Cada vez que la Liga se para, algo se para en nuestras vidas. Y pasa que nos consume un insoportable síndrome de abstinencia, pues con eso de que la selección nacional es el equipo de todos, resulta que termina siendo el de nadie, o el de casi nadie, que tampoco hay que exagerar, Y ahora estamos sumidos en una de esas semanas de parón que duran quince días y que suele dejar los daños colaterales de internacionales lesionados.

El interés que suscita el equipo nacional se circunscribe a cuando aparecen los grandes acontecimientos. Entonces sí se anima la afición a estar a su lado y no digamos si se canta bingo tal y como se cantó en tres ocasiones consecutivas. Entonces se desertizan las calles en la hora del partido y se colapsa Madrid ante el espectáculo de los héroes exhibiéndose en autobús descubierto. Incluso el país parece vertebrarse y las ganas de vivir se enseñorean de esta España nuestra.

Ahora no es el caso, ahora es como un chino en el zapato, como el cortafuegos de una Liga que entra en su apasionante recta final, en esa fase a la que hay que llegar colocado para cumplir con el objetivo. Lo decía el irrepetible Luis Aragonés, que hay que llegar con opciones a falta de diez partidos. Y cuando ya estamos en ese kilómetro, cuando a la Liga le faltan diez fechas para el final, pues las selecciones se meten por medio y a quitarse el mono como se pueda.

Es un sinvivir esto de parar en lo más vertiginoso de la carrera y nos queda la duda de cómo volverán los equipos tras el amistoso con Francia. ¿Habrá recompuesto la figura el Sevilla de un Sampaoli atribulado que no acaba de saber por qué el bajón? ¿Encontrará el Betis de Víctor la senda del buen juego para sumar puntos a través de buenas sensaciones? Qué sabe nadie. Lo real es que nada es más complicado que analizar lo que no existe, como ahora, como en cada parón.