La noche mágica

Rilke lo dijo muy claro: nuestra única patria es la infancia. Y así es. Lo demás es puro montaje

Amedida que uno va cumpliendo años se va dando cuenta de la cantidad de tonterías que se escuchan y se dicen a lo largo de la vida. La memoria, ese gran invento que a veces sirve para martirizar, afortunadamente es selectiva y con el tiempo tiende a prescindir de lo negativo. Al final del camino, cuando la gente está enferma de verdad, mala de morirse como diría la copla, no se acuerda ni del trabajo, ni de los viajes maravillosos que ha realizado, ni de los personajes interesantes que ha conocido, en algunos casos ni siquiera del marido, la mujer o los hijos. En esos instantes finales solo permanecen en la memoria los padres y hermanos. La infancia. Ese momento en el que fuimos nosotros tal como somos, sin los disfraces que la vida nos fue obligando a llevar y sin las falsedades que las circunstancias nos hicieron aceptar.

Rilke lo dijo muy claro: nuestra única patria es la infancia. Y así es. Lo demás es puro montaje. El niño dice lo que piensa, hace lo que le apetece y se comporta tal como es. Si tiene sueño se duerme, si tiene hambre come y si algo no le gusta llora. No sabe fingir. Todo lo más busca en el llanto una estrategia para conseguir lo que quiere, pero sin maldad, sin engañar a nadie. Cuando expresa sus sentimientos lo hace con esa sinceridad que solamente un niño es capaz de mostrar.

Esta noche los Reyes Magos se acercarán a todos los niños, independientemente de la edad que tengan. Por muchos años que hayamos cumplido, si miramos a nuestro interior, somos aquél niño que fue feliz en la casa materna y que el tiempo se ha encargado de ir modificando. La infancia, aunque no lo hubiese sido, debe recordarse feliz. A no ser que, como escribió Aquilino Duque en sus memorias, queramos justificar en ella los fracasos de la edad adulta. Esta noche debemos volver a nuestra patria, al niño que fuimos, al que llevamos dentro y al que nunca debimos renunciar. La mirada fija y limpia de los niños mientras pase la cabalgata será la mejor prueba de que los Reyes Magos no son una invención absurda, sino una auténtica realidad. Para verles no es preciso más que sensibilidad y el valor de dejar de esconder ese niño que todavía somos, aunque la vida nos haga pensar a veces que no es así. No me cabe duda: quien no cree en los Reyes Magos es porque ha envejecido inexorablemente y la vida para él raya en lo absurdo y, lo que es peor, no tiene futuro.

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