Tribuna

Esteban fernández hinojosa

Médico

Guardar siesta

El dulce sueño repara la dispersión mental, ofrece tregua a los enconados conflictos de la conciencia y restablece el vigor corporal como quien recibe una bocanada de viento fresco

Guardar siesta Guardar siesta

Guardar siesta / rosell

Hay quien cree que la siesta es un ingenio español que perdura como vestigio de nuestra Edad de Oro. Están, en cambio, aquellos que la utilizan como arma arrojadiza para alimentar nuestra leyenda negra. Sin embargo, unos y otros han olvidado que hasta los ingleses -como también los americanos- sestean después de comer; y de ello he sido testigo durante mis largas estancias en esos países, donde hoy muchas de sus más emblemáticas empresas, como Facebook en San Francisco o en Londres, disponen de silenciosas salas de siesta para que sus empleados recobren energias. Los poetas han legado también su inmortal testimonio acerca del polémico sueño. Cuando Falstaff despierta y pregunta la hora al príncipe de Gales, este le responde: "A fuerza de beber jerez añejo, de dormir la siesta en los bancos te has embrutecido…". Víctor Hugo lo menciona de otra manera en su poema El meridiano del león: "El león duerme, solitario bajo su bóveda/ Duerme con este poderoso sueño/ De la siesta, a la que suma, / como un peso oscuro, el sol". Baudelaire dice en La hermosa Dorotea: "Es una especie de muerte sabrosa en que el dormido, despierto a medias, saborea los placeres de su aniquilamiento".

Cuentan que Newton, Einstein y Churchill tuvieron sus más geniales ideas después de una siesta. El físico alemán fue un convencido defensor y fiel cumplidor. En cuanto al notable estadista y orador inglés, este adquirió el hábito -como también el de fumar habanos- en Cuba, adonde el Eejército británico lo envió de observador antes del desastre del 98, siendo todavía un joven oficial. La benéfica costumbre no la interrumpiría ni para dirigir, muchos años después, las tropas en la Segunda Guerra Mundial desde un búnker subterráneo en Londres; allí desconectaba de la terrible realidad durante unos minutos para continuar fresco y atento el resto de aquellas interminables jornadas. De Dalí también se ha dicho que después de dormir unos minutos la siesta reconocía sentirse más inspirado a la hora de enfrentarse con sus paletas. A veces he llegado a preguntarme absurdamente si no serían los grandes hombres quienes imitan algunas de las mejores costumbres de esa mayoría corriente desposeída de particular relieve.

Es sabido que la palabra siesta deriva de la hora sexta, que es como los romanos denominaban al mediodía, ese periodo en el que la luz desprende su mayor intensidad. Los monasterios de la Edad Media heredaron este cómputo horario -conocido desde entonces como horas canónicas- para entonar sus cantos y oraciones. La voz apareció por primera vez en romance castellano a principios del siglo XIII, un tiempo en el cual, paradojas del mundo, se ha dicho que tuvo lugar el despertar del mundo. Pero la elegante costumbre había sido ya descubierta por los griegos, quienes, en su tradición pagana de culto a la naturaleza, sesteaban con delectación a la sombra de las míticas higueras, al olor de su fragancia y bajo el rechinante canto de sus cigarras.

En España se habla de la siesta del carnero o del borrego o del gorrino -según la región- en recuerdo de la que guardaban los pastores a la sombra de un madroño en esas horas previas del almuerzo. En las horas del mediodía también se la ha llamado siesta del canónigo: en La Regla de San Benito, del siglo VI, se indicaba la norma de guardar reposo y silencio durante la hora sexta, el periodo más caluroso del día, por lo que no resulta extraño que los observantes dormitaran a discreción durante sus oraciones. Cela, en cambio, hablaba con su particular ironía de la siesta: le exigía padrenuestro, pijama, orinal y dos épicas horas de sueño. Un modelo tan prolongado que los no iniciados acusarían, a buen seguro, un segundo amanecer aturdido y desnortado.

Destinar unos minutos, en nuestro azacaneado ir de aquí para allá, a esta sabia invención de la naturaleza tal vez sea justicia poética. El dulce sueño repara la dispersión mental, ofrece tregua a los enconados conflictos de la conciencia y restablece el vigor corporal como quien recibe una bocanada de ese viento fresco y limpio que sopla por las quebradas. Hay evidencia científica sobre este hábito como un factor de protección de diversos males; dicen, así mismo, que favorece la memoria y facilita el aprendizaje. Desde luego, ninguno de aquellos que cada tarde flotan durante unos minutos en esa diáfana levedad niega, al abrir los ojos, sentirse menos tenso, más vital y más amable, porque se percibe que la bendita cabezada, además de aplacar el estrés, alivia la fatiga física y el bullicio mental. Así las cosas, apartemos de este elevado negocio toda pompa y disimulada pedantería y, siguiendo la lección de los sabios, ¡celebremos la siesta!

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