Tribuna

Eugenia jiménez Gallego

Psicóloga y orientadora de Secundaria

A la espera

Lo más impactante es que este curso, a la altura del mes de mayo, no sabemos cómo se obtienen los títulos de Secundaria ni de Bachillerato. No es broma, no

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A la espera

Desde finales de febrero, la subcomisión del Congreso encargada de forjar el pacto educativo está escuchando las comparecencias de distintos expertos y de representantes de la escuela. Las 150 medidas acordadas entre Ciudadanos y PP que permitieron el arranque de la legislatura incluyen un plazo de seis meses para concluir el famoso pacto por la educación, por lo que en agosto deberíamos vislumbrarlo… Si da tiempo a dialogar con los más de 80 comparecientes convocados y a llegar después a acuerdos entre tantos partidos. Los mismos que han discutido con vehemencia hasta por el nombre que había que darle a este pacto.

En los medios, muy poca información de lo que se cuece en esos encuentros: algunas manifestaciones de los más conocidos, como Ángel Gabilondo. Rumores del paso de la marea verde, de los sindicatos (también del de estudiantes), de las patronales y las confederaciones de padres. Sin muchos datos sobre lo que plantean y les preguntan, sin nombres de más comparecientes que algunos famosos.

Y, mientras, aquí estamos a la espera los docentes, los padres y los alumnos: indignados, temerosos, anhelantes.

Indignados porque seguimos recogiendo día a día los frutos torcidos del desacuerdo. Todavía a finales de abril los estudiantes de segundo de bachillerato se dieron de bruces con novedades para la prueba selectividad, ahora llamada PEvAU. Con nombre de estreno, pero con la angustia de siempre, multiplicada ahora por tanta incertidumbre: mes a mes les van llegando a los chicos y a sus profesores retazos de información sobre su estructura, y ellos tienen que ir replanteándose cada vez cómo prepararla. Pero no es el único despropósito. Lo más impactante es que este curso, a la altura del mes de mayo, no sabemos cómo se obtienen los títulos de Secundaria ni de Bachillerato. No es broma, no. Es que después de la paralización de las controvertidas reválidas simplemente no pusieron nada en su lugar. Y aquí estamos, a la espera de que tengan a bien concedernos una nueva normativa.

Quizá nuestros dirigentes no han sido suficientemente conscientes de cómo este caos contamina el día a día de las aulas. Pero deberían serlo, porque el éxito de un sistema educativo no se juega en la promulgación de una ley orgánica, sino en la realidad cotidiana de las escuelas. Y tanto desconcierto desmotiva gravemente al profesorado, que ya ni se interesa por la nueva normativa ni por cambios metodológicos, porque no espera que nada dure lo suficiente. Con cada ley cambian los criterios para pasar de curso, las asignaturas y los contenidos que encierran, las formas de acceso a la formación profesional o a la universidad. Y los profesores pasan de programar conceptos, procedimientos y actitudes a competencias primero básicas y luego claves, y después a estándares evaluables… y así no pueden centrarse en mejorar sino en sobrevivir. Las familias, por supuesto, se pierden en esta jungla cambiante y no saben cómo orientar a sus hijos si ellas mismas no tienen luz. Los estudiantes, por su parte, toman decisiones equivocadas, antes de darse cuenta de que los requisitos para los estudios que desean han vuelto a cambiar.

Además, nos sentimos temerosos por el temor a un nuevo desencuentro de nuestros políticos. A que otra vez se ataquen con la Religión y la Ciudadanía, se atrincheren tras la escuela pública o concertada, hagan de las lenguas de esta España una muralla para incomunicarse.

Esta vez, sin embargo, mantenemos en pie nuestros anhelos, con más fuerza que nunca, porque percibimos en el aire nuevos signos. Por primera vez en los debates televisivos previos a las elecciones nacionales la pregunta sobre el pacto educativo estuvo firme encima de la mesa. Por primera vez los partidos mayoritarios parecen entender que se lo exigen los votantes de todas las banderas. Por primera vez se impone un consenso sobre la ley educativa como condición para una investidura. Y ya se publica que tanto desconcierto del sistema educativo puede ser la causa de que las comparaciones internacionales como PISA nos dejen siempre mal sabor de boca.

Los ciudadanos de este país aún mantienen la esperanza. Y lo hacen a pesar de estar tan descreídos de su clase política, tan resignados a que se rijan por estrategias electoralistas que no mantienen objetivos a largo plazo. Porque estamos convencidos de que nuestros representantes no pueden seguir haciendo oídos sordos a este clamor sonoro interminable de los que resistimos a la espera.

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