Tribuna

Rafael Rodríguez Prieto

Profesor de Filosofía del Derecho y Política de la Universidad Pablo de Olavide

Trump y los 'rufianitos'

Desde que firmó el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, México tiene que importar hasta el maíz de sus tortillas

Trump y los 'rufianitos' Trump y los 'rufianitos'

Trump y los 'rufianitos'

Constanza, una amiga que estuvo vinculada a importantes universidades de Massachusetts, me confiesa su depresión por tener un presidente cuyo apellido refiere a un juego de cartas italiano del siglo XV para el que se diseñó el tarot. No podía ser más adecuado. A la economía-casino le sigue una póquer-política. No va más y gana, por supuesto, la banca. A Costanza, como a muchas de sus amistades que han pasado por Harvard, Brandeis o Berklee (la escuela de música bostoniana) y que representan los EEUU más cultivados y críticos, la victoria de Trump es simplemente incomprensible.

Todo parece continuar igual. Los drones desplegados por EEUU en la frontera con México hacen su trabajo nocturno de vigilancia, mientras los mexicanos envían memes en los que se ve al presidente Peña Nieto cargando un par de sacos de cemento. Luis Enrique, un politólogo que se doctoró en Madrid y reputado especialista en el discurso político, me dice que los mexicanos "tenemos que depender menos de los EEUU y estar mejor preparados". Es cierto. Parece como si actualmente no hubiera un muro entre ambos países o que el Tratado de Libre Comercio, que firmó la oligarquía mexicana con EEUU, no fuera lesivo para la mayoría de los mexicanos. Un simple dato: desde su firma, México tiene que importar hasta el maíz de sus tortillas.

La promesa de Trump sobre el muro representa muy bien lo que se puede esperar de su presidencia. El muro ya existe en buena parte de la frontera y, hoy en día, más que con cemento, la vigilancia se lleva a cabo con drones y sistemas electrónicos. El cemento y el ladrillo es cosa del siglo XX, pero nutre la fe de votantes desesperados. Lo mismo sucede con la promesa de renegociar tratados que son per se muy favorables a los intereses de las grandes corporaciones estadounidenses. Bajo este marchamo, Trump articuló el mensaje de la deslocalización de empresas, que ha empobrecido a buen número de trabajadores del país. Estos trabajadores vieron llegar, de un día para otro, mexicanos o asiáticos a sus orgullosas factorías. No era más que el prólogo de su cierre y traslado a un país de salarios bajos y leyes laborales cercanas a la esclavitud. ¿De verdad alguien puede creer que Trump obligará a estas fábricas a cerrar sus plantas y volver a EEUU? Trump detectó con habilidad un nicho de negocio: millones de ciudadanos hartos de la desigualdad y de la corrección política que la acompaña. Si la bolsa de votantes hubiera estado en otro lado, Trump hubiera cambiado el discurso para atraerlos. No es nada político, son sólo negocios, debió decirle a Clinton la noche electoral.

Wall Street está encantada. Las empresas inmobiliarias también. Las grandes corporaciones y sus lobbistas esbozan una sonrisa cómplice. El propio empresario Trump, desdoblado en presidente, va a poder rascar la espalda a muchos que luego le deberán favores. Así funciona la póquer-política desde hace tiempo. En EEUU y en Bruselas, que conste. Quien no lo vea es que está muy ciego o muy teledirigido por el duopolio televisivo español y su lucrativa pararealidad. ¿Democracia? ¿Representación? Eso es ya solo mera retórica para universitarios o crédulos.

Hoy, los vendedores de jarabes milagrosos están más de moda que nunca. Esta última fusión, parece construida con retazos de Jesús Gil, Berlusconi y el malo de Regreso al Futuro II. De hecho, también ha gestado su popularidad en la tele. Despedía a concursantes en un programa que promocionaba el darwinismo social sin complejos. Curiosidades del destino: fue versionado en España por la muy "pogre", correctísima e, intelectualmente, narcótica La Sexta.

Los mercachifles se han apuntado a la horda nacionalista que cabalga con renovados bríos. Le Pen puede ser la siguiente. Aquí, los rufianitos y la fiel infantería cupera se frotan las manos. Lógico: si un tiburón inmobiliario promete devolver a los trabajadores estadounidenses su dignidad, ellos pueden, por la misma razón, prometer una Cataluña independiente sin cáncer. No hay problema. El fascismo de este siglo ya no precisa de uniforme caqui. La culpa de todo la tienen siempre otros porque tú eres lo más grande por haber nacido en una patria perfecta que te ama. El capitalismo siempre acude al fascismo para resolver sus crisis sociales. El siglo XXI no será una excepción. El interesado olvido de la clase social y el uso político "del mal menor" para perpetuar la brecha salarial entre trabajadores y directivos son la gasolina del nacionalismo; el verdadero zombi que recorre el mundo.

Es hora de despertar. De recuperar la justicia social como valor absoluto de nuestros ordenamientos jurídicos y de construir un gran Estado federal europeo basado en los valores que hicieron mejores a las sociedades europeas de posguerra. La alternativa es más Trumps.

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