La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Sin vecinos no hay ciudad

La muerte de la vida vecinal se extiende por el casco histórico como la plaga de 'Los diez mandamientos'

Mis ojos y el ¡Mira qué barrio! de Mario Daza me confirman que hay más Sevilla cuanto más nos alejemos del centro. No sólo en lo que al número de habitantes se refiere, sino sobre todo por los comercios, bares, mercados y formas de vivir y de relacionarse. Intramuros sólo queda algo de Sevilla en los antiguos barrios, y cuanto más lejos del centro mejor, de San Lorenzo, Macarena, Triana, Museo, San Vicente o San Julián. No cuento la Encarnación y Regina porque gracias al señor Monteseirín -que tan orgulloso está de su logro- las han resucitado de su larga postración como el Dr. Frankenstein a los cachos de muertos cosidos o un brujo vudú a un cadáver. En cuanto a su degradado y desdichado centro muy poco o nada de Sevilla queda en él, pese a que sea su corazón monumental e histórico, su origen desde los tiempos fenicios y romanos, y el lugar donde están los símbolos mayores de la ciudad.

Como fui vecino de Santa Cruz entre 1964 y 1966, y lo soy desde 1982, puedo dar fe de que, aun siendo turístico desde su reforma regionalista de 1929, hasta finales del pasado siglo en él vivía un vecindario interclasista, abrían comercios de la vida cotidiana -panaderías, fruterías, lecherías, papelerías, ultramarinos, droguerías-, olía a puchero al mediodía cuando los niños volvían de los colegios a sus casas, por las tardes se oían los pelotazos, voces y carreras de los chavales que jugaban en sus calles y plazas libres de veladores y mesas de restaurantes y por las noches todas las ventanas estaban encendidas en invierno y abiertas en verano dejando oír los sonidos de las cocinas y las músicas o voces de los televisores. Todo empezó a morirse y a desaparecer en la pos Expo, siendo el primer síntoma los horrendos pavimentos, talas y podas con los que en 1994 el señor Rojas Marcos desfiguró las plazas de la Virgen de los Reyes y el Triunfo, destruyendo el diseño original de Lafita al mutilarle a la fuente su círculo de chinos lavados blancos y negros que evocaban los litóstratos presentes desde la Híspalis romana.

Muerto el corazón de la ciudad por acción u omisión municipal ante la marabunta turística, la muerte de la vida vecinal parece extenderse como el humo verde de la plaga de Los diez mandamientos por todo el casco histórico y más allá, como ayer se advertía en nuestro editorial y contaba el compañero Diego J. Geniz en Pisos turísticos: el centro despersonalizado.

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