Resulta revelador el comunicado emitido por la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) a propósito del amparo solicitado por un grupo de informadores que se sienten "acosados y presionados" por Podemos. Según señala, existen pruebas que demuestran los ataques dirigidos a concretos periodistas, cuando sus informaciones incomodan a los gerifaltes de la formación morada. Exige la APM a Podemos que cese en su campaña sistematizada contra profesionales de distintos medios, "a los que amedrenta y amenaza".

Sobre lo que allí se denuncia, haré hoy dos consideraciones básicas. La primera, meramente táctica, se refiere a la finalidad inmediata de estas actitudes filomafiosas: de lo que se trata es de deslegitimar al periodismo, de crear un estado de opinión social en el que el periodista sea visto como un simple peón del poder. Sólo será un profesional respetable quien jamás estorbe la prometida conquista de los cielos. Inquietar tal empeño, aún relatando lo cierto, es un acto contrarrevolucionario. Las noticias que obstaculicen ese logro son ilegítimas, no porque no sean veraces, sino porque retrasan y dificultan la consecución de un bien superior al que todo debe sacrificarse y supeditarse. No es la verdad la que traza la frontera entre la buena y la mala prensa, sino el grado de colaboración con la causa.

La segunda, más dañina y menos infantil, gira en torno a la idea que Podemos tiene de los medios de comunicación. Para Iglesias y para su partido no es posible ese periodismo libre y democrático al que dicen aspirar, si permanece en manos privadas, ajenas al control gubernamental. La razón es archisabida: estos medios descontrolados se constituyen entonces en poderes fácticos, no sometidos al examen de las urnas, que trasladan al pueblo la influencia del maléfico capital. En realidad, no hay apenas distancia entre la posición de Iglesias y la de Trump, ambos hartos de indeseables que no paran de poner zancadillas a sus ortodoxos paraísos.

Olvida tanto forofo de la posverdad que la experiencia enseña. Al menos en España, todavía recordamos como funcionaba el opaco e idiotizante monopolio de la información estatalizada. Era un monte umbrío, paralelo y similar al que reinó y reina en las utopías comunistas. Los extremos se tocan y asquean por igual. La cabra de Podemos tira a sus yermos riscos de siempre. Y en nuestras manos está el impedir el triunfo de sus muy rancias y esclavizantes obsesiones.

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