Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Un niño llamado Keaton

No sé ustedes, pero yo no he tenido presencia de ánimo para ver completo el vídeo viral de Keaton Jones, un niño estadounidense acosado en el colegio por tener no sé qué defecto en su tierna carita: cualquier excusa vale a algunas pequeñas hienas para canalizar esa asquerosa crueldad que los humanos ostentamos en exclusiva desde la infancia. Sus palabras son contundentes y llenas de verdad y sufrimiento, desesperado Keaton por recibir alivio de sus maltratadores. Él va a tener más suerte que otros, porque ha recibido el oportuno -si es oportunista, bien está también- apoyo de famosos, y probablemente esta corriente y su bálsamo vayan a generarle el apoyo de los tibios acobardados de su clase, y quizá el cambio de actitud de algún firme proyecto de canalla a quien nadie pone coto (o desuella la patilla).

Doctores tiene la psicología y la pedagogía, pero cualquiera sabe de esto, quizá por haber sufrido el dolor o por haberlo infligido. Todos lo hemos visto a nuestro alrededor durante la niñez. Sostengo que detrás de muchos niños o niñas cabrones hay un padre y/o una madre mala persona, absentista o marginal, o uno de esos infradarwinianos que dicen: "Hay que endurecerse, eso ha pasado de toda la vida, será un blandengue, una mimada mentirosa, incapaces, ¡es que es muy fea, cojones!". También sospecho que algunos maltratadores en el trabajo o la familia fueron niños maltratados. Recordaremos una frase de Bill Gates en su decálogo para estudiantes: "Sé amable con los empollones [raritos, nerds]; es probable que acabes trabajando para uno de ellos". El daño que causa el bullying es doble pues, sobre las pobres criaturas objeto de burla, desprecio, vacío o agresión, y también sobre los posibles futuros maltratados por el niño acosado.

Seguro que en muchos colegios se hace poco por paliar este cáncer social. Y seguro que los padres de las pequeñas hienas son los primeros responsables. Pero no se oye como algo muy prioritario la necesidad de luchar con firmeza por erradicar esta fuente de trauma, depresión crónica y quizá suicidio un día. Copiar del éxito de países creativos y responsables, como Finlandia. Ser menor no puede otorgar patente de corso para destrozar la vida a otro niño. ¿Por qué no dar la misma protección en este asunto que la que contempla la imprescindible -y seguro que mejorable- ley de violencia de género? No hace falta mandar a la gente a la cárcel: hay que reducir, amenazar, castigar, disuadir, quizá reeducar (sin buenismos a la violeta, por caridad). Uno se imagina el dolor de esos padres y el corazón se le conmueve y envenena.

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