Participando en conversaciones de mayores, cuando todavía era un niño, el razonamiento le resultó alambicado pero pasó el tiempo y la experiencia le insufló el sentido.

Llegó a su clase un muchacho a mitad de curso esquivo y retraído que apenas se comunicaba con sus compañeros, principalmente porque no conocía el idioma. Su curiosidad lo fue acercando poco a poco y gracias al leguaje gestual que entabló junto al pequeño forastero y a sus adelantos en clases de apoyo para mejorar el idioma crearon unos lazos de unión que solo se vieron interrumpidos cuando su gran amigo tuvo que volver a su país de origen, lejano, muy lejano… Se acordó de la conversación de los mayores, se vio envuelto en un emocional tornado hasta entonces desconocido y el "nunca es para siempre" traspasó su vida.

En verano solía ir de vacaciones al pueblo fresco y sereno de sus abuelos. Allí todo era distinto, principalmente el ritmo de la vida. Las prisas de la ciudad desaparecían y la lentitud infundía un mejor carácter en sus padres que tenían tiempo de mirarse a los ojos y cogerse de las manos. Los desayunos nada tenían que ver con los de las otras estaciones, el abuelo se encargaba de ordeñar la vaca y sacar de ella la más pura leche que jamás había probado y una nata que untaba en un pan que solo en el pueblo comía rociada con azúcar. Después el abuelo le daba clases durante toda la mañana de materias que no enseñaban en la escuela. Por la noche, la banda del pueblo anunciaba verbena. Una mañana, ya instalados en el frenético ritmo del asfalto, cuando desayunaban lo envasado de siempre y sin el mugido de fondo de las vacas o el cacareo de las gallinas, sonó el teléfono. A su madre se le cambió la cara de repente y durante mucho tiempo no consiguió sacarle una sonrisa. Cuando volvió al pueblo la silla del abuelo estaba vacía y nadie se sentó en ella. El frío "nunca es para siempre" volvió a traspasarlo.

En un concierto abarrotado se cruzaron. Es ella. Qué suerte. Hubo miradas y deseos recíprocos. Después llegaron las confidencias, la tienda de campaña compartida, mucha música, palomitas en el cine, besos y la osada inmadurez de jurarse amor eterno. Pasó el tiempo, se esfumó la suerte y el desamor se adueñó de sus vidas. Esta vez fue un "nunca es para siempre" pasajero porque hubo otro concierto y otra mirada.

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