Tribuna

abel veiga

Profesor de Derecho en Icade

Cataluña: 24 horas

No hay que insinuar a las Fuerzas Armadas nada. Esto es un problema político que sólo han creado los políticos y que sólo a ellos compete resolver

Cataluña: 24 horas Cataluña: 24 horas

Cataluña: 24 horas

Pese a lo mediático del título, la tragicomedia catalana, pero también española, no alcanza aún su cénit. Desgraciadamente el esperpento, que tan magistralmente retrató el igualmente excelso Valle-Inclán, aún alcanzará cotas más altas. El despropósito es tal y tan grande, como vacíos los discursos. No es éste un problema que los políticos puedan rehuir. Lo llevan haciendo una y otra vez. La pelota está en demasiados eriales que nadie quiere jugar en verdad. Ni unos ni otros. Lo que debe ser una decisión y una discusión política, se convierte y se traslada a las instituciones, sobre todo, el Constitucional. Nadie quiere poner el cascabel. Nadie quiere terminar con este órdago de mentiras y vanidades, de superficialidades y egoísmos. No, en 24 horas, señora vicepresidenta no se termina nada, sólo el aire que respiramos toda vez que lo expulsamos. La retórica hay que guardarla cuando se discute entre inteligentes. Algo raro en este país, empecinado en negarse cuantas veces haga falta. A lomos de mula vieja, verso sempiterno de un genial Machado muerto de dolor por una España impenitente. No hay que insinuar a las Fuerzas Armadas nada. Esto es un problema político que sólo han creado los políticos y que sólo a ellos compete resolver. Desde el insaciable egoísmo de una nacionalismo impenitente hasta la mediocridad lacerante de una clase política que no es sino el reflejo y espejo de una mediocre sociedad. Luego no nos extrañemos de tanta sobreactuación y tanta farsa, esta vez si, tercer escrito, Sartre. La farsa hay que mantenerla hasta el final dijo el filósofo comunista que él sí rechazo en Nobel y su dinero. No como otros. Esperpentos iconoclastas también.

No puede negarse el empeño del Gobierno de la comunidad autónoma de Cataluña, que así se llama desde luego, en regalarnos titulares, ficciones, montajes, órdagos y sobre todo, el ser diferentes. Se trata de ser distintos al resto, de tener un ego superlativo y como dicen los italianos, supertardivo. Cuándo se rompió el hilo de diálogo psicológico, económico y sociológico entre España y Cataluña, tal vez nunca. Pero el apetito voraz de unos y la pasividad extenuante de los otros, nos arrastran a una marea de fuerte resaca.

Si no fuera por lo trágico que en el fondo late de la situación catalana, el esperpento no podría alcanzar sino la categoría misma de comedia. De la necesidad virtud, y de la necedad estupidez. Lo que estamos viendo es la consumación final del disparate y la estulticia que la deriva y el ansia de poder al precio que sea es capaz en este desolado paisaje carente de autocrítica y de reflexión. El erial en que la política se ha ido convirtiendo en los últimos años, erial de conciencia crítica y de reflexión audaz, hasta convertirse en problema y no en solución, alcanza en Cataluña cotas de ininteligibilidad pasmosa.

Lo acaecido en los últimos años roza el sarcasmo, la ironía y si me apuran el justiprecio que merece la deriva de Artur Mas y Puigdemont y un nacionalismo que no escucha a más de la mitad de una sociedad que prefiere hasta el momento estar en silencio y contemplar. El vacío que ha generado, la estrategia que le han diseñado, la embriaguez de arrogancia con la que se envuelve, y el victimismo jaculatorio llevado al extremo de la palinodia mental han alcanzado extremos de insoportable y audible sensatez y prudencia en un político que quizás alguna vez se tuvo por tal. Para ellos todo es una quimera, la ley, la primera, el estado lo segundo, el censo y el referéndum, lo tercero, y cómo no, el propio procès lo último. Todo es una farsa, pero con consecuencias.

Ya no se trata de honestidad y decencia en la vida política. Se trata del decoro y el coraje frente a quienes se ríen hasta el extremo de la humillación. Porque eso es lo que está sucediendo en la Generalitat en estos momentos. Un presidente lanzado a estrellarse pero que va de víctima, que miente, que engaña y que quiere presentar al precio que sea su procès como un triunfo y una patraña de España. Impenitentemente. Sin pausa, sin prisa, con saña y frialdad. Todo se hace depender de un voto. El destino de un país en manos de un voto.

Tiempos de indecencia, de deriva en Cataluña pero algo es igualmente atroz, el silencio de muchos, muchísimos catalanes. ¿Quién parará tanta idiocia acumulada, pasividad asfixiante y raquitismo intelectual? ¿Las urnas? ¿Más ilegalidades consentidas? O decir que todo se para en 24 horas, ¡quién da más en la fragua de tanta tontería! Todo esto de veía venir, pero nadie lo ha querido cercenar a tiempo.

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