Tribuna

Javier González-cotta

Escritor y periodista

Gaziel, un catalán en Madrid

Gaziel, un catalán en Madrid Gaziel, un catalán en Madrid

Gaziel, un catalán en Madrid / rosell

Este señor de Sant Feliu de Guíxols, alias Gaziel, pero de nombre Agustí Calvet i Pascal (1887-1964), escapó de chiripa de Barcelona al inicio de la Guerra Civil. La funesta pira comenzaba a arder y el huido halló refugio en Francia. La FAI fue en su busca, pero… ¡agua! En pleno albor de la II República, Gaziel ejercía ya como director de La Vanguardia (desde los años veinte fue uno de sus codirectores).

En lo político Gaziel fue siempre íntegro y, a la par, un hombre curvo. Unos (los revolucionarios de la tierra) lo querían matar por ser el flautín de la burguesía catalana. Otros (los separatistas extremos), lo odiaban porque Gaziel era otro botifler: añoraba que Cataluña, dentro de una España reformulada, formara parte de una Iberia de pueblos peninsulares, en la línea idealizada de Joan Maragall. Y, finalmente, dentro del diario que dirigía, la familia Godó, dueña al cabo de la cabecera, solía recelar de su catalanismo indisimulado.

Ni que decir tiene que, por ser republicano moderado pero fiel, el bando nacional juró ponerlo contra las tapias en cuanto pudiera. Pero en 1940, tras sufrir un proceso depurativo, pudo regresar a España. "Yo he sido un hombre al que los dos bandos quisieron asesinar", dice Gaziel. Lo anota años después en Meditaciones en el desierto, su más triste libro escrito en el triste Madrid. La larga noche de Franco lo apagaba todo.

Durante la Primera Guerra Mundial, Gaziel cobró pronta fama por sus crónicas enviadas a La Vanguardia. Viajó a las trincheras y cubrió como pocos aquel espantoso aguafuerte. A partir de 1920 se fue haciendo un periodista de postín. Tuvo predicamento tanto en Barcelona como en Madrid. Por eso, a partir de 1925 (en plena dictadura de Primo de Rivera), decidió escribir también para El Sol, el papel madrileño inspirado por Ortega y que pretendía mostrar un nudo de corbata europeo. Aceptó el encargo para que el catalanismo, por un lado, y lo que él distinguía como catalanidad, por otro, tuvieran su voz y soplaran, cual tramontana, sobre la regia paramera de Castilla.

El libro ¿Seré yo español?(Península) recoge todos sus artículos publicados en El Sol(1925-1930). El título de la antología alude a uno de los sueltos que Gaziel publicó en 1929 (como veremos no todos de corte político). La pieza recoge, en síntesis, el dolor de cuna de un hijo de España, de un catalán necesitado de asidero.

Gaziel se consideraba "indestructiblemente español". Pero España, desde el XIV, seguía siendo esa madre que se intuye y, sin embargo, no se ve. Le falta el armazón. A su decir, la Reconquista fue una auténtica epopeya de hermandad peninsular. Los Reyes Católicos fundaron la España imperial, pero no la constituyeron. La nación se echaría a navegar en un fabuloso destino de ultramar, pero olvidó cerrar su gran aventura interior.

A veces uno piensa que Gaziel lo gasta todo en fachada, como decía Unamuno sobre los catalanes. El periodista soñaba con las Españas, que eran las tres hebras que salían de la misma cinta del alma: catalana, castellana y lusitana. Las tres eran "la expresión musical del alma entera de la Península", aunque Portugal formara ya reino aparte, como un bucle juanmanuelino, que bañaba su pesar frente al vasto azul.

Puede que Gaziel nos resulte a veces un catalán con mucho gasto en fachada. Pero su catalanismo era íntegro, conciliador. Sentía la nostalgia de Castilla, y la leía y recorría bajo la hora amarilla de Azorín. Decía que, frente al tópico, el alma catalana no había que asociarla a la mercadería o a la conciencia práctica. En su fondo, el catalán era poco o nada práctico, de ahí la llamada a la empresa funesta por parte de Roger de Flor o la traza de los sueños helicoidales en Gaudí.

Cierto es que todo lo de Cataluña nos resulta ya un coñazo, como dijo en su día Sánchez Ferlosio. Por supuesto, Gaziel bajó de la cúpula del ideal y habló del problema político catalán con el prosaísmo que requería en su tiempo. Pero uno se queda con algo de lo que él sugería sobre la catalanidad, que es justo la que pisotean los catalanes del lacito. El nuevo presidente de la Generalitat, el tal Quim, habría llamado a Gaziel "catalanista al baño maría o masoquista de España", como ha escrito el botarate en artículos pasados. No hay país para tamaño bobo. De modo que el tal Quim no nos parece ni xenófobo ni separatista siquiera, sólo "un bobo al baño María".

Aunque nos cause hartazgo Cataluña, deberíamos leer los artículos de Gaziel. Entre otras cosas porque, cultísimo y fino, el periodista también habla aquí de feminismo, de arte y literatura, del estúpido anhelo por la inmortalidad o de la irrupción social del desnudo. En este cargante Año Murillo, no nos resistimos a reproducir el desagrado que le producía aquel artista blando que tanto malvendió su extraordinario talento. Si el jerez y el champán eran vinos perfectos, Murillo era "la manzanilla de la pintura religiosa". Y añade: "Da verdadera rabia imaginar lo que este afeminado habría sido capaz de pintar de haberse hecho más hombre". No todo es Cataluña, a Dios gracias y a Sant Jordi bendito.

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