Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Somos un pin

Nos hemos adaptado a estar controlados, y que se sepa todo de nosotros ya no nos desagrada

Cuántos negocios se destruirían si fuéramos inmunes al estrés? ¿Y cuántos si, de repente, decidiéramos poner fin a este frenesí de la interconexión global de la que no queremos prescindir ni siquiera un segundo? ¿Y cuántos si nos diera por la tranquilidad verdadera, auténtica, única e individual y no la que proponen y con la que comercian desde la dictadura de las modas esos movimientos slow (una revisión hipsteriana del muermo aquel de los setenta, la new age)? ¿Quién se forra con nuestro vértigo? ¿No se asomarían ellos al precipicio de su ruina si dejásemos de tenerlo?

Hay quien mercadea con el aburrimiento y con la tranquilidad, y con la soledad y hasta con el abandono. Hay centros con tarifas estratosféricas para que sus asilados disfruten de una compañía artificial cuando los suyos ocultan con la pasta el desafecto y el olvido y narcotizan así su conciencia. Y también hay quien, sin parecerlo, se unta con la vigilancia y el control mientras nos vende confort. Son negocios prósperos de este siglo XXI, mil veces más orwelliano que el anterior, con sus archivos con nuestros nombres, si estamos casados, solteros o somos viudos, si tenemos hijos, el número de todos los teléfonos que se nos ocurra tener, estudios, aficiones, si tenemos una profesión y la ejercemos o si trabajamos en otra cosa porque nos ha resultado imposible dedicarnos a lo que queríamos o estamos parados, si bebemos, fumamos, tomamos drogas, si tenemos coche, moto o usamos la bicicleta, si creemos en Dios o somos ateos, y qué achaques o enfermedades padecemos y si cargamos con algún defecto…

Y que sepan todo eso y más de cada uno de nosotros ha terminado por no desagradarnos. Nos hemos adaptado a mostrarnos con esa desnudez con una docilidad que ya hubieran querido en sus compatriotas los agentes más siniestros de la Stasi de Honecker o de la Securitate de Ceaucescu. Y así, con nuestro perfil a mano, desde farmacéuticas a gimnasios, desde spa a editoriales de autoayuda, desde Tinder a Amazon negocian con nuestra ilusión por una vida más placentera. La paradoja es que es con esta hiperdemocracia, con sus libertades de elección, de comunicaciones y de intercambio y suministro de toneladas y toneladas de información -aunque útiles apenas sean unas micras-, con la que más control se ejerce sobre cada uno de nosotros, todos con su respectivo PIN para nuestro uso y disfrute, perfectamente clasificados en un gigantesco fichero.

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