De vez en cuando los políticos sobresaltan los anestesiados oídos de los ciudadanos -que de habitual acostumbran a escucharles como quien oye llover- con el empleo de alguna palabra o expresión "creativa" que aspira a despertar conciencias a base de despropósitos lingüísticos. El caso más reciente ha sido el de la portavoz de "Podemos" que en rueda de prensa y, probablemente, sucumbiendo al mantra de tener que recurrir a artificiosos desdoblamientos para huir -como el vampiro de la cruz- del uso del "machista" masculino genérico, se le fue la mano y feminizó una palabra que no designa persona y -para mayor inri- ya es femenina de origen y así le salió: "portavoza". Lo que en principio tenía toda la pinta de ser un embarazoso "lapsus línguae" es convertido por la osadía de la "portavoza" en una reivindicación política: la de feminizar el lenguaje, aunque sea a costa de dar patadas a la gramática española y los diversos diccionarios de la RAE. A pesar del desvarío, no le han faltado defensores que justifiquen el neologismo en razón de su capacidad para: "expresar que las mujeres están ahí construyendo país a cambio de discriminación, violencia de género y menor salario" (¿?). Esta ridícula lucha por la igualdad a través del ultraje de la lengua tiene gloriosos antecedentes: miembros y "miembras", jóvenes y "jóvenas" o incluso el de la socialista Carmen Calvo que pisoteó nuestra lengua madre, el latín, al confundir el "dixit" (ha dicho) que se utiliza para indicar el autor de una frase, con "Dixie" uno de los simpáticos ratoncitos a los que en los dibujos animados perseguía el gato "Jinks". Ante una cita de sus propias palabras realizada por un interlocutor parlamentario y acabada con un rotundo "Calvo dixit", la, a la sazón, Ministra de Cultura respondió ofendida: "Ni Dixi ni Pixi haga el favor de dirigirse a mí como su señoría". El modelo educativo que a través de los años ha logrado imponer en España una supuesta progresía obsesionada por igualar a la gente no en la línea de salida del aprendizaje sino, despreciando la cultura del mérito y el esfuerzo, en la de meta; ha favorecido el triunfo de las medianías que desde sus puestos institucionales y amparados en la arrogancia inherente a su analfabetismo no dudan en retorcer estructuras gramaticales, sintácticas y hasta algebraicas para ponerlas al servicio de su ideología. Es tal su engreimiento que una ministra de Zapatero que, a propósito de las críticas a las absolutas tinieblas en las que andan sumidos los actuales bachilleres respecto al mapa físico de España, llegó a escribir: "enseñar los ríos españoles a los estudiantes es puro franquismo. Lo que había que enseñarles es… ¡lo de las fosas! Es imposible hacer más el ridículo… o la ridícula.

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