La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La muerte de Gabriel

Se va a escribir y decir mucho sobre este crimen. Pero me temo que poco sobre el mal moral. Y su castigo

España lloró ayer. El pequeño Gabriel apareció muerto. Lo que se va sabiendo lo hace todo más tenebroso. Se cruzan en esta tragedia las dos preguntas más tremendas que puedan plantearse: ¿por qué Dios permite que sufran los niños y cómo el ser humano puede llegar a tales abismos de maldad? Todo queda puesto a prueba, si no impugnado, por ellas. Da igual que se sea creyente o no. Ni la religión ni el humanismo ilustrado tienen respuestas que no sean vanas consolaciones que profanan este horror ante el que sólo cabe guardar un silencio aterrado, estremecido. La providencia de Dios y la naturaleza humana quedan en entredicho. Tenemos derecho, los creyentes, a preguntarle a Dios por este incomprensible abandono de un ser tan indefenso. Tenemos derecho, todos los seres humanos, a preguntarnos por esta gratuita crueldad que desvela nuestro más tenebroso fondo. Ayer solo oía una y otra vez las palabras de Kurtz en El corazón de las tinieblas: "El horror, el horror…".

Secuestrar y asesinar a un niño de ocho años pone de manifiesto algo que pocos quieren plantearse: el despliegue del mal puro. Los creyentes lo personalizamos en el Mal, con mayúscula, al que llamamos Satanás -"homicida desde el principio" le llamó Jesús- y al que Dios concede libertad para actuar, al igual que se la concede al ser humano para enfrentarse a él y resistir -como el propio Jesús hizo del desierto a la cruz- o para entregarse a él y ser agente del mal en el mundo. Los no creyentes lo vinculan a cuestiones psicológicas, psiquiátricas, de carácter o sociales. La primera explicación me parece la más convincente. En el Catecismo está escrito que "esta situación dramática del mundo, que todo entero yace en poder del maligno, hace de la vida del hombre un combate". Pregunto a Dios por qué ha abandonado a este niño a la vez que le rezo por él. ¿Quién puede comprender?

El misterio del mal es tan desconcertante que muchos creyentes prefieren ignorar la existencia del diablo, como si fuera un resto mitológico. Al igual que muchos prefieren ignorar (incluso legal y penalmente) ese abismo de la naturaleza humana que desprecia la vida y se complace en el sufrimiento y la muerte de los otros, hasta de los más indefensos y vulnerables. Se va a decir y escribir mucho estos días sobre este crimen que ha horrorizado y conmovido a España. Pero me temo que poco se diga o escriba sobre el mal moral, sus causas y su castigo.

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