Tribuna

pABLO GUTIÉRREZ-ALVIZ

Sólo para hombres

Un antiguo diputado de los Comunes y miembro del Savile ha confesado su alegría al respecto. Califica al socio, futura fémina, como "simpatiquísimo"

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Sólo para hombres / rosell

Días pasados, un amigo culto, cosmopolita y fino observador de la realidad, me envió, incrédulo y con un breve comentario, el enlace de una singular noticia que publicaba un diario británico. La información versaba sobre cómo el Savile, un elitista Gentlemen's Club londinense constituido hace más de 150 años por eminentes escritores como Kipling o Waugh, admitía por primera vez la posibilidad de que una mujer llegara a ser socio. En Londres, y en algunas capitales anglosajonas, estos clubs privados (de caballeros, sería su traducción) gozan de cierto prestigio, tienen un riguroso sistema de admisión de socios y no aceptan a las féminas en sus filas. Durante su apogeo en el siglo XIX, funcionaban como centros de reunión y esparcimiento de los conspicuos socios donde se compartían secretos, intereses y negocios, se cultivaba la amistad y también se intrigaba políticamente, al margen de la pobre sociedad de la época, en la que la mujer quedaba marginada y recluida en casa. La irrupción femenina en la vida pública supuso un duro golpe a estos clubs. En España, los pretendidos Gentlemen´s Clubs más bien conforman unas agradables y a veces casposas peñas o casinos locales. Algunos de estos clubs han modificado sus estatutos y ya permiten que las mujeres sean socias.

El caso es que el comité de admisión del distinguido club Savile, que cuenta entre sus miembros actuales con John Le Carré, recibió una solicitud de ingreso avalada por dos socios para que se permitiera que una mujer fuera socio. Lo insólito de la instancia era que la suscribía un varón, ya socio, casado y padre de dos hijos. En la carta señalaba que se iba a someter a un tratamiento de cambio de sexo, y que requería que se le mantuviera como socio en el futuro, cuando por fin fuera toda una mujer. La noticia nada decía sobre el periodo transitorio en el que iría cambiando la voz y la fisonomía por etapas y zonas; normalmente de arriba a abajo. Un suceso que parece sacado del Club de los Zánganos del gran escritor Wodehouse, quien podría haberlo titulado como El pasmoso misterio del socio transgénero.

Hay que tener muy presente el grave conflicto entre el drama humano de este socio y la estricta formalidad inglesa con los estatutos sociales. En principio, ante la prohibición de que una mujer fuera socia, lo más lógico sería que este señor se hubiera dado de baja voluntaria y asunto terminado. En el ambiente machista de un club solo para hombres su peculiar presencia femenina sería siempre objeto de, como mínimo, alguna mueca burlona. El empecinamiento en seguir como socio cabría explicarlo por su presunta posición privilegiada e influyente en la escala social o económica londinense, y entonces el club, algo esnobista, se habría visto forzado a tener un "divertido transgénero" en su seno. Un antiguo diputado de los Comunes y miembro del Savile ha confesado su alegría al respecto. Califica al socio, futura fémina, como "simpatiquísimo".

Pero también parece que el socio pudiera haber amenazado con un pleito por discriminación por razón de sexo. Porque seguro que en los estatutos se preveía la expulsión del socio por comportamiento "impropio" pero nunca por cambio de sexo. Hoy día toda conducta pasa por ortodoxa, y ante el vacío disciplinario por cambio de sexo solo procedería admitir su continuidad como socio. La Junta del club, por unanimidad, ha aceptado la condición del socio/socia y se ha evitado el engorroso, y más que posible trance de acudir al Juzgado. Estima que ha respetado los estatutos y, de camino, que también conserva la esencia del club porque no admite "nuevos" socios femeninos. En mi opinión, ya puestos, este club tendría que permitir que las señoras que correspondan fueran socias, sin discriminación alguna.

Me temo que en el club Savile todos debían conocer el problema de este desgraciado socio. Lo mismo siendo galés llevaba unos cuantos de años asistiendo a la sede social vestido de escocés, y cada vez con la falda más corta.

En España, los escasos clubs de "caballeros" deberían tomar buena nota de este suceso. De entrada, convendría que fueran cuantificando, a nivel orientativo, los socios que frecuentan sus clubs disfrazados normalmente de flamenca, fallera, chulapona o lagarterana. Y más adelante, sin prisas, para evitar conflictos futuros, que impulsen una reforma estatutaria que permita que cualquier socio transexual siga en su condición de socio ordinario y que, por tanto, pueda llegar hasta el puesto de Presidente.

Por último, mi amigo me comentaba que, al parecer, Jeeves, antiguo mayordomo de mister Wooster, y hoy eficaz gerente del club Savile ya ha contratado la instalación de un nuevo cuarto de baño completo cuyo uso será sólo para mujeres. Socias, por supuesto.

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