Tierra de palabras

La verdad soñada

En este cuartel de invierno, con medio siglo a mis espaldas, sigo sin entender nada de nada

Leí algo hermoso sobre la forma de entender según qué cosas. Leí que los antiguos anatomistas decían que el nervio auditivo se dividía en tres o más caminos en el interior del cerebro. De ello deducían que el oído podía entender a tres niveles distintos. Un camino estaba destinado a las conversaciones mundanas. El segundo era para adquirir erudición y apreciar el arte. El tercero permitía que el alma entendiera consejos que pudieran servirle de guía y adquiriera la sabiduría durante su permanencia en la tierra.

Hace pocos días me encontré con un amigo que iba con un desconocido; me presentó diciendo de mí que era poeta. Cuando me presentan así me inquieto porque el paso siguiente es que te hagan la pregunta consabida: ¿qué libro tienes publicado? Ninguno, ha sido hasta ahora la respuesta. Es más, si recopilase de todos los poemas que he escrito los que medianamente mereciesen la pena, no sé incluso si me darían para un libro. Ni siquiera me he dejado la piel en el intento pero lo que sí siento que dejé es la vida en su búsqueda. Uno no deja de perseguir lo que ama y yo amo la poesía.

Nunca fui de mucha conversación mundana y a medida que el tiempo pasa, cada vez me ha ido resultando más agotadora. De la infancia recuerdo un pequeño trastero en la terraza que acondicioné y en el que pasaba sola muchas horas escribiendo en un diario mi vida soñada que sentí más verdadera que la propia vida. Y es que ya desde entonces, sin ni siquiera entenderlo, percibía la presencia de una profunda y permanente insatisfacción de la realidad, quizá por no llegar a entender el lenguaje adulto sobre las cosas que carecían del sentimiento que le daba sentido a mi otra vida. Y es desde ahí que arrastro una herida romántica que me ha obligado a crear un mundo idealizado en el que poder instalarme para sobrevivir.

Ahora, en este "cuartel de invierno" al que he llegado, con medio siglo de vida a mis espaldas, sigo sin entender nada de nada. Mejor así, me digo. Me vuelvo a ver en el punto de partida; con ganas de escuchar únicamente consejos para el alma. Construyendo una realidad que me salve y me defina.

No escribí, no, ningún libro de poemas. Demasiado ocupada escribiendo sobre mi verdad soñada sin perder la inquietud estética, sin restarle un ápice de espacio a la belleza y entregándole mi alma a la poesía.

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