Ad hoc

Manuel S. Ledesma

El perfil del candidato

DECÍA Platón en su famosa República que resultaba más conveniente para los pueblos que aquellos destinados a gobernarlos tuviesen por cualidades la razón y la sabiduría antes que la retórica y la persuasión. Preconizaba la existencia de una especie de híbridos entre reyes y filósofos capaces de asociar el liderazgo de los primeros al conocimiento de los segundos. Como es natural no suponía que hubiese muchas personas que aunasen tales condiciones y utilizaba como analogías al capitán y su navío y al médico y su medicina: "Navegar y curar no son prácticas que todo el mundo esté calificado para hacerlas por naturaleza". En consecuencia dedica gran parte de La República a indicar el proceso educativo que produciría una eficaz clase gobernante.

Muchos siglos después, Ortega y Gasset retoma la idea platónica y aboga porque sean las elites (no políticas o económicas, sino espirituales) las que dirijan a la colectividad en virtud no de privilegios sociales sino de su ejemplaridad y competencia. En la línea de Platón, Ortega acuñó el premonitorio concepto de hiperdemocracia o democracia morbosa, una teoría que alerta sobre la perversión que supone el hecho de que el hombre masa domine la vida pública y política. El gobernante vulgar, sabiéndose tal, reivindicará e impondrá el derecho a la vulgaridad y, por tanto, perseguirá lo diferente, lo egregio y lo individual: "Quién no sea y piense como todo el mundo corre el riesgo de ser eliminado y en consecuencia se impone el afán de nivelación y homogeneización prevaleciendo lo vulgar sobre lo excelso, la sinrazón sobre la razón y el totalitarismo sobre la verdadera democracia".

Resulta evidente que, aquí y ahora, no son precisamente estas teorías las que están de moda. Más bien ocurre lo contrario: las cualidades más abundantes en la clase dirigente suelen ser la ignorancia, la sumisión (al partido) y el servilismo. La política se ha convertido, en muchos casos, en el modus vivendi de gentes sin oficio ni beneficio más preocupada por vivir (estupendamente) a costa de los ciudadanos que de servirlos que es, al fin y al cabo, para lo que fueron elegidos. La entrada en política de Manuel Pizarro -un personaje que podría calificarse de platónico y orteguiano- ha supuesto una prueba incontestable de la mezquindad de la clase política: el exitoso hombre de negocios ha sido recibido por sus futuros colegas con el cuchillo entre los dientes por el sencillo motivo de, como dicen los mafiosos, "no ser uno de los nuestros". En efecto, el Sr. Pizarro ha logrado con sapiencia y esfuerzo una envidiable posición económica y social y, ahora, cuando podría gozar de un idílico retiro, decide saltar a la arena política para ser útil a su país y sus conciudadanos. No tiene necesidad de prebendas o favores, no debe vasallaje a nadie y su independencia le faculta para defender sus propias ideas. Como es lógico, este perfil ha puesto de los nervios a quienes han llegado a la política con dudosas y, no pocas veces, maquilladas credenciales. Temen (esperemos que con razón) que los anestesiados electores puedan despertar con esta singular bocanada de aire fresco que ha irrumpido en el viciado ambiente político español.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios