Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Sed de mal

El cura pidió en la misa por las víctimas del 11-M y por Gabriel, cuyo triste final irá siempre unido a esa fecha

El bien tarda mucho en hacer su trabajo, el mal actúa y se va para seguir haciendo estragos donde el bien se esmera y se afana. Una civilización tarda siglos en hacerse; la vida humana es su más perfecta metáfora. Al final de la misa, con la imagen del Gran Poder que diseñó Juan de Mesa con la cruz sobre sus hombros presidiendo la escena, en la basílica decorada con los misterios de Pasión y Muerte interpretados por el pintor Antonio Agudo, el padre Javier, celebrante de la ceremonia, pidió por las 193 víctimas del 11-M y por el niño Gabriel Cruz. La mayoría conocerían la noticia al salir de la iglesia: esa mirada inocente, ese ángel al que le falló el arcángel en el recodo del camino, unía su destino a la macabra fecha del atentado más sangriento que ha conocido la historia de España.

Gabriel Cruz era un proyecto de vida, una quimera en el sueño de sus padres cuando casi doscientas vidas se vieron truncadas el jueves más triste de la historia reciente de este país. Justo dos años y medio antes había tenido lugar el magnicidio de Nueva York. En el crucigrama sangriento de los terroristas, éstos habían pasado de las verticales a las horizontales. De los aviones impactando en las Torres Gemelas, "Asesinado desde el cielo", como arranca el Poema en Nueva York de Federico García Lorca, a la voladura de los trenes de Cercanías que iban llenos de trabajadores. Con la misma firma de la saña y la maldad.

El libro ¡Matadlos! del investigador Fernando Reinares es una crónica pormenorizada de lo que ocurrió. Un trabajo revelador en el que cuenta que el atentado de Madrid se planeó muy lejos de la Cibeles, concretamente en la ciudad paquistaní de Karachi, y mucho antes de que Estados Unidos bombardeara Bagdad y que el Gobierno de Aznar mandara un contingente irrisorio de militares. Esas bombas acabaron también con el bipartidismo: el partido que gobernaba se ganó a pulso su derrota en las elecciones y el partido que las ganó, aunque en realidad las perdimos todos, no supo gestionar con generosidad su inesperada victoria.

"Suele infravalorarse", escribe Reinares, "la importancia que la venganza tiene como motivación para la ejecución de actos singulares de terrorismo". La misma venganza que también parece estar detrás del abrupto final del niño de Las Hortichuelas. La firma del mal segó la sonrisa de Gabriel Cruz.

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