Tribuna

José joaquín castellón martín

Profesor de Ética del Centro de Estudios Teológicos y sacerdote diocesano

"Yo soy mi cuerpo"

"Yo soy mi cuerpo" "Yo soy mi cuerpo"

"Yo soy mi cuerpo"

Puede parecer que esta frase haya sido sacada de un eslogan de la liberación sexual del movimiento feminista. Nada más lejos de la realidad. Con esta provocativa frase, Gabriel Marcel, filósofo existencialista, cristiano y francés de la primera mitad de siglo XX, expresaba su visión unitaria e integrada de la persona. Frente al pensamiento reduccionista, fruto de la ideologización de la ciencia, que considera al cuerpo humano, y al propio hombre como un objeto más entre los objetos, disponible a la manipulación y el control; y frente al dualismo de corte espiritualista considera el cuerpo como un límite o una rémora para la perfección; Marcel reivindicaba que la realidad de la persona, y sus experiencias de vivir en libertad, de expresarse y amar, de crear y gozar, son experiencias espirituales y materiales a la vez; él las consideraba experiencias corporales. Para Marcel el cuerpo no es sólo cuerpo, es la actualización radical de mi persona allí donde estoy, haciendo lo que hago. El cuerpo de la persona no es materia biológica neutra. Es el portador de toda la dignidad que la persona es. Por eso violar la dignidad del cuerpo de una persona es violar y atentar contra su dignidad intrínseca.

En la reivindicación de la dignidad del cuerpo de la mujer coinciden, sorprendentemente, el movimiento feminista y la moral cristiana. Prostitución y maternidad subrogada son consideradas prácticas que no respetan la dignidad de la mujer.

Es cierto que en algunas maneras de presentar la moral cristiana sigue pesando la mentalidad platónica de escisión entre cuerpo y alma; pero la mentalidad bíblica es profundamente unitaria y alejada de todo dualismo, y eso da un fuerte impulso de concreción social y personal a las directrices morales del cristianismo. El Reino de Dios, tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento, no se representa como un coro estilizado alabando a un espíritu etéreo, sino como un banquete donde el vino, la carne y las frutas brillaban en abundancia, donde la amistad, la fraternidad y la bendición de Dios se expresan corporalmente.

Desde esta mentalidad unitaria e integradora de lo material y lo espiritual, el pensamiento cristiano siempre ha afirmado la dignidad del cuerpo como signo de la dignidad de toda la persona. "Vuestro cuerpo -diría San Pablo- es templo del Espíritu Santo", y exhortaba a los cristianos de Corinto a no profanar ese templo con prácticas deshonestas o con la prostitución. Esta dignidad radical del cuerpo da a la moral cristiana una nueva forma de asumir el respeto a la dignidad del propio cuerpo, y el cuidado solidario al cuerpo sufriente del hermano. Porque yo soy mi cuerpo no puedo degradarlo ni usarlo como una cosa superflua o nociva; porque mi hermano es su cuerpo he de cuidarlo como única forma verdadera de manifestar mi fraternidad.

El movimiento feminista ha ido abriendo su reflexión a la dignidad del cuerpo de la mujer y ha ido posicionándose de manera clara contra las distintas formas de mercantilización con las que se viola su dignidad. Una de ellas es la oposición feminista a la legalización de la prostitución, porque se ha comprendido que al convertir en mercancía el cuerpo de la mujer, se trata a la mujer como objeto. En estos últimos meses hemos visto también la oposición de grupos feministas al uso del cuerpo de la mujer como mero instrumento reproductivo. Algunos llaman a esta práctica "vientres de alquiler". Otros, para ocultar la violencia machista de esa práctica, "maternidad subrogada". Se llama maternidad cuando se priva a la mujer de vivir como madre; se califica de subrogación, un término del ámbito económico-empresarial, cuando de lo que se trata es de la vida de un niño y del cuerpo de la mujer tratados como mercancías en contratos que violan sus derechos fundamentales. Las razones que proponen los grupos feministas para oponerse a la legalización de los "vientres de alquiler" me parecen verdaderas y muy convincentes.

En ambos casos el movimiento feminista ha redescubierto que el cuerpo de la persona no es un objeto a disposición de quien quiera comprarlo o venderlo, aunque sea el suyo propio; sino que es portador de una dignidad que ha de ser respetada. Las diferencias entre el movimiento feminista y la moral cristiana no es necesario subrayarlas, pero es muy interesante que las posturas de los que queremos defender la dignidad de las personas vayan confluyendo en la verdad concreta de lo que nos humaniza, y en la denuncia de lo que nos destruye. La comprensión de la libertad en algunas corrientes libertarias ha estado haciendo el juego al liberalismo mercantilista más grosero, por no entender que la dignidad de la persona ha de ser principio regulador de la propia libertad; y que cuando esa dignidad de olvida la libertad sólo es la máscara de las más terribles esclavitudes. Analizando la situación concreta de la mujer en otros problemas tan importantes como el derecho a la maternidad o como el aborto de fetos de niñas, simplemente por ser niñas, creo que habrá más puntos de encuentro.

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