Tribuna

José manuel sáchez del águila

Abogado y escritor

Eterno Azorín

Eterno Azorín Eterno Azorín

Eterno Azorín

Se han cumplido los cincuenta años de la muerte del gran maestro Azorín. Yo tenía nueve años, estudiaba en los padres blancos del sevillano barrio de Los Remedios, y ese día nos dieron día franco -con perdón-, no día de asueto, sino día en que don Eloy trajo de la pequeña biblioteca del colegio algunas de sus obras -muchas ilustradas- para que nos empapáramos de su recuerdo, de sus cielos siempre azules y de su España que tanta quiso.

Pienso que aquel día, pese al doloroso suceso, fue un día feliz. Porque esa jornada de lectura obituaria me supuso no sólo el precoz e indiciario conocimiento de la obra de un hombre grande, de un magnífico y prolífico escritor, sino, lo que era más importante, fue el comienzo del más entrañable amor a España que afortunadamente ha llegado hasta estos días otoñales de mi vida. Y, más tarde, el inolvidable escritor José Luis Ortiz de Lanzagorta nos volvió a llevar a él con la dedicatoria de un libro sobre el autor que coordinó para la Universidad de Sevilla: "A ese puñado de muchachos y muchachas que, en este año del centenario de Azorín, eligieron -voluntaria, heroicamente- cursar literatura en los distintos COU de Andalucía". Ahora tomo el libro, ya viejo y ajado -son tantos libros, tanta vida y tanta biblioteca-, y veo su dedicatoria particular que aquí dejo. "Para José Manuel Sánchez del Águila, siempre tan preocupado de las contradictorias situaciones españolas." Premonitorio, aunque fuera en 1974, pues sigue siendo así.

De año en año fui acaparando sus obras en la colección Austral (recuerdo a mi madre darme sus duritos para comprar libros en Itálica, esa vieja librería de barrio que ya no está): España, Una hora de España, Lecturas españolas, Visión de España, Trasuntos de España, etc., hasta empaparme de ellas y, con ellas, de esta inmensa pasión por la eterna España. Porque Azorín llegaba a cualquier luz y a cualquier rincón del suelo español, desde las Vascongadas más agrestes y boscosas hasta la Cataluña más profunda y más española. Con Azorín amé profundamente a España, y pienso que fuimos muchos los que nos enamoramos de nuestra patria; porque sólo acariciar su lectura era regresar a ese amor, tan inefable, como hubiera dicho él mismo: a España, sus gentes, sus paisajes, sus palabras, su misma historia tan pequeñita y tan grande.

Azorín, que se llamaba a sí mismo "pequeño filósofo", afirmaba con rotundidad en su obra Memorias inmemoriales algo tan cierto como que "el momento, y no la continuidad del tiempo, es la vida: la más intensa de las vidas". Desde luego no era un pequeño filósofo, era mucho más, eso está claro. Recuerdo hace unos meses que cenamos en la tertulia de los sábalos con el escritor chileno Jorge Edwards, merecedor del premio Cervantes, a quien le pregunté: "cita usted mucho a Montaigne y, la verdad, yo lo leí porque me incitó a ello Azorín". A lo que me respondió: "señor letrado, no se preocupe, yo también llegué a él por Azorín". Eso dice mucho de su grandeza.

Azorín es ahora un olvidado, pues no es tiempo de que nadie salga a buscar su estrella.Y es que el maestro de Alicante es más o menos un maldito en estos tiempos que corren. Debe de resultar de los más incorrecto y hasta ofensivo para tanto olvidadizo. Porque Azorín era la Castilla en lontananza, esas mielgas de trigo de oro, el atardecer manchego, ese cielo tan azul de levante, esa magia catalana orlada por payeses y redes de pescadores del Mediterráneo, y hasta, por qué no decirlo, esa tétrica Andalucía que atisbó en Lebrija. Una Andalucía que, por otra parte, le cautivaba. El cronista, al que ahora admiramos y recordamos con una extraña nostalgia, siempre supo pintar con su vieja pluma mil paisajes de nuestra más íntima geografía.

Pero el maestro no era tan sólo un estilista del lenguaje. A Azorín le apasionaba España. El maestro y sus palabras nos devuelven a la España que nunca debimos perder. Por eso el gacetillero de Monóvar ya no interesa a los políticos y sus intereses (valga la redundancia). En esta España desolada, dividida y en ruinas, cómo se va a recordar a quién con sus viajes y sus palabras nos ilusionó con un país maravillosamente unido y con esperanza. Cosas que pasan. Azorín ha quedado olvidado desgraciadamente, como pensamos la otra noche con otro gran maestro de la palabra, Aquilino Duque, durante una cena deliciosa -la tertulia de los sábalos- hablando de Alberti y de María Zambrano, entre otras cosas. Y también de Azorín.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios