo opte por "la senda del cambio pacífico, incluyendo la fuerza moral de la no violencia". Trató de amortiguar la contradicción lógica que él mismo estaba estableciendo al asegurar que, aunque sigue creyendo firmemente en que "la mejor esperanza para el progreso humano recae en tener mercados abiertos, combinándolos con democracia y derechos humanos", no tiene dudas de que "el desarrollo actual de la globalización demanda una corrección". Nada hacía presagiar alguna novedad más allá de ese ruego. Entonces, casi en el cierre, fue cuando sorprendió con un momento revelador, al manifestar dos ideas que esbozan el signo de la historia que teorizó Immanuel Kant.

La primera fue una advertencia para las instituciones europeas si es que quieren evitar caer en el mismo escenario de EEUU tras las elecciones del 8 de noviembre: "¿Cómo podemos asegurarnos de que la gente de cada país sienta que sus voces todavía son escuchadas, que sus identidades están siendo afirmadas, y que las decisiones que están siendo tomadas y que tendrán un impacto crítico en sus vidas no se encuentran tan alejadas como para pensar que carecen de toda capacidad para influir en ellas?". El riesgo implícito es una obviedad: el fascismo avanza en el corazón del Occidente ilustrado, y lo hace "amigablemente", sin golpes de Estado apoyados por ejércitos, sino a través de las urnas. Es un hecho que la derecha se ha radicalizado en los últimos 30 años (hasta el programa de Ronald Reagan pasaría hoy por el de un partido de "centro" como Ciudadanos), mientras que la izquierda mayoritaria se ha ido moderando y destiñendo. Otra prueba de esta amenaza subyace en el reciente análisis de la socióloga estadounidense Arlie Hochschild sobre las causas de la división interna que sufre su país. Sus preocupaciones se palpaban en el ambiente ateniense, ya que los votantes del Brexit y de Trump tienen muchas cosas en común. Ambos se sienten seres extraños en su propio país. Hochschild, en su brillante retrato del estado de Luisiana (con la misma esperanza de vida que Honduras), nos entrega la causalidad que explica el curso de los acontecimientos: el trabajador blanco que ansía un cambio, endeudado, sin estudios, privado de tener curiosidad por la cultura, incapacitado para imaginar un Estado de bienestar, solo confía en el mismo hombre que procrastina su emancipación. Sus intereses se hayan secuestrados, no solo ciegos para su conciencia, sino que han sido sustituidos por los intereses de la clase del 1% más rico.

La segunda idea con la que remató Obama su profecía terrenal fue que una forma de evitar la tragedia antidemocrática y separatista que envuelve este momento de la historia pasaría por recuperar la noción helenística de philotimo (el amor virtuoso al honor, la familia, la comunidad y el país), una alegoría socorrida para proteger el bien y la justicia, y proyectar esperanza. Sin embargo, el philotimo ya en la época de Platón quedó transformado en un tipo de amor falseado para esconder la simple ambición por alcanzar el poder incluso traicionando los ideales. Yo hubiera preferido que Obama eligiera la noción clásica de parrhesía (hablar libremente, sin miedo, diciendo la verdad al tirano y al poderoso) como símbolo para clarificar una senda auténticamente democrática para guiarnos durante la fría noche. Me imagino si él ha podido tener mi misma pesadilla, una en la que el fascismo totalitario se convierte en una realidad histórica en los Estados Unidos.

La historia deja su huella en las vidas de las personas y al revés. Esa huella no es más que un signo que nos indica que en el pasado todo ha sucedido siempre de un modo, que el presente está realizándose de la misma forma, y que así sucederá igual en el futuro. Los crímenes, las injusticias y las mentiras no prescriben en la conciencia del ser humano. Todo se arrastra dentro del inconsciente colectivo, y desde allí los jugos se van filtrando lentamente, determinando los momentos históricos que están por llegar. Obama pone el punto y final a su "amable" mandato haciendo menos autocrítica de la que sería necesaria. Sin haberse expuesto lo suficiente al riesgo que supone decir siempre la verdad, ha dejado su huella en el signo de la historia. Nuevamente se demuestra una profecía (pero la de Kant): la conciencia no puede ser anestesiada. Continúa cocinando desde lo más profundo.

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