El sueño de la razón

La idea de Europa es consustancial al concepto de Humanidad; vale decir, al concepto de ciudadano

Según el propio Goya, El sueño de la razón produce monstruos significa que la fantasía, abandonada de la razón, produce monstruos imposibles y criaturas deformes. Esta interpretación canónica, sin embargo, admite otra lectura que en 1799, cuando se publican los Caprichos de Goya (y ocurrido ya el Terror de Robespierre), se ajusta más a la historia de Europa. Me refiero a las ensoñaciones que la Razón ha propiciado, y que trajeron sobre el continente un abultado número de crímenes y una infinita carga de pesadumbre. La más obvia es aquella ordenación industrial que proponía el comunismo, y que se pretendió una apropiación científica del mundo. No menos científico, por otra parte, se postuló el nacionalismo: las razas eran una verdad evidente que sólo quedaba definir y escalonar según su valía. En el vértice, la raza aria (o los bretones, los vascos, los serbios, el pueblo eslavo…); en la base, toda esa humanidad indiscriminada y lábil cuyo destino es servir al pueblo elegido. Ambos son hijos del XIX romántico y positivista. Pero ambos son, en primer término, un intento de ordenar técnicamente, razonablemente, nuestras vidas.

¿En qué lugar, bajo qué extravío de la razón, se halla ahora mismo Europa? Uno tiene la impresión de que, hallándonos en el segundo caso, creemos enfrentarnos al primero. La estupidez de Farage, la deslealtad de Le Pen, la triple amenaza que suponen Putin, Trump y Erdogan no se derivan de un comportamiento irracional, sino de una calculada racionalidad cuyo fin último es espurio. No se trata, en ningún caso, de un abandono de la razón, sino de una racionalidad otra en la que las libertades civiles pasan a un segundo término. A esto se refería Pascal cuando escribe que "el corazón tiene razones que la razón no conoce". Hay siempre una motivación exterior que instiga nuestros actos y que precede a la lógica. El fomento del particularismo, tan grato a Putin, ha servido en Europa para socavar la idea misma de Europa, sustituyendo su ideal ilustrado por esa idea biológica y roma del individuo que propugna el nacionalismo. La idea de Europa es consustancial al concepto de Humanidad; vale decir, al concepto de ciudadano. El ideal de Farage, de Le Pen, de Putin, de Puigdemont, de Urkullu nace de un deseo también moderno: el deseo de distinguir médicamente, racionalmente, las razas y de extender a la política dicha entelequia.

Que la izquierda juvenil y huera se sume a este sueño de la Razón no deja de señalarnos el deplorable éxito de su empeño.

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