Un algoritmo es un conjunto de reglas que permiten hallar la solución a un problema mediante pasos sistemáticos y sucesivos. Aunque en principio pudiera pensarse que estas secuencias de cálculos están circunscritas al mundo de las matemáticas, lo cierto es que se han convertido en parte esencial de nuestra vida cotidiana. A todos nos resulta muy familiar una de sus modalidades, los diagramas de flujo, que suelen emplearse en los libros de instrucciones de toda clase de aparatos (v. gr.: "La lámpara no funciona. ¿Está enchufada? No. Entonces, enchufarla. Si da luz, problema resuelto. Si sigue sin funcionar, comprobar bombilla. ¿Bombilla fundida? Reemplazarla. Bombilla correcta, comprar otra lámpara").

En su versión informática, los algoritmos son los responsables de que al abrir el ordenador la publicidad que nos aparezca sea la de las últimas novedades de novela negra, ese género literario que tanto nos gusta o la de los magníficos hoteles existentes en esa ciudad para la que hace unos días compramos un billete de avión. La eficacia y la sutileza de los algoritmos del motor de búsqueda de Google son los que han permitido que esta empresa se haya convertido, a efectos prácticos, en el Gran Hermano de 1984, aquella clarividente distopía que Orwell escribió sobre el futuro de la humanidad. Cada vez que recabamos información de internet lo hacemos a través de Google, que en función de los registros de páginas web que visitan y los datos de clics efectuados por sus usuarios, sabe más sobre sus gustos, sus costumbres y hasta sus pensamientos, que los propios interesados. Como dice una máxima muy conocida de internet, en las cosas online que son gratis, el precio que pagamos es la privacidad, esto es, si no estás pagando por el servicio...¡tú eres el producto!

Facebook, otra de las empresas tecnológicas punteras, proporciona información a sus asociados a través de su news feed, donde a diferencia de los medios de comunicación tradicionales, las noticias están filtradas por un algoritmo que escoge para cada uno aquellos contenidos que es más probable que compartan, de tal manera que al buscar el me gusta fácil las noticias que cada usuario recibe antes que desafiar sus percepciones, las refuerzan, alimentando así el llamado sesgo de confirmación. En ese sentido Facebook, es al menos en potencia otra máquina de alcance orwelliano capaz de censurar y delimitar la realidad para hacernos vivir con un efecto pecera dentro de su sistema. Sin embargo y a diferencia de 1984 estamos ante un tipo distinto de control. Una especie de cesión voluntaria de la privacidad a cambio de recibir una información (en teoría) exhaustiva. Aún no percibimos el riesgo de que el algoritmo traspase la frontera digital y se convierta en parte de nuestra personalidad.

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