Cuando se afeitaba, tras la hora de ejercicio diario, notó en el espejo el temblor de los mamparos. El barco estaba virando, siguiendo la derrota prevista. Se caló el jersey y notó que junto a la taza habitual de café, habían puesto un platito con polvorones y una peladilla gorda. Recordó que su abuelo, el viejo marino, siempre le regalaba por Navidad una bolsita de peladillas y cuánto le gustaban. Como el día iba a ser intenso, se la echó al bolsillo. Cuando salió a cubierta, recibió en el rostro una estimulante bofetada salina. Miró a popa y allí estaba flameando, la bandera. Allí estaba él rigiendo los destinos de un pequeño trozo flotante de España. Por ella, valía la pena todo sacrificio. Recordó el himno de la Escuela Naval: "Por ti Patria, por ti sola, mi vida a los mares di…".

De camino al puente de mando evocó a su familia. Ya habrán llegado los hijos de Marín, la pequeña terremoto andará zascandileando y llenando la casa de alegría y ella estará entre los fogones. Seguro que en la cena derramaría unas lágrimas, pero era hija de marino y ya sabía lo que le esperaba. Se consoló pensando que cuando él estaba, también lloraba en el brindis. Cuantas ausencias familiares por el servicio…..¡Bah!, riesgos del oficio. Decidió concentrarse en el trabajo. Oyó el ¡atención!, al entrar. El comandante estaba en el puente. Dio unos escuetos buenos días señores y añadió las felices Pascuas. El segundo se le acercó y le dijo con cierta ironía: mi comandante, hoy salimos en el telediario. Se refería a la videoconferencia en que la Ministra, felicita a las tropas en misiones internacionales. Siguió la rutina prevista, hablar con el contraalmirante, el simulacro de zafarrancho de combate, las pruebas de artillería, las consultas administrativas. No cabe relajarse, cuando se está en alerta permanente. Los piratas no entienden de nochebuenas. El cocinero le presentó el menú de la cena. No faltaba de nada. Hasta la tarta con el relámpago, símbolo del buque. Por la tarde asistió al arriado de bandera y cantó la oración que siempre le emocionaba, por resaltar nuestra pequeñez en la inmensidad de la mar. Por la noche felicitó personalmente a todos los que estaban de guardia. Se divirtió con la dotación y cuando se retiraba, andando por el pasillo, se acordó de la peladilla y se la metió en la boca. Con el azúcar recordado de su niñez, le invadió una placidez de espíritu, reconfortante. Había pasado su Nochebuena en el Océano Indico.

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