Así se llama la vital obra de Natalia Ginzburg que hoy quiero recomendarte. Su autora fue una de las voces más singulares de la literatura italiana del siglo XX. Este libro humano y pendular entre el ensayo y la autobiografía me ha dejado un muy buen sabor de alma al transitar con él profundas enseñanzas. Reúne once relatos de temas diversos, pero por falta de espacio me centraré en el último que lleva el mismo título del libro y que se ocupa de la educación de los hijos.

La autora argumenta sobre el deber de enseñarle a nuestros hijos, no las pequeñas virtudes sino las grandes; aunque el camino más cómodo sea el contrario. Suponemos que las grandes virtudes, al considerarlas instintivas, van a brotar de manera espontánea, mientras que las más pequeñas las creemos nacidas de una reflexión y por eso pensamos que es necesario enseñarlas. Además, nos recuerda que lo grande puede contener lo pequeño, pero lo pequeño no puede contener lo grande.

Nos advierte de algo que con frecuencia olvidamos: no podemos imitar, a la hora de educar, las formas autoritarias que utilizaron nuestros padres con nosotros. Hemos ahondado en nuestras debilidades y al revestirnos de prudencia debemos inventar otro tipo de relación. El diálogo ahora es más posible pero es preciso que sepamos reconocer y hablar de nuestras imperfecciones para que así no las imiten y hacerlos mejores que nosotros.

Pero por encima de todo lo interesantísimo que dice, destaco la falsa idea de que los hijos tengan el deber ante nosotros de ser aplicados en la escuela o de dar al estudio lo mejor de su ingenio. Las posibilidades del espíritu de nuestros retoños son infinitas y no tenemos derecho al reproche sintiéndonos ofendidos, frustrados.

La autora nos invita a educar a nuestros hijos para que no les falte nunca el amor a la vida y la más alta expresión es permitirles desarrollar la vocación que tengan sin dejarnos vencer por el miedo al fracaso. Lo único que nosotros debemos hacer es esperar a que despierten su vocación y tome cuerpo y nuestra paciencia debe contener la posibilidad del más alto y el más modesto destino.

La clave del éxito reside en que los padres tengamos también nuestra propia vocación a la que sirvamos con pasión, así podremos mantener alejado de nuestro corazón el sentido de propiedad hacia nuestros hijos porque el amor a la vida genera amor a la vida.

Las pequeñas virtudes. Natalia Grinzburg. Editorial Acantilado.

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