La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Nos mudamos a un dormitorio

Ponemos el foco en los pisos turísticos y en la gentrificación, pero el problema de fondo tiene mucho más recorrido

Hace trece años la ministra Trujillo consiguió hacerse un hueco en la memoria de este país con la polémica de los minipisos: viviendas protegidas y asequibles para jóvenes concentradas en menos de 30 metros cuadrados. Entonces era "indigno"; una "barbaridad". Hoy hasta podríamos verla como una visionaria. No era el momento -la perspectiva cambia con diez años de crisis después- y erró el enfoque: las soluciones baratas y sin gancho no interesan.

A su plan le faltaba el glamour, la oportunidad y la funcionalidad que en San Francisco está despertando el proyecto de Starcity. Son profesionales con alta cualificación y buenos sueldos -no tan altos como los del sector tecnológico que han disparado el mercado- los que se están mudando a dormitorios. Literalmente. Comparten baño, cocina o salón y viven en espacios de entre 12 y 20 metros cuadrados. Pero de lujo. Con encargados del edificio y vecinos que hasta te sacan al perro y te organizan la fiesta de cumpleaños si hace falta. Con actividades colectivas como "tardes de yoga" y "noches de vino". Te aíslas o participas. Y la despreocupación por las rutinas domésticas es absoluta. Un apartamento de una habitación cuesta unos 3.300 dólares al mes, los dormitorios de Starcity se mueven entre 1.400 y 2.400 con wifi y gastos incluidos.

Los datos del éxito coinciden con los testimonios de los residentes. Lo contaba hace unos días Nellie Bowles en El New York Times. La nueva constructora tiene ya tres propiedades con 36 unidades, planea otras 9 y hay 8.000 personas en lista de espera.

En España, en ciudades como Granada, Sevilla o Málaga, el boom de los alojamientos turísticos ha puesto en alerta al sector y está obligando incluso a reformular las estadísticas oficiales que evalúan la salud de esta industria estratégica en la economía regional y nacional. El foco en estos momentos está en el proceso de gentrificación que se está produciendo en los cascos históricos -especialmente en las ciudades que soportan altos niveles de masificación- y en la proliferación de pisos ilegales.

Pero el problema de fondo tiene mucho más recorrido y no afecta sólo al turismo. El concepto de familia tradicional se ha venido abajo; vivimos más y más solos. Y, tal vez utópicamente, más libres... Nuestras necesidades y prioridades nada tienen que ver con los cuadros costumbristas de las mansiones decimonónicas ni las casas de tres plantas de las muñecas de porcelana que ya habitan en los museos. Aunque todavía nos cueste verlo.

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