Tribuna

rafael rodríguez prieto

Profesor de Filosofía del Derecho y Política

'Gibraltexit'

Gibraltareños de un lado u otro de la verja (es decir sanroqueños) y linenses son perjudicados por la agresividad de unos y la dejadez culposa de otros

'Gibraltexit' 'Gibraltexit'

'Gibraltexit'

Cuentan las crónicas que, corriendo el año 2005, Gran Bretaña decidió celebrar el 200 aniversario de su victoria en Trafalgar e invitó a España a dicha conmemoración. Algún funcionario español hizo su trabajo con especial brillantez y envió la fragata Blas de Lezo. El guipuzcoano Blas de Lezo Olavarrieta fue uno de los más insignes militares de todos los tiempos y una de las glorias del Ejército español. Humilló a la marina inglesa en Cartagena de Indias. En una Europa en paz, no parece oportuno recordar batallas pasadas. Pero resulta lógico que si alguien se empeña en hacerlo, reciba la respuesta adecuada. Desgraciadamente, el comportamiento de los gobiernos de España no tiende a ser tan ecuánime.

Muchos dicen que no existen los milagros. Yo creo en ellos. Que el servicio exterior español haya podido sobrevivir a ministros como Moratinos y Margallo es la prueba. Lo que en otros estados es una política coherente, sólida y a largo plazo, en la España actual es un pozo de ocurrencias. Los desatinos se han sucedido sin descanso. Los sucesivos y acomplejados gobiernos se han debatido entre el lamentable "foro a tres bandas moratinesco" al ridículo "se acabó el recreo margalliano". Mientras, las autoridades españolas han sido incapaces de evitar las sucesivas afrentas a los intereses de la población campogibraltareña por parte del Gobierno de Gibraltar. Las delirantes visitas de submarinos nucleares -a pesar de tener a una base de la OTAN a pocas millas-, la consciente destrucción de la pesca mediante el uso de bloques de hormigón, la agresiva utilización de patrulleras para proteger unas aguas territoriales inexistentes o el uso de gasolineras flotantes son solo algunos ejemplos. A la vez, se torpedearon razonables propuestas de autoridades locales linenses que pretendían cobrar una tarifa de congestión por el uso de las infraestructuras viarias del municipio. Y es que es demasiado sencillo ciscarse en España mientras se vive en Sotogrande, con el aplauso de los políticos que dirigen nuestro servicio exterior.

Una cosa son los gobiernos y otra los ciudadanos. Gibraltareños de un lado u otro de la verja (es decir, sanroqueños) y linenses son perjudicados por la agresividad de unos y la dejadez culposa de otros. Por un lado, el Gobierno de Gibraltar parece empecinado en expulsar a toda la población gibraltareña que carezca de una faltriquera bien repleta. Por otro, la perniciosa relación de subordinación y dependencia que empuja a trabajadores linenses a buscar trabajo, en las condiciones que sean, en el peñón ha estado jalonada de ejemplos de discriminación como el cobro del Community Care. Todos son beneficios para el peñón y escasas son las obligaciones. ¡Qué listos se deben creer! Casi tanto como cuando insultan a cualquiera de los que osan preguntar sobre opacidad fiscal y otras sospechosas ocupaciones, sin estar convenientemente arrodillados. ¿Para cuándo una investigación seria sobre las actividades de ciertas entidades con residencia en Gibraltar? ¿Cuándo la Interpol se interesará por investigar el patrimonio de sus líderes principales? ¿No sería mejor disipar cualquier sombra de duda?

Las soluciones no son sencillas, pero todo mejoraría con una diplomacia seria y realista. La primera medida debería consistir en ayudar a los ciudadanos de dos formas: otorgando al municipio de La Línea los mismos privilegios fiscales con los que cuenta Gibraltar, junto con un plan de inversiones para un área tradicionalmente muy castigada por los gobiernos de Madrid o Sevilla. Las eternas obras del nuevo hospital son una muestra. La segunda medida debería consistir en cerrar la verja y habilitar una comunicación marítima con Gibraltar, mientras dura la negociación entre los gobiernos de España y Reino Unido. Si algo nos enseña la historia es que el Gobierno británico sólo se aviene a respetar a su contraparte cuando esta se encuentra en una posición de fuerza. Si el servicio exterior español no me cree, que pregunten en Pekín. Estas negociaciones podrían fructificar en un acuerdo que, por un lado, solventara un anacrónico contencioso entre dos aliados y, por otro, mejorara la vida de los ciudadanos de ambos lados de la verja. La salida del Reino Unido de la UE es el contexto adecuado. Desgraciadamente, sólo puede haber un Brexit duro, si es que la UE pretende sobrevivir. De lo contrario, cualquier otro Estado miembro seguiría el ejemplo, sin contar con el oxígeno que la extrema derecha europea recibiría. Podría ser que, transcurrido el tiempo, fueran los propios ciudadanos británicos los que pidieran el reingreso. La UE se encuentra en una deriva neoliberal. Un proceso que traiciona sus ideales sociales y mina su legitimidad. Sin embargo, la actual relación de fuerzas a nivel global invita a una mayor unión e integración entre estados. Optar por la desintegración, asumiendo un credo destructivo para el estado social -además de xenófobo y racista-, debiera tener consecuencias.

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