Tribuna

José antonio gonzález alcantud

Catedrático de Antropología Social

Utopías concretas

Marinaleda se parece por su frialdad jerárquica a la Mecanópolis que soñó Unamuno, distopía soñada antes de que surgiese la 'Metrópolis' de Frizt Lang

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Utopías concretas

A la memoria de mi padre

CAE en mis manos en medio de una ciudad atemorizada por el terrorismo y otras amenazas, París, el Atlas de las Utopías del diario Le Monde en su edición de 2017. Al hojearlo, una de las primeras cosas que me llaman la atención son la variedad de cosas agrupadas bajo la noción de "utopías", desde las clásicas de Thomas Moore o de los falansterios fourieristas hasta las más recientes, engendradas alrededor del medio-ambientalismo, el altermundismo o el europeísmo. Son muchas, muy diversas, y algunas discutibles. Algunas más que utopías se me representan proyectos de futuro, que no es lo mismo. Así el europeísmo, por ejemplo, no sé si es una utopía en camino de realización o un simple proyecto político futurible. Pero a la vista de su previsible fracaso, aquí y ahora no nos queda más remedio que encasillarla entre las utopías irrealizadas. Me llama la atención que, en entre las muchas infografías del atlas citado, haya un mapa de la Europa actual que representa gráficamente el peso de los movimientos euroescépticos en el continente, y que los únicos territorios libres de esta idea sean los pequeños tres países bálticos (Lituania, Letonia y Estonia), más Rumanía y Bulgaria, todos ellos temerosos del poderío ruso en alza. Pero de los clásicos sólo aparece sin marcar por esta negatividad la superficie ibérica, España y Portugal. Os sea que somos materia de utopía europeísta aún.

Recuerdo a este propósito la obra de José Saramago La balsa de piedra. El argumento, muy bueno, aunque no estoy muy seguro si bien resuelto literariamente, trata de la separación progresiva y sin remedio, mediante un temblor de tierra que abrió una gran falla pirenaica, de la península ibérica del continente europeo. Un portugués y un andaluz -de Orce, para más señas- parecen conocer el secreto de las señales cósmicas que anunciaron esta separación fabulosa. La balsa de piedra que llamamos Iberia queda a su albur a pesar de los intentos de españoles y franceses de rellenar con cemento la fosa abisal abierta en los Pirineos. La idea es, vuelvo a repetir, impecable. Sólo se le podía ocurrir a un portugués como Saramago, con casa puesta en España. Y yo me digo, frente a esta distopía imaginaria, pues algo de utopía negativa y de pesadilla tiene el relato, la realidad reza que todas las utopías sociales suelen acogerse mejor a la condición isleña, incluido el supuesto continente de la Atlántida que tanto dio de sí desde Platón hasta el arqueólogo Schulten, que la buscaba en la desembocadura del Guadalquivir. El asunto nodal no sería para los neoíberos de la balsa de piedra, autosuficientes en su frugalidad y nada dados a devorarse con hambre caníbal, al contrario de la balsa de la Medusa pintada por Géricault, que tanto escandalizó a la Francia de su tiempo, alejarse de Europa, sino encontrar en la deriva y la soledad de los mares, aislados, la fraternidad perdida. Y el problema en sí mismo corresponde a una Europa abandonada a sí misma, separada de la fraternal balsa de piedra. El gran problema europeísta va a venir, si hacemos caso al citado atlas, cuando a los peninsulares ibéricos les diese por la eurofobia, cosa por ahora lejana.

Otro asunto que me llama la atención del citado atlas es que entre las comunidades utópicas europeas localiza en sus infografías a un punto en el mapa andaluz: Marinaleda. Curioso porque esta especie de falansterio en la mitad justo de Andalucía no goza precisamente de la mejor fama, sobre todo entre mi gremio, el de los antropólogos. Hace años que algunos se han acercado allá a curiosear con la mejor intención, y han vuelto absolutamente decepcionados, encontrando en lo que debiera ser un modelo libertario, lo más parecido a la Christiania danesa, una distopía fourierista o incluso una suerte de réplica de las misiones jesuíticas del Paraguay, pero sin jesuitas, y con un comunismo de reglamento. En fin, un control sobre lo que se hace o dice asfixiante. Así, pues, disiento de Le Monde que lo ha incluido como una comunidad utópica más. Debieran haberse informado mejor, alejándose de todo romanticismo al respecto. Marinaleda se parece por su frialdad jerárquica a la Mecanópolis que soñó Unamuno, distopía soñada por el bilbaíno antes de que surgiese la Metrópolis de Frizt Lang, que tanto ha dado de sí.

En fin, siempre que se habla de estas cosas suelo acordarme de aquella brillante idea que lanzó Lionel Jospin durante su candidatura a la presidencia gubernamental francesa: las utopías concretas. Aunque el proyecto al final tuviese mucho de fiasco, creo que hay que recuperar en el lenguaje político esa idea, que no representa otra cosa que aspirar a lo posible, a lo que podemos prometernos alcanzar en pacto firme con nuestras ambiciones. No otro es el fundamento de las utopías concretas.

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